Fue niño prodigio del cante flamenco y muy pronto supo que quería ser más, hacer más cosas. El jazz, el rock, el rap, el cine, la prosa poética ocupan su vida. Dice ser un anarquista del arte que busca con pasión lo inacabado, que da la batalla por la escucha, que está obsesionado por el ruido y los silencios. Si pasan por Madrid aún pueden ver en el Reina Sofía su Auto Sacramental Invisible, un homenaje sonoro a Val del Omar. Si quieren acercarse a su obra, además de escucharle solo o en compañía de otros, ahora también pueden buscar Llamadme Amparo, su último libro editado por Espasa Poesía.
¿Por qué un libro de poesía que no tiene versos?
Para mí es mucho más importante lo poético. La poesía no tiene nada que ver con la estructura. Esa es una idea clásica, casi conservadora. Yo soy muy aficionado a la prosa poética, a los textos poéticos, por eso leo mucho ensayo y cada vez leo menos poesía, encuentro en los ensayos o los artículos periodísticos mucho espíritu poético, qué es lo que a mí me interesa.
Todo empezó por el flamenco, se expresa de muchas maneras, pero siempre hay unos temas que no abandona, casi unas obsesiones…
Me achacan incluso que hago muchas cosas y muy diferentes, que cómo soy capaz de cambiar de una disciplina a otra. Pero yo no tengo esa sensación. Todas las cosas que hago tienen nexos en común que las une, porque al fin y al cabo todo es un proceso creativo que me acompaña en diferentes líneas de trabajo. Y todas se interrelacionan. A veces con palabras, incluso solo sílabas.
En Llamadme Amparo es fácil encontrar esas palabras, busquemos su significado.
Madre.
Sí, sí, mi madre o la madre. Aparece en otros trabajos que he hecho con Angélica Liddell o en la película que han hecho ahora sobre mí o conmigo, el Canto Cósmico. Sí, mi madre o la madre es para todo el mundo una parte de sus lógicas sociales, políticas, sentimentales, emocionales, pero cada vez la figura de mi madre está más presente en los trabajos que hago y me encuentro también la figura de la madre en otros seres que me interesan como fue Val del Omar, o en este libro, claro, es primordial.
Padre.
Creo que la figura de mi padre tiene algo de controversia porque la relación con mi padre hasta hace poco tiempo era más tensa, pero bueno, él es el aficionado al flamenco, es el que canta y es el que al principio pone todo el interés para que yo surja como cantaor clásico, estrella del flamenco y es al primero que acompaño con la guitarra. Y esa relación, ese hilo conductor de unión está muy presente, pero también está muy presente que mi padre era un trabajador de fábrica y tiene esa sociología tan particular de las fábricas de calzado.
Hambre.
Más allá de que soy aficionado a la gastronomía, es un tema que me ha importado mucho, me ha interesado mucho y también en lo político. Por eso mi interés por el anarquismo y por el liberalismo, que para mí son dos ideologías que han tenido de una forma muy prioritaria la pregunta de cómo acabar con el hambre. Y que son las dos ideologías que han hecho más por quitar el hambre en el mundo.
Miedo.
Forma parte de mi construcción, diríamos, educacional y que hoy, por suerte, gracias a las prácticas artísticas, puedo cambiarle la perspectiva y utilizarlo de una forma terapéutica. Intento superar el miedo, pero cuando no lo logro desde la práctica artística lo transformo en una inspiración.
Sentidos.
Es la forma de estar conectado con el mundo. El oído, el gusto, nos sigue recordando de una forma material dónde estamos y qué somos.
El amor de pareja es la imposibilidad. El amor de la amistad, que es en el que yo creo y del que soy ferviente defensor, es el motor de todo
Amor.
La imposibilidad. Si es el amor de pareja, la imposibilidad y una construcción social que hasta ahora no me ha interesado. Si es el amor de la amistad, que es en el que yo creo y del que soy ferviente defensor, es el motor de todo.
Muerte.
Es el gran interrogante que me persigue y que me alienta. Pero no hay que olvidar que hablar de la muerte es hablar de la vida, como hablar de suicidio es hablar de la vida.
Silencio.
Cada vez intento acercarme más a él. Ramón Andrés nos enseña que el silencio es un estado mental, un estado de conciencia, más que una cuestión material, eso ya lo aprendimos de John Cage, que el silencio no existe en el sentido material, pero ya sabiendo eso, trabajemos o encaminémonos hacia la toma de conciencia del silencio. Cada vez intento estar más cercano o más próximo a esa toma de conciencia.
Potaje.
Es lo cálido, lo cálido, sí, lo cálido relacionado con la familia, lo cálido relacionado con la amistad, con la paz, con la paz espiritual, lo cálido relacionado con tener tiempo, el disfrute. Hay un rito alrededor de un potaje que creo que pocos ritos lo pueden superar.
Voz.
Bueno, cada vez hablo más de voces que de voz. Dentro de unos años es posible que cambie de opinión, pero actualmente no soy un creyente de la voz como identidad, o por lo menos no persigo la voz personal como la búsqueda de la identidad, la búsqueda del yo; nos conformamos de diferentes voces y yo, en mi forma práctica del arte, lo muestro. No tengo una voz concreta, sino que tengo diferentes voces y en eso sigo. Ahí está el descubrir otros yos que nos conforman.
Música.
La música, guión sonido, es algo que nos acompaña en el día a día y que cada vez tengo más conciencia de su importancia. Por eso me interesa muchísimo música-sonido. En mis trabajos siempre está esa ambivalencia entre lo que es un trabajo estrictamente musical, que es más cercano a una expresión formal, una cuestión de industria y después está la concepción del sonido, que ya tiene que ver con otras cuestiones más políticas, más sociológicas, más antropológicas, que también me conforman.
Ruido.
Es un espacio de posibilidad, como es el silencio. Son dos espacios hermanos, espacios de liberación. A mí me persigue siempre el ruido.
Migrantes.
Nuestro devenir continuo, sobre todo somos migrantes. Estamos en éxodo constante, en exilio constante y no se puede evitar.
Placer.
Intento que sea una de las máximas en todo lo que hago. Desde esta entrevista hasta el café que me tomaba hace un rato, hasta la comida que voy a hacer ahora o la exposición que veré esta tarde.
Francisco Contreras.
Lo que pone en el DNI, que aún no sabemos en qué se conformará. Ni incluso después de la muerte, porque a nosotros nos conforman las miradas exteriores también. Por tanto es un interrogante de cada día o cada semana, como entrevistas como esta, como películas como las que hemos presentado estos días, como discos, como otros trabajos artísticos, van haciendo una especie de mapa que cada cual lo revisita y lo analiza como medianamente puede.
Niño de Elche.
Es otra parte de mí, otra parte de Francisco Contreras y claro, la línea divisoria no sabemos realmente donde está. Esta cosa del arte-vida cada vez la llevo un poco más al núcleo de su sentido. Es verdad que pertenece a un mundo de lo mercantil, es una especie de marca laboral, por decirlo así. Pero para mí es mucho más, lógicamente, habla de muchísimas cosas, más allá de cómo se confeccionó la plataforma en la cual yo ahora me expreso públicamente, tiene que ver también con las conexiones de la infancia, con una forma de entender la práctica artística paradójica. Niño, sí, porque la parte del juego está constantemente en mi trabajo y la parte de la inocencia también. Por eso me meto en proyectos de los que no tengo conocimiento, para aprender. Y Elche es paradójico porque confecciona parte de mis lógicas, pero soy una persona que tiene muchas tensiones con la concepción de la identidad. Es una contradicción que me ayuda a crear.