ENTREVISTA Escritora

Rosa Montero: “Dentro de diez años saldrán un montón de novelas que traten de experiencias de soledad y aislamiento”

La buena suerte (Alfaguara), el último libro de la escritora Rosa Montero, narra la intrigante vida de un hombre que decide aislarse en un decadente asentamiento industrial y poner en pause su vida. En palabras de la autora, la novela trata “del miedo a vivir” y también “de la capacidad, pese al destrozo, que tenemos para volver a ponernos en pie, para volver a construir una vida feliz”.

Aunque acabó de escribirse antes de la pandemia, esta historia terminó de corregirse durante el confinamiento, etapa que, según Montero, dará lugar a libros que “traten de experiencias de soledad y aislamiento”. “A lo mejor de lo que se habla es de un farero que vive en una isla del fin del mundo, no de una pandemia”, vaticina desde el otro lado del teléfono.

¿La buena suerte es una crítica a la idea de anteponer lo laboral a lo personal?

No necesariamente. No quiero decir mucho sobre el protagonista porque la novela está construida como un misterio. No vamos a decir ni su profesión. La novela es como un artefacto de relojería, se dosifica cada información para atrapar al lector en esa intriga, en ese enigma. Por ejemplo, hasta el sexto capítulo no se dice la profesión del protagonista. Cada cosa tiene su peso.

Pero bueno, es un profesional de éxito y entonces, al empezar su época de mayores éxitos, dice que no es que el éxito de su profesión lo que le alejó de su mujer, es que le iba mal en la historia personal y se escapó con su profesión.

La novela trata del miedo a vivir, de la dificultad de afrontar la vulnerabilidad que nos da querer a los demás, de la catástrofe que te puede venir porque no controlamos nada de nuestras vidas. De repente, una desgracia te hiere como un rayo, que es lo que le pasa al protagonista. Va de la capacidad, pese a ese destrozo, que tenemos para volver a ponernos en pie, después de estar destrozados, para volver a construir una vida feliz.

En medio de todo esto aparece Raluca, que es el personaje más especial e incluso, en algunos momentos, lleva casi la mitad del peso de la trama.

Y más. A lo mejor no lleva todo el peso de la trama, pero es el centro, el cráter del libro. El protagonista es Pablo. Ella es la coprotagosnista y al principio era mucho más pequeña. Lo que pasa es que fue creciendo. Se ha comido el libro e incluso ha traído ella el título del propio libro. Antes, la novela se llamaba El silencio y, de repente, llegó Raluca y lo arrasó todo. Lo cambió todo. Vino con el título bajo el brazo, con La buena suerte.

Lo que nos cuenta Raluca es eso, que la buena suerte es tu capacidad para creer en la buena suerte, para buscar la buena suerte, para no rendirte. Para contarte la vida de otra manera, porque en realidad somos palabras en busca de sentido. La manera en que nos contamos a nosotros mismos nos puede salvar o nos puede condenar.

Ella es un personaje con una fuerza vital increíble, con una capacidad de alegría y con una luz que realmente es capaz de deshacer todas las sombras de la novela. Es la salvadora de todos.

¿Cómo se te ocurrió este personaje?

No conozco a ninguna Raluca. Más quisiera. Yo quiero una amiga así, me gustaría conocer a Raluca de cerca. Vino ella, fue creciendo, se fue creando la historia. Fue contando ella la historia, o sea que, salió ella sola y realmente es como una maga de la vida hermosa. 

Otra de las cosas que llama la atención es el narrador, que mezcla la primera persona de diversos personajes con un omnisciente en presente. ¿Cómo llegaste a esta fórmula?

Hay varias voces narrativas. La voz de Raluca en primera personas, la voz de Benito en primera persona y luego está el narrador, que es un narrador omnisciente, pero peculiar porque es un narrador omnisciente que, por otra parte, también interviene. Aunque, por supuesto, no existe como personaje, sí que tiene una voz un poco peculiar porque es un narrador omnisciente con un pelín más de presencia. Como si estuviera ahí contemplando las cosas. No como si fuera dios.

"Las novelas suenan en la cabeza. A ti se te ocurre una novela y se enciende como un dibujo tridimensional, lleno de colores, de movimiento por dentro de tu cabeza, que es una maravilla. Es como una galaxia".

