Este blog se ocupará de las series más influyentes del momento, recomendará otras que pasan más desapercibidas y rastreará esas curiosidades que solo ocurren detrás de las cámaras.
'Archer: Danger Island', la comedia más descerebrada vuelve a reinventarse
Con series como Archer, el espectador avezado ha vivido casi de todo. Empezó siendo una parodia del cine de espías que seguía las andanzas del ISIS (Servicio Secreto de Inteligencia Internacional en sus siglas en inglés), una agencia de espionaje de poca monta con un agente estrella: Sterling Archer. Un tipo alcohólico, desastre, emocionalmente inestable pero absolutamente eficaz en su trabajo. Reflejo autoconsciente e irónico de lo que sería James Bond si fuese un personaje algo más realista, y con más sentido del humor.
Sin embargo, con el tiempo la serie creada por Adam Reed –autor entre otras de Frisky Dingo y Laboratorio Submarino 2021– se convirtió en otra cosa totalmente distinta. Archer evolucionó hasta ser un contenedor de comicidad en el que cabía cualquier tipo de artificio ocurrente y burlesco, por bestia que fuese. Así fue como, en sus aventuras, los héroes de esta agencia iban al espacio, se metían en el cuerpo humano, tenían hijos entre ellos, se las veían con ciborgs asesinos e incluso traficaban con droga en una especie de road movie llamada Miami Vice. Hasta que llegó el final de la séptima temporada que dejó a Sterling Archer en coma y que reinventaría la serie por completo.
Luego vino Archer: Dreamland, que se puede ver en Movistar+ hasta el 31 de julio, un homenaje al cine noir ambientado en los años veinte. Y ahora Archer: Danger Island, que nos lleva hasta una isla en mitad del pacífico en la que todo es nuevo pero el sentido del humor sigue siendo tan irreverente como siempre.
El placer de volver a nacer
Tras lo ocurrido en la séptima temporada, el equipo creativo de Adam Reed decidió que la serie debía dar un giro de 180 grados en cada nueva aventura. Por eso, la octava transcurrió enteramente en la cabeza de un Sterling Archer en coma. Entonces, el héroe interpretaba a un detective privado que recorría las calles de su ciudad en los años veinte para encontrar al culpable de la muerte de su compañero Woodhouse. Episodios de tono más sombrío que terminaban, incluso, con un toque emotivo que buscaba explicarnos la soledad a la que le ha condenado su forma de ser.
En Archer: Danger Island –la novena temporada–, nuestro protagonista sigue en coma. Pero ya no queda ni rastro del mundo de los años veinte que habíamos visto. Ahora, el espía se imagina a sí mismo como un piloto tuerto y alcohólico que se estrella con su avioneta en la isla Mitimotu en mitad del Pacífico.
Estamos en 1939, la Segunda Guerra Mundial está a punto de estallar pero a él poco le preocupa, pues le urge más sobrevivir a los peligros de una isla en la que conviven dragones de Komodo, anacondas, babuinos súper inteligentes, nazis, arenas movedizas, piratas y caníbales.
Adam Reed ha descubierto el placer de reinventarse en cada temporada, tanto estética como temáticamente. Cambiando las localizaciones y decorados, ambientación y juegos referenciales por otros nuevos, pero manteniendo el espíritu macarra que hizo célebre su serie.
Adiós espionaje, hola aventura
Como ocurría con la temporada anterior, los personajes con los que nos hemos ido familiarizando –y encariñando– a lo largo de toda la serie siguen presentes, pero sus roles son radicalmente distintos. Un juego de espejos y perspectivas que añadía humor y nuevas capas de interpretación a cada uno de los miembros del ISIS. Al fin y al cabo, si todo sigue siendo producto de la imaginación de un Archer en coma, en realidad los personajes que vemos son proyecciones de cómo los ve –y les odia–, él mismo.
Archer ya no es un espía infalible sino un desgraciado piloto. Su compañera de trabajo y madre de su hija, Lana Kane, ahora es una exótica princesa indígena. Su madre y jefa del ISIS, Malory, ahora regenta un lujoso hotel en mitad de la jungla. Y las administrativas de oficina Pam y Cheryl son ahora su fiel y violento copiloto y una mujer que estaba en la isla de luna de miel.
Archer: Danger Island nos suelta en un entorno inigualable para la acción, una jungla que convierte lo que era una parodia del cine de espías clásico, en una comedia que se nutre de una herencia aventurera que va desde Indiana Jones a Perdidos pasando por Holocausto caníbal.
Todo cambia y, a su vez, lo esencial permanece intacto: la frescura y su tratamiento sin prejuicios de la comedia negra, su crueldad y cinismo en su crítica social y su capacidad para la parodia cinéfila.
Con series como Archer, el espectador avezado ha vivido casi de todo. Empezó siendo una parodia del cine de espías que seguía las andanzas del ISIS (Servicio Secreto de Inteligencia Internacional en sus siglas en inglés), una agencia de espionaje de poca monta con un agente estrella: Sterling Archer. Un tipo alcohólico, desastre, emocionalmente inestable pero absolutamente eficaz en su trabajo. Reflejo autoconsciente e irónico de lo que sería James Bond si fuese un personaje algo más realista, y con más sentido del humor.
Sin embargo, con el tiempo la serie creada por Adam Reed –autor entre otras de Frisky Dingo y Laboratorio Submarino 2021– se convirtió en otra cosa totalmente distinta. Archer evolucionó hasta ser un contenedor de comicidad en el que cabía cualquier tipo de artificio ocurrente y burlesco, por bestia que fuese. Así fue como, en sus aventuras, los héroes de esta agencia iban al espacio, se metían en el cuerpo humano, tenían hijos entre ellos, se las veían con ciborgs asesinos e incluso traficaban con droga en una especie de road movie llamada Miami Vice. Hasta que llegó el final de la séptima temporada que dejó a Sterling Archer en coma y que reinventaría la serie por completo.