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Un año muy loco de la revista Mongolia

El primer año de la revista Mongolia podría resumirse con la evolución de los sobres que usan para enviar los ejemplares a sus suscriptores. Si al principio usaban la lengua, en el mejor de los casos barras de pegamento, ahora ya disponen de sobres con cierre adhesivo. Aun con el avance, nadie les libera de la tarea de ensobrar una vez al mes unos 1.400 ejemplares. Y esperan aumentar la cifra.

“Tengo ganas de que nos vaya mejor y podamos contratar a alguna empresa que se encargue de ensobrar”, señala Darío Adanti en uno de los descansos para comer pizza durante el ensobrado del nuevo número: “Sentarnos a su lado y corregirles cualquier pequeño detalle: 'Perdona, se te ha arrugado un poco el cierre'. Cosas así”.

Es martes y Fernando Rapa, Eduardo Bravo, Eduardo Galán y el propio Adanti acaban de llegar a lo que podría ser la sede de Mongolia, el bufete de su abogado y editor, Gonzalo Boye. Aparecen en dos coches que previamente han cargado con 2.500 ejemplares de la revista en Vicolozano, Ávila, donde están las rotativas en las que se imprimen sus ya 40.000 números mensuales.

La portada más “secuestrable”

A las 17.30 horas, Fernando Rapa me recoge en su coche en la salida del metro de Arturo Soria, Madrid. En otro van Eduardo Bravo, que conduce, Eduardo Galán y Darío Adanti. Mientras en el primer vehículo suenan los Clash, en el segundo se escucha a los Stones. El destino es Vicolozano.

Fernando Rapa, director de arte de la revista, me habla de la portada: “Es quizás de la que más orgulloso me siento”. Se refiere a la primera página del número 10 de Mongolia, que es en realidad el 12 si se cuentan los extras de verano y navidad. Antes de desvelarme su contenido, advierte de la importancia de que no trascienda la imagen antes de que la revista llegue a los quioscos. Asegura que es muy “secuestrable”, aunque reconoce que todas tenían algo que probablemente muchas personas querrían censurar.

Lo bueno de esta primera página, explica, es que es “heavy” pero “bella” al mismo tiempo. Y dispara: “¡Llevamos al rey tomateado!” Le gusta especialmente porque por vez primera no lleva titulares. Más tarde, ya en la imprenta, Eduardo Bravo diría que con esta primera plana queda claro que no existe un dogma sobre las presentaciones de Mongolia.

Durante el trayecto, Fernando Rapa cuenta cómo nacen los números de su revista: todo está en la nube. Los culpables de Mongolia tienen un documento en Google Docs y allí añaden a lo largo del mes cualquier ocurrencia. Muchas saldrán y muchas serán descartadas y añadidas al documento que usarán para el siguiente número.

Fernando Rapa y el resto apenas han dormido. Como todos los proyectos con tiempo para elaborarse, la confección de la revista se hace de forma apresurada la última semana con ayuda de café o, en el caso de Eduardo Bravo, mate. “Se nos ha argentinizado”, resume Darío Adanti.

Por fin, los cuatro viven, o sobreviven, ya de la revista. El equipo principal lo completan Gonzalo Boye y Pere Rusiñol. Luego están los colaboradores, que ya cobran. Durante el trayecto de vuelta a Madrid, Eduardo Bravo y Darío Adanti defienden la importancia de que la gente cobre por su trabajo y por la confianza ciega que desde un principio pusieron sobre ellos: “Nuestros colaboradores son los mejores –dice Eduardo Bravo–. A muchos de ellos les llamamos antes de que naciera la revista y únicamente les dijimos si podíamos contar con ellos para un proyecto: no les explicamos nada, ni siquiera les dimos el nombre. Y muchos dijeron que sí, sin pensar. Tras los seis primeros meses comenzaron a cobrar, tal y como estaba en nuestros planes. Además, esos que desde un principio aceptaron tendrán también acciones. Es lo menos que podemos hacer después de todo”.

La conversación sobre las colaboraciones torna en un debate sobre la situación del periodismo. Eduardo Bravo denuncia que haya gente que acepte trabajar en una publicación a cambio de nada. Darío Adanti añade la excusa de muchos medios, la visibilidad: “Visibilidad sí, claro. La del animal que se pone delante del cazador para que te pegue un tiro”.

