Jessica Jones libera a las heroínas del cuero
En 1970, un adolescente empezaba a coquetear con el troskismo en una Suecia alejada del ideal democrático que ahora le concede la totalidad del planeta. El chaval enarbolaba ideales integradores y tolerantes mientras recibía amenazas de muerte y los neo fascistas agujereaban sus ventanas a tiro de piedra. En este ambiente crispado por la lucha de derechos, una chica de su barrio era brutalmente violada por tres amigos del instituto. Los gritos de Lisbeth se escucharon por todo el bosque y retumbaron especialmente en los oídos del chico, que quedó paralizado por el miedo y no corrió en su ayuda.
Años más tarde, un adulto Stieg Larsson redimía su culpa en la saga Millenium y daba forma a uno de los personajes femeninos más poderosos de la literatura.
Un suceso oscuro, pero inspirador para el sueco, que convirtió a Lisbeth Salander en una heroína póstuma para su creador. Los detalles creativos fueron desvelados por el periodista turco y amigo íntimo de Larsson, Kurdo Baksi. “Después de ese traumático episodio, todas las mujeres de sus novelas tomaron un cariz independiente. Luchaban. No se rendían. Justo como él deseaba que ocurriese en el mundo real”, relataba Baksi en su libro The man behind the girl with the dragon tattoo.
Es sabido que existe una escasez y desigualdad de personajes femeninos interesantes en las páginas y las pantallas. Pero sería injusto reducir una figura del nivel de Salander a una preponderancia por su género, pues es mucho más. Como también lo es Jessica Jones, la nueva gallina de los huevos de oro de Netflix. En un primer momento las comparaciones podrían ser descabelladas. La lóbrega novela nórdica no parece confluir con el estilo pulp de los cómic estadounidenses en apenas una letra. Entonces, ¿en qué nos recuerda Jones a Salander? En que ambas tienen un pasado de abusos y violencia que las convierten en iconos de verdad, en reflejo y esperanza 'épica' para una sociedad real.
Según argumentos analógicos, en dos géneros como son el policiaco y el de superhéroes, dotar de un mundo interior a los protagonistas era un detalle indigesto que distraía de la trama principal. Pero en el siglo XXI, donde los mitos están para tumbarlos, asistimos a una era en la que los buenos a veces actúan por sus instintos más perversos y los malos rascan su corteza para descubrir una humanidad latente.
¿Antiheroínas? No, más heroínas que nunca
Jessica Jones trabaja como detective privado en la Gran Manzana. Le gusta beber, mucho, manipula a la gente desde el váter de su sucio apartamento y se le olvida comprar papel higiénico. Solo tiene tiempo y ganas de sexo de una noche y es de las que se marcha sin avisar. Jessica Jones es fría, elocuente, cínica y convenientemente soez. Y posee una fuerza sobrehumana. Es esto último lo que la convierte en parte de la camada menos extraordinaria del universo Marvel; y todo lo demás es lo que encandila a los espectadores y le aleja de la categoría superheroica.
Con el paso de los minutos descubrimos que Jessica no es el arquetipo de heroína altruista que trepa árboles para rescatar gatitos indefensos. Esta mujer terrenal, pasada de rosca y sin motivación aparente en la vida, se mueve por los instintos que le genera su propio pasado. Y estos obedecen a una total aversión a Kilgrave, un villano controlador de mentes que le provoca una especie de síndrome de Estocolmo.
Jessica Jones espía, escucha, se camufla, salta desde edificios y ordena papeles con el único objetivo de capturar a su “violador”, como ella le categoriza. Toda buena acción, desde salvar a una pobre chica que corrió la misma suerte que ella hasta proteger a su torpe hermana adoptiva, es colateral. “Yo me ocupo de Kilgrave”, repite la joven una y otra vez. Una sed de venganza que paradójicamente retrasa su cénit hasta los límites de la desesperación. ¿Le convierte eso en una antiheroína? No, le convierte en mitad ser humano herido, mitad bestia luchadora.
Estamos acostumbrados a conocer la historia de los personajes a través de un intervalo de experiencias muy limitado, y a veces se necesita contexto. Lisbeth Salander es una auténtica bomba de relojería. Pero también una víctima de malos tratos por parte de su padre, un agresivo espía ruso. Jessica Jones es sarcástica y no sonríe porque vive en un eterno trauma, tiene pesadillas con el apuesto británico que la manejaba como un títere para forzarle física y psicológicamente. Ambas se obsesionan con Los hombres que no amaban a las mujeres, aunque justifiquen su violencia a través de ese amor. Tristemente, una realidad repugnante que nos resulta de sobra conocida.