Las novelas suenan en la cabeza. A ti se te ocurre una novela y se enciende como un dibujo tridimensional, lleno de colores, de movimiento por dentro de tu cabeza, que es una maravilla. Es como una galaxia. El gran reto es conseguir pasar eso, que en la cabeza siempre es precioso, a la realidad, que a lo mejor te queda hecho un asco. A lo mejor en el paso, pierdes todo ese toque.

Las novelas tienen su propio sonido. A mí lo primero que se me ocurre de una novela es lo que yo llamo el huevecillo, que es la idea germinal, la que te moviliza. Pero lo segundo que se me ocurre es la voz narrativa. No solo la voz narrativa, sino realmente el sonido de la novela, es decir, si va a ser coral, si no va a ser coral, si va a tener varios narradores o uno solo, qué tipo de voz narrativa va a ser y muchas más cosas. Si está contada en presente, si está contada en pasado o en futuro. Si va a tener diálogos o no va a tener diálogos.

Realmente tiene un ritmo, suena en tu cabeza y tú lo que haces es, con el oficio que has ido aprendiendo, porque escribir se aprende escribiendo, es un oficio como el del carpintero, intentar pasar al papel ese ritmo que ha martilleado a tu cabeza.

Se lee muy rápido. El ir metiendo las distintas voces le da mucha velocidad y mucho ritmo.

Sí, puede ser eso y todo lo demás. Muchas gracias por la observación. Sobre todo, también, esa estructura muy milimétrica de la dosificación de lo que sucede, además de los enigmas que se van renovando. Como lector, crees que ya te has enterado de algo y, en las páginas siguientes, te das cuenta de que no te has enterado, de que era falso. Está construido a propósito.

En las descripciones del pueblo, de la casa a la que llega el protagonista y de algunos personajes como Benito es donde mejor se ve su estilo narrativo. ¿Ese estilo se tiene o se trabaja? ¿Cómo se consigue?

Escribir es un oficio y de escribir se aprende. A escribir se aprende escribiendo, leyendo mucho, escribiendo mucho y reescribiendo mucho. Es la única manera. Pero, por otro lado, los hermanos Goncourt dicen que la literatura es una facilidad innata y una dificultad adquirida. Todos los que escribimos tenemos una facilidad en el sentido de que la inmensa mayoría de novelistas hemos empezado a escribir de niños. Nos gusta escribir, tenemos una facilidad como el niño que tiene facilidad para la música o para hacer deportes. Todos tenemos cosas que nos son más próximas, pero luego, dicen ellos, es una dificultad adquirida. Todos los escritores que a mí me interesan son aquellos que se han pasado la vida luchando contra su facilidad e intentando ir más allá, intentando aprender.

¿Este libro terminó de escribirse o de corregirse durante la pandemia?

Sí. Terminé el borrador de trabajo, que ya es un borrador muy hecho al que solo le falta la revisión final, lo terminé a principios de enero. Es un libro hecho completamente antes de la pandemia. Luego lo dejé reposar, que es lo que hago siempre, un par de meses y lo doy a leer. Y luego, durante el confinamiento hice la revisión final. Cambié cosas, pero simplemente literarias.

Durante esos meses tan raros, ¿se le ocurrió alguna idea de novela?

Ya tengo cuatro libros por delante, no fue durante esos meses, ya los tenía antes pensados. Ahora estoy preparando una especie de ensayo raro, que ya llevo tiempo preparándolo, sobre creación y locura.

¿Al estilo de La ridícula idea de no volver a verte?

Sí y de La loca de la casa.

¿Cómo se imagina la literatura que hablará de los seis primeros meses de 2020? Yo me imagino acotaciones como “se retiró la mascarilla antes de darle un sorbo al café”.

[Risas]. No sé cuántos libros saldrán de eso, con ese reflejo directo de la pandemia. Más bien creo que lo que saldrá será algo que primero tenemos que digerir, tiene que hacer carne y tiene que pasar a nuestro inconsciente y de ahí salir convertido en algún tipo de mito literario. Lo que es posible es que, dentro de cinco o diez años, de repente, empiecen a salir un montón de novelas que curiosamente traten de experiencias de soledad y aislamiento. A lo mejor de lo que se habla es de un farero que vive en una isla del fin del mundo, no de una pandemia. Pero sí que será la digestión de estos tiempos tan raros. No sabemos por dónde saldrá, pero saldrá.