Alfredo Sanzol triunfa pero no arrasa en los Premios Max
Si a estos XXIV Premios Max les quitásemos los últimos cinco minutos, diríamos que fue una gala medida, correcta y aburrida como es imposible que no lo sean este tipo de certámenes. Algo difícil de evitar cuando el espectador raramente conoce ni la mitad de los más de veinte artistas que fueron premiados la noche del lunes en el Teatro Arriaga de Bilbao. Pero detrás de la gala estaba uno de los hombres con más talento y conocimiento de la escena, Calixto Bieito, que fue cocinando a fuego lento al espectador.
El evento comenzó tibiamente reivindicativo. No parecía que el número de apertura, cabaretero e incorrecto, de Asier Exteandia hubiera prendido en los premiados. Exteandia interpretó, sin ser Ute Lemper o Marianne Faithfull, una vigorosa versión del tema que compusieran Kurt Weill y Bertolt Brecht para su obra Happy End, Bilbao Song. Bieito comenzaba así su dramaturgia en torno a la ciudad, y por ende a Euskadi, sobre la que iba a pivotar toda la gala.
Deborah Macías recogió el primer premio al mejor diseño de vestuario por la obra Nise, una pequeña joya de Ana Zamora, una más, sobre la tragedia de la reina portuguesa. La obra, que optaba a tres galardones, se quedaría tan solo con este reconocimiento que Macías aprovechó para apoyar las reivindicaciones de la Plataforma de Técnicos afectados por la OEP 2018. Radio Televisión Española evitó enfocar en estos momentos al ministro de cultura, Miquel Iceta, que asistió a la gala junto con el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, y la directora general del INAEM Amaya de Miguel. “Los telones no se suben sin técnicos”, espetó Macías.
Así, durante toda la gala muchos de los premiados fueron mostrando su apoyo, sin mucha alharaca, a esta causa. Un apoyo que sonó a necesidad en palabras del triunfador de la noche Alfredo Sanzol, director del Centro Dramático Nacional, que consiguió tres premios Max con su montaje El bar que se tragó a todos los españoles. La obra fue premiada con el la distinción al mejor diseño de espacio escénico y con dos de los grandes: mejor espectáculo de teatro y autoría teatral. Este montaje es claramente, sea sainete simple o maravilla escénica, según el gusto, el gran éxito teatral de los últimos años. Quizá supo a poco y parte del público echó de menos que no se llevase el premio del mejor actor Francesco Carril que se ha convertido con esta obra en el Óscar Ladoire del siglo XXI. Pero en este caso le ganó la mano uno de los grandes de Cataluña, Joan Carreras, actor que ha arrasado en el Teatre Salt con el montaje sobre Ricardo III Historia d’un seglar, obra además escrita y dirigida por uno de los autores más relevantes de Latinoamérica, el uruguayo Gabriel Calderón.
Otra de las sorpresas en detrimento de Sanzol, aunque todo quedaba en casa ya que también era producción del CDN, fue el premio a la mejor dirección de escena para la obra Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach que recayó en los jóvenes Marcel Borràs y Nao Albert. Atención a este último que se está convirtiendo en puro animal de teatro siendo capaz de un día estrenar con la Needcompany de Jan Lawers un gran montaje sobre Shakespeare y al día siguiente recoger un Max con esta obra que parece haber enganchado al público joven que abarrotó el tradicional Centro Dramático Nacional cuando allí se estrenó.
La gala, como era inevitable, entró en esa consecución cansina de premios y agradecimientos. Además, el espacio escénico, ocupado por la más que solvente Bilbao Sinfonietta, dejaba tan solo una plataforma circular mínima para las actuaciones. No había lucimiento de luz y espacio. Así, los clásicos números de danza de la gala quedaron apretados como en la actuación de la bailarina Adriana Bilbao o de Paula Parra, aunque esta última tenía difícil asidero. Parecía empeñado Bieito en llevar su lema de esta edición a rajatabla: “convertir toda la ciudad en un escenario”, salirse de la escena.