Por tanto, no existe en la creación de Netflix –como en la trilogía de Larsson- una escala de grises, solo de tonos negros. Y es esta escala de psicoterror, violaciones, adulterio, drogadicción y narcisismo lo que deja obsoleta a la definición clásica de antiheroína. Son mujeres que no precisan ser salvadas, porque ellas, al igual que fueron víctimas, ahora son más heroínas que nunca.
Fuera cuero
La mente humana es curiosa. Cuando se conoció aquel episodio oscuro sobre la adolescencia de Stieg Larsson, muchos despojaron de todo valor heroico a Lisbeth Salander. Pronto esta andrógina “cara del nuevo feminismo” fue reducida al demonio que perturbaba la conciencia del escritor. Sin embargo, ese componente macabro de Jessica Jones es lo que ha rescatado al personaje del anonimato.
Jones es la chica de tus sueños y la de todo su vecindario, pero no gracias a Marvel Cómics. Los orígenes en las viñetas de nuestra heroína se alejaban bastante de lo que ahora conocemos. La primeriza Jessica, antes de aparecer en 2001 en la serie Alias de Max Cómics, era un personaje secundario y calzaba el trillado traje de cuero que ya condenaron en el New Yorker.
En el editorial, la periodista Jil Lepore cuenta la experiencia, en forma de crónica, tras ver con su hijo de 10 años Los Vengadores y tras leer el cómic más femenino de Marvel, The A Force. “La visión de la mujer deriva del look de 'revista para caballeros', con nombres que evocan a personajes pin up, donde ser mujer es sinónimo de ser hermosa, hipersexualizada y un poco rebelde”. Pues Jessica Jones o Knightress -su nombre artístico- era un poco de todo esto y no convenció a nadie con su personalidad eclipsada y su estética voluptuosa.
Así que, además del trasfondo turbador y del sarcasmo, agradezcamos a los estilistas de Netflix los vaqueros desgastados, la sudadera gris y las botas roídas. Un paso más para liberar a las superheroínas de la dictadura del cuero.
El embrujo del falso feminismo
No se trata únicamente de que Jessica Jones tenga un carácter fuerte, beba whisky sin destilar de la botella o no se preocupe lo más mínimo por su atuendo. Es que el universo de Marvel que ha orquestado Netflix se rinde ante una renovación total respecto al cómic originario. Y en este rediseño todos los dardos se han lanzado en bandada hacia el mismo centro: el feminismo.
Jessica hace de topo de una soberbia Carrie-Anne Moss que interpreta a la abogada Jeryn Hogarth. Adúltera, lesbiana, controladora y egocéntrica. Una explosión de mujer de armas tomar que en la tira ilustrada original es... ¡Un hombre! Además, en la serie cuidan especialmente la relación de la protagonista con Trish, su hermana adoptiva, periodista de éxito y la persona que humaniza a la impasible Jessica Jones.
Todas ellas, causando el estupor de los críticos -en su mayoría hombres- con su halo de autonomía, podrían ser los adalides de ese feminismo fantástico perseguido por la productora. Sin embargo, algo se torna distinto cuando son las mujeres las que escriben reseñas sobre Jessica Jones, como coinciden en el diario francés L’Express, en el magazin neozelandés Stuff o en Entertainment Weekly. Los personajes secundarios femeninos empiezan siendo como un puñetazo en el pecho, pero a lo largo de los episodios se desdibujan y te permiten recuperar el aliento. Por el contrario, tal ha sido la querencia por encumbrar a las mujeres, que los personajes masculinos no solo quedan en un plano obsoleto, sino que -excepto el del villano Kilgrave- todos son de un perfil manejable y bobalicón que les reduce a simples parias.
El punto débil Jessica Jones es, entonces, no hallar un equilibrio de géneros de la misma forma impecable que lo hace con la idea del bien y del mal. Como en la vida, esto no es una guerra de sexos por ver quién come la tostada a quien en pantalla. Hablamos de paridad y de minuciosidad en todo el poliedro de caracteres para crear un cosmos a la altura de su heroína.