Este blog se ocupará de las series más influyentes del momento, recomendará otras que pasan más desapercibidas y rastreará esas curiosidades que solo ocurren detrás de las cámaras.
'Gigantes' temporada final: la importancia de apellidarse Guerrero
“Justo cuando pensaba que estaba fuera, vuelven a involucrarme”, se lamentaba Michael (Al Pacino) en una memorable escena de El Padrino. Parte III. El antiguo Don, tras haber sido castigado por sus actos y perder a su familia más cercana, pensaba que podía por fin apartarse del negocio criminal en la última entrega de la trilogía de Francis Ford Coppola, pero se equivocaba. Porque ser el hijo de Vito Corleone tiene un precio, y el peso de la sangre no puede ser dejado de lado.
La necesidad acuciante de una redención, ya sea motivada por las malas decisiones o una herencia asfixiante, ha sido parte troncal de múltiples dramas mafiosos, desde Atrapado por su pasado de Brian De Palma hasta Posibilidad de escape de Paul Schrader. Y ahora, en la segunda y última temporada de Gigantes, esta redención imposible pasa a primer plano, cuando los hermanos Guerrero se disponen a rendir cuentas con su pasado y son testigos de cómo su familia y el imperio construido durante años están a punto de desmoronarse.
El destino de estos protagonistas estaba escrito desde hace mucho tiempo. Enrique Urbizu, junto a su habitual Michel Gaztambide y el guionista Miguel Barros, nunca pensaron en Gigantes como una serie proclive a alargarse durante varias temporadas, sino como una historia con un final muy claro que tardaría en alcanzar justo lo que necesitara, ni más ni menos. Es por ello que su primera temporada —o su primera mitad, como sería más apropiado llamarla— se extendió únicamente a los seis capítulos, y esta nueva entrega dura otro tanto.
La concepción de Gigantes como una épica película de 12 horas no es casual, ya que en ella se entrecruzan tanto numerosos e ilustres referentes cinematográficos —hablamos de la dimensión trágica de El Padrino, sí, pero también de la violencia y suciedad de El precio del poder—, como un plan narrativo perfectamente delimitado. La decisión de que [SPOILER] Abraham (José Coronado) muriera en el segundo capítulo obedece exclusivamente a dicho plan, y a la necesidad de que sus hijos se erijan como los verdaderos protagonistas de la historia.
Pero, ¿qué es lo que quieren estos tres hermanos? Es complicado. A Daniel (Isak Férriz), tras varios años en la cárcel, le gustaría recuperar lo que es suyo. Tomás (Daniel Grao), luego de haber conseguido una elaborada fachada para sus actividades delictivas, se conformaría con mantenerlo. Y a Clemente (Carlos Librado “Nene”), el más pequeño de los hermanos, sólo le gustaría llevar una vida donde apellidarse Guerrero no tuviera relevancia alguna, ni determinara su destino para los restos.
Sin embargo, no es posible. No cuando la familia corre peligro. Y, como el mismo Michael Corleone cuando su padre sufre un atentado y tiene que tomar cartas en el asunto, has de actuar rápido. Echar mano de las armas, y defender el legado de quienes quieren hundirlo en el fango. Ya sean policías, mafias rivales, periodistas o incluso, quién sabe, antiguos amores.
El futuro tiene nombre de mujer
Enrique Urbizu lleva cerca de treinta años siendo un maestro del thriller, y demostrando que su discurso congenia particularmente bien con personajes extremos, de una masculinidad agresiva y ominosa que tiende puentes con antihéroes clásicos del género como Tony Montana o los personajes de Humphrey Bogart. Santos Trinidad, protagonista de No habrá paz para los malvados, se ofrecía como una amalgama de todos ellos, acompañada de una mala leche netamente española, pero ya bien al comienzo de Gigantes se percibía una voluntad de cambio, de romper con estos viejos moldes.
Y es que la historia de los hermanos Guerrero es también la de las mujeres que los acompañan, los aman, o buscan activamente su destrucción. Es la historia de Márquez (Elisabet Gelabert), inspectora de la Udyco que no descansará hasta meter a los Guerrero entre rejas. También es la de Lucía (Juana Acosta), dispuesta a que sus negocios ilegales salten a la luz pública. O la de Bárbara (Xenia Tostado), otra policía con un vínculo más personal de lo deseable con los protagonistas. Pero, sobre todo, es la historia de Carmen (Sofía Oria).
La hija de Tomás y Sol (Yolanda Torosio) apenas tiene dieciséis años pero, de entre todos los descendientes de Abraham, es la que mejor conserva su carácter. Mientras que tanto su padre como sus tíos son habitualmente presas del egoísmo o, sobre todo, de la necesidad de legitimar su hombría a través de actos impulsivos, la más joven de los Guerrero sabe sobreponerse a todo esto, y mantener la cabeza fría ante los desafíos que vienen.
El arco de este personaje ha estado muy cuidado desde su presentación, y pese a haber atravesado sus paréntesis de vulnerabilidad, Urbizu y compañía lo han dejado todo preparado para que, en esta temporada final, ella tenga un papel preponderante. Y para que, mientras los Guerrero con más edad se vean obligados a aliarse por un bien mayor, Carmen mantenga la cabeza alta y sea, al final, la única capaz de plegarse a la gigantesca sombra de su abuelo sin que ésta acabe por aplastarla.
Porque esa es otra. En esta última tanda de capítulos Daniel, Tomás y Clemente no sólo deben anticiparse a la amenaza de familias rivales que quieren acabar abruptamente con la hegemonía de los Guerrero, o tratar de seguir esquivando la presión policial: también han de enfrentarse entre sí. Daniel no olvida la traición de Tomás, y Clemente tampoco podrá permanecer ajeno a este conflicto fratricida, capaz de hacerles más daño que cientos de clanes colombianos.
Todo acabará por estallar, cómo no, en un catártico baño de sangre. En una lucha sin cuartel donde al final, y como siempre, sólo el espectador acabará alzándose victorioso, extasiado ante una de las ficciones más potentes y demoledoras que ha dado nuestra producción televisiva.
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