Charlan también sobre lo que es en realidad Mongolia: una editorial. Acaban de sacar su primer libro, El libro Rojo de Mongolia, y este año tienen previsto publicar otros cuatro. Eduardo Bravo lo aclara: “Mongolia no nació solo como revista, sino que queremos ampliar miras, hacer otro tipo de cosas, pero no caeremos en el error de la mayor parte de los medios de comunicación, es decir, sacaremos nuevos proyectos pero ninguno se sustentará sobre otro. Cada uno debe tener vida propia”.

Las rotativas

El tiempo en Vicolozano oscila entre los -2º y los 5º. Fernando Rapa es el primero en llegar. Intercambia impresiones con los trabajadores de las rotativas y vigila que no se cuelen erratas. Lo hace mientras come medio sándwich y después de colocarse una gorra sujeta a la nuca que deja ver el principio de la cabellera.

La imprenta, o al menos sus profesionales, parecen idóneos para Mongolia, pues en una de sus columnas han colgado la foto de Luis Bárcenas y su peineta a la prensa con un comentario nada halagador.

Eduardo Bravo, Eduardo Galán y Darío Adanti son los últimos en llegar. “Cagados” por el frío, apenas salen del coche para colmarlo de ejemplares. Mientras Eduardo Bravo se avitualla con una chocolatina y un refresco y Darío Adanti fuma un cigarro de liar con un papel que no pega, Eduardo Galán, el hombre tras las redes de Mongolia, me saluda efusivo: “¿Cómo te ha dado por venir? Muy bien, muy bien. ¿Te han advertido ya?” “Sí, a cambio tengo que ayudaros a ensobrar”, respondo. “Eso por supuesto, pero me refería a la portada”. Sin tiempo a más, me urge, como al resto, a cargar en cadena los vehículos.

En el Barrio de Salamanca de Madrid esperan Gonzalo Boye y los colaboradores Pepo y Luis Velasco.

El ensobrado

“Venga, más rápido, vamos”. El que ordena, siempre irónico, es Gonzalo Boye, apoyado sobre el marco de una puerta mientras los demás, a su ritmo, meten las revistas en los sobres que luego se enviarán a los suscriptores. Algunos irán acompañados por billetes-sobre de 50 euros hechos por el ilustrador Diego Quijano, y un suscriptor recibirá además un billete de 500 ilustrado por Mikel Casal.

La tarea del ensobrado coincide con las semifinales de la Copa del Rey que disputan Madrid y Barcelona. Aunque ponen la radio, apenas se oye. Fernando Rapa avanza un posible titular para el próximo número: “Estamos hartos de los anuncios de la radio”.

En una mesa alargada se colocan alrededor de 1.400 ejemplares. Unos los doblan y otros los introducen en los sobres. Las pullas son constantes. “Rapa y Adanti son el claro ejemplo de la Argentina: mientras el uno trabaja, el otro siempre se escaquea”, bromea Boye.

Estas noches son siempre una excusa para cenas con pizza y vino, aunque Darío Adanti tiene un apunte para Gonzalo Boye: “Cuando sacamos el primer número recuerdo que había botellas de cava. Hoy hacemos un año pero ya no hay nada”.

El ensobre se alarga hasta avanzadas las 23.00 horas.

Las giras

De vuelta a casa, me acercan Eduardo Bravo, Eduardo Galán y Darío Adanti. Eduardo Galán es el que controla todas las citas de Mongolia. Al día siguiente estarán en un colegio Mayor en Getafe. En unos días en Huesca, luego en Barcelona y después en Bilbao. Discuten sobre el modo de ir a Barcelona.

Eduardo Galán apuesta por coger un coche en el que vayan él, Eduardo Bravo, Darío Adanti y Fernando Rapa. “Es una idea fantástica. Cogemos el coche, paramos a dormir por el camino, llegamos con calma a Barcelona y luego desde allí nos vamos hasta Bilbao y de allí de vuelta a Madrid”. Eduardo Bravo no lo comparte en absoluto. “¿Pero por qué vamos a coger un coche si podemos dormir en casa y no pasar tres o cuatro días fuera?” Darío Adanti prefiere no opinar: “A mí me da igual, que no conduzco”. “Mirad, cogemos una furgoneta y la forramos con las portadas de Rajoy ha muerto. ¡Puede ser un viaje inolvidable!”, dice entusiasmado Eduardo Galán. Responde Eduardo Bravo: “Justamente por eso es mejor no hacerlo, Galán, porque puede ser inolvidable”.