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Pepa Flores, la Goya de Honor que quiso ser “invisible” y a la que todos aman

Inauguración de la exposición "Marisol", que reune gran cantidad de fotografías, carteles, discos, y revistas de los años '60 y '70.

EFE

Madrid —

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Si alguien concita un consenso total sobre su idoneidad como merecedora del Goya de Honor esa es Pepa Flores. Hace mucho tiempo que no es actriz, ni cantante, pero su figura, desde que fuera niña prodigio, novia de España y símbolo del franquismo, hasta la activista que le salió “roja” al régimen, Pepa Flores ha logrado ser única e inigualable.

Retirada del cine en 1985, cuando rodó “Caso cerrado” con un joven Antonio Banderas, malagueño como ella, la artista se apartó por decisión propia de cualquier exposición al mundo del espectáculo -por mucho que el mundo del espectáculo intentó evitarlo-, y se volvió invisible; desde entonces sólo ha tenido un par de intervenciones públicas, siempre por ayudar a su familia o amigos.

Tanto es así que a esta hora se desconoce si la actriz irá a recoger su Goya de Honor. “No quiere ser protagonista”, afirman quienes la conocen, que también alaban su coherencia.

Hay quien ha comparado el impacto causado por Rosalía con la primera vez que los ojos azules y la voz angelical de una niña de once años iluminaron las grises pantallas del cine franquista. Pero cuando nació Pepa Flores, el mundo era muy diferente. Marisol era la hija que todos los padres querían tener, la niña que todos los niños querían ser...y el negocio con el que todos los productores soñaban.

Un mundo tan diferente que permitía que un productor de cine -su descubridor, Manuel Goyanes- pudiera separarla de sus padres y hacer de ella una estrella, quisiera ella o no, cosa que ocurrió a la primera, desde su debut en “Un rayo de luz” (1960), donde fue premiada en el Festival de Venecia.

“Era un personaje permanente en revistas, y de portada. Cualquier motivo merecía un posado: porque empezaba una película porque la había acabado, porque era su cumpleaños, porque se había cambiado el pelo, por cualquier cosa. Durante 12 años estuve haciendo fotos con ella”, cuenta a Efe el fotógrafo César Lucas.

Autor de la foto en la que Pepa Flores aparecía desnuda, marcando un hito en la transición, que publicó Interviú en portada en 1976 (la repetiría después con motivo del cierre de la publicación en 2018), Lucas fue el primero en fotografiar a la niña artista, en 1963.

“Marisol se convirtió en un mito. Hubo fenómenos previos como Pablito Calvo o Joselito, pero faltaba una niña, una chica. Eso fue un pelotazo increíble (...), un impacto tremendo. Se convirtió en el ejemplo para todos los niños de una época, luego creció y fue la novia de los adolescentes. Aún apartada totalmente del espectáculo, el mito sigue vivo”, afirma Lucas.

Hoy, a sus 72 años menos unos días (cumple el cuatro de febrero) y saldadas las cuentas con el pasado, Pepa Flores ya no es Marisol. Hace muchos años que la malagueña consiguió su mayor éxito: ser una persona normal.

Tras su abandono de la vida pública cuando tenía 38 años, Pepa Flores ha llevado a rajatabla su decisión. Aún cuando siguen ofreciéndole cheques en blanco por reaparecer, ella los rechaza sistemáticamente.

“Hizo lo que tenía que hacer, decidió irse y se fue. Creo que ha obrado muy bien y me alegro de que todo le vaya como ella quiere que le vaya. Tengo un recuerdo formidable y un gran cariño a distancia y me alegro mucho del premio”, señala en declaraciones a Efe el cineasta Mario Camus, que la dirigió junto a su pareja Antonio Gades en “Los días del pasado” (1978).

“Yo tuve la suerte de descubrir un registro dramático que ella no frecuentaba y para el cual también estaba dotada; era una delicia (...). Llevaba en esto desde pequeña, pero aprendió y mejoró y mostró un montón de recursos que no utilizaba en sus comedias. Era una chica colosal”, concluye el director de “Los santos inocentes” o “La colmena”, ya retirado, que hubiera sido feliz de entregarle el premio, como le pidieron, pero su salud no le permite viajar.

Histórica es también la foto de Pepa Flores, puño en alto, en un mitin del PCE, en octubre de 1983. Un año antes habían ganado los socialistas por mayoría absoluta y ella se había casado con el bailarín Antonio Gades, comunista militante, en una boda civil en Cuba, donde el propio Fidel Castro y la bailarina Alicia Alonso fueron sus padrinos.

El matrimonio tuvo tres hijas: María Esteve, también actriz, Tamara y Celia Flores, cantaora de la compañía de su padre, protagonista involuntaria de la última aparición en público de su madre, que cantó con ella en el escenario del teatro Cervantes de Málaga durante la presentación de su disco.

En 1986 se separó de Antonio Gades y en 1988 rehizo su vida con Massimo Stecchini, con quien lleva 30 años. Tiene dos nietos, Curro y Alejandra, y desde 2003 una calle con su nombre en Málaga. Y, si ella quiere, pronto podrá llevarse a casa a un amigo pesado y cabezón que simboliza todo el amor y el reconocimiento del mundo del cine a su estrella más amada.

Alicia G.Arribas

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