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La revuelta de las mujeres que tomaron la redacción

Cubierta del libro The Good Girls Revolt de Lynn Povich

Carmen López

A principios del pasado mes de noviembre Amazon presentó varios pilotos de las que podrían ser sus nuevas series de producción propia para el 2016, dejando la decisión de llevarlas a cabo o no en las manos del público. Algunas de las escogidas han sido el thriller Patriot, el biopic de Tig Notaro One Mississippi y The Beginning of Everything, basada en los años de juventud de Zelda Fitzgerald. Otra de sus apuestas más fuertes también pasó la criba: Good Girls Revolt, que obtuvo una excepcional acogida por parte de los espectadores y de la crítica. Por el momento su primera temporada tendrá 10 capítulos.

Las series centradas en el mundo del periodismo no siempre han tenido éxito [véase, por ejemplo, el caso de The Newsroom] aunque la estética heredada de Mad Men y la presencia de algunos nombres conocidos como el de Grace Gummer [hija de Meryl Streep], Joy Bryant o Jim Belushi se han señalado repetidamente como sus punto. Al tratarse de una ficción televisiva esos detalles son decisivos, por supuesto, pero el verdadero interés reside en la historia.

El guión está basado en el libro homónimo de Lynn Povich, publicado en 2012 por la editorial PublicAffairs, en el que la escritora relata el primer hito feminista dentro del sector del periodismo. En 1970, Povich y otras 45 compañeras de la revista Newsweek [en la serie The News Of The Week] denunciaron a la empresa por discriminación tanto en las contrataciones como en la promoción dentro del escalafón de la revista. El requerimiento de las trabajadoras coincidió con una fecha histórica de la lucha feminista: el 26 de agosto de 1970, el día en que tuvo lugar la primera huelga de las mujeres por la igualdad en la que participaron 50.000 manifestantes que recorrieron la quinta avenida de Nueva York. Se celebraba el quincuagésimo quinto aniversario de la enmienda sufragista.

“A principios de los años 70, los editores de Newsweek decidieron que el movimiento feminista tenía que ser portada. Sin embargo, había un problema: no había mujeres para escribir el artículo”, declara Povich en su libro. Según sus explicaciones, los puestos que el personal femenino ocupaba dentro de la revista eran los de repartidoras del correo, secretarias o investigadoras. En este último caso, las trabajadoras llevaban a cabo la documentación de los artículos que posteriormente firmaban los redactores, es decir, los hombres. “A cualquier periodista que se presentase a una entrevista de trabajo se le decía: si quieres escribir, vete a otro sitio. Las mujeres no escriben en Newsweek”.

La representante de las trabajadoras fue Eleanor Holmes Norton, actualmente congresista en el gobierno de los Estados Unidos y por aquel entonces abogada de la American Civil Liberties Union. Ganaron el caso, pero la dirección de la revista no cumplió sus promesas hasta que, en 1972, las periodistas volvieron a presentar una demanda. Irónicamente, la revista pertenecía a Katharine Graham, dueña de The Washington Post Company, que al enterarse de la primera demanda preguntó “¿En qué lado se supone que estoy?”. Para cuando llegó la segunda, Graham ya se había acercado un poco más a la causa feminista gracias a su amistad con Gloria Steinem y decidió tomar cartas en el asunto.

El abogado de la compañía Joseph Califano, que más tarde llegaría a ser Secretario de Salud, Educación y Bienestar Social durante la presidencia de Jimmy Carter, llevó a cabo una serie de medidas para acercarse a la igualdad. A finales de 1975 un tercio de los puestos de redacción estaban ocupados por mujeres y un tercio de los documentalistas eran hombres. Asimismo, una mujer accedió por primera vez a un puesto directivo dentro de la revista: la propia Povich fue nombrada editora jefa dicho año. Su hazaña laboral hizo que compañeras de otros medios como The Reader’s Digest, The New York Times, NBC o Associated Press se empoderasen y se atreviesen a denunciar a sus patrones por discriminación.

La historia se percibe ahora como emocionante, especialmente en su ficción televisiva. El retrato de una redacción como las de antaño, con sus máquinas de escribir y los periodistas sosteniendo el teléfono entre la cabeza y el hombro [un fallo notable: los redactores no fuman y antes de la Ley Antitabaco las redacciones eran ceniceros], aliñado con un buen vestuario y música de Jefferson Airplane aporta el atractivo visual. Las subtramas románticas y escenas como en la que Nora Ephron, interpretada por Gummer, se enfrenta al misógino redactor jefe añaden el componente pasional.

Sin embargo, la realidad fue bastante más complicada. Por supuesto, la realidad social de la época ayudó a las trabajadoras a darse cuenta de su situación de desigualdad pero empezar la pugna implicaba riesgos difíciles de enfrentar. “Cada una de nosotras tuvo que superar valores profundamente arraigados y restricciones sociales tradicionales. La lucha fue personalmente dolorosa y profesionalmente arriesgada ¿Qué sería de nosotras? ¿Ganaríamos nuestro caso? ¿Podríamos cambiar la revista o se nos castigaría? ¿Quién iba a tener éxito y quién no? Y si nuestra revuelta fracasaba ¿Se acabarían nuestras carreras o ya lo estaban de todas formas? Sabíamos que la presentación de la demanda nos protegía legalmente de ser despedidas, pero no confiábamos en que los editores no encontrasen alguna manera de hacerlo”.

La apuesta de Amazon llega en un momento clave en el movimiento feminista dentro de la industria cinematográfica. En el último año se han sucedido las denuncias por parte de actrices, guionistas y demás trabajadoras del sector acerca de la diferencia de sueldos entre sexos, la barrera de edad a la que se enfrentan las actrices o el porcentaje de puestos ocupados por mujeres en el sector. Algunas de las protestas han sido en clave de humor (y muy virales) como el sketch del programa de Amy Schummer titulado The Last F*** day of Julia Louis-Dreyfus mientras que otras han sido más iracundas, como la de Sienna Miller, que abandonó la obra de teatro en la que trabajaba al enterarse de que estaba cobrando la mitad que su compañero. Estos son solo algunos de los ejemplos de una lista cada vez más larga.

En el mundo del periodismo, por supuesto, tampoco se ha alcanzado la igualdad por la que lucharon Povich, Ephron o Susan Brownmiller en su momento. La propia autora del libro lo señala en sus páginas: “Cuarenta años más tarde, ya no existe una categoría como la de investigadora en Newsweek ni cualquier otro cargo segregado por sexo. Pero al igual que el movimiento de derechos civiles, el de las mujeres de nuestro tiempo no lo resolvió todo. Las jóvenes, por mucho que hayan destacado en sus estudios, siguen golpeando un techo de cristal en su lugar de trabajo que aunque no sea legal sí es cultural”.

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