El versolari Jon Maia cantó con rotundidad desde un palco, entregaron premios la jefa de sala del teatro, la taquillera, cantó en vasco la cantante guineana Afrika Bibang y de manera intermitente condujo la gala Yogurinha, cabaretera y querida travesti vasca conocida por frases como “Soy abertzale, maritxu y de izquierdas”. En la gala nos regaló otra de sus descripciones valleinclanescas: “Soy disléxica, travesti y autónomo”. Diversidad, normalidad lingüística, pero sin proclamas ni exabruptos, sin dejarse llevar por la farsa. Algo que no obvió dardos dirigidos al presente actual político español muy claros como el momento en que Yogurinha cantó una de las canciones de su espectáculo para niños.
Otros de los ganadores claros de la noche fueron los zaragozanos de Nueve de Nueve Teatro que consiguieron con su obra Con lo bien que estábamos (Ferretería Esteban) dos merecidos galardones: mejor composición musical para espectáculo escénico y mejor labor de producción. Compañía pequeña aragonesa que ha conseguido con este espectáculo musical de farsa negra enganchar con el público. Tuvieron la inteligencia de llamar a uno de los directores que más vienen pujando, el andaluz José Troncoso, director que además resultaba perfecto para la propuesta. Finalmente, en teatro cabe destacar los dos premios que consiguió el montaje de Julio Manrique sobre la obra de Chéjov Las tres germanes, Mireia Aixalà ganó el galardón a la mejor interpretación femenina y el propio Manrique a la mejor adaptación.
Los premios relativos a la danza fueron este año más territoriales, así la producción valenciana La Mort i la Donzella ganó tres galardones, mejor espectáculo de danza, mejor coreografía y mejor iluminación. Todo un logro del teatro público valenciano. El mejor intérprete de danza recayó en Iván Villar por el montaje de Leira de la compañía gallega Nova Galega de Danza, y la mejor intérprete lo hizo en una de las figuras incipientes de la danza vasca, Iratxe Ansa por su obra Al desnudo.
Tuvo también la gala sus momentos más emotivos como en el premio de honor a la gran actriz Gemma Cuervo que fue recibida por su hija Cayetana Guillén Cuervo y por un largo aplauso del respetable que la actriz tan solo pudo agradecer. El otro momento fue, como todos los años, aquellos miembros de la SGAE que han fallecido este año, un curso especialmente difícil por la relevancia de alguno de los fallecidos como Pilar Bardem, Hermann Bonnin, Francisco Brines, Caballero Bonald, Mario Camus, Monserrat Carulla, Ángel Gonzalez, Gerardo Malla, Enrique San Francisco, Alfonso Sastre o Gerardo Vera.
La gala llegaba a su fin, bien medida, con momentos de finura como la aparición de Bernardo Atxaga recitando las palabras del poeta bilbaino Blas de Otero en las que rememoraba un Arriaga en tiempos de la Segunda República. Un teatro donde el poeta pudo ver el montaje de Bodas de sangre de Margarita Xirgu. Con otros momentos más olvidables, con la sensación de haber cubierto expediente, tanto en el palmarés territorialmente repartido como en una gala integradora, poética, claramente vasca y en la que además no había habido ningún fallo garrafal que la lastrara. Incluso el discurso de un envejecido Presidente de la Fundación SGAE, Juan Jose Solana, fue emotivo al recordar su difícil paso por el hospital enfermo de la COVID-19. Su agradecimiento a médicos y enfermeros estuvo cargado de emoción sincera. Este año no ha habido premios al flamenco y quizá, algo no relacionado, su palmarés de danza sea de los más flojos. Durante los próximos días todo será comentado y analizado.
Pero faltaba el final. Ya en el último premio, al de mejor autoría, que recayó en Alfredo Sanzol, el público pudo ver a un Cervantes de Saavedra apaleado, entre fantasmal y carnavalesco, sentado en el proscenio. Una vez acabados los premios, el Coro Infantil de la Sociedad Coral de Bilbao ocuparó el frente del escenario y sin uniformes, vestido de civiles, de jóvenes, cantaron Baga biga higa, canción compuesta por el cantautor vasco Mikel Laboa en 1969 en la que la letra procede de dos poemas onomatopéyicos del folklore vasco. Preciosa canción a capela en la que ese Cervantes medio travestido, con cara de alucinado demente, que no es otro que Asier Exteandia, fue incidiendo, cada vez con tono más descarnado, con dos de los textos más fundamentales, visionarios y del teatro español. El primero, uno de El Público de Federico García Lorca, y el segundo, la conocidísima perorata de Max Estrella en Luces de Bohemia, en el que Valle Inclán expone su teoría del esperpento. Dos textos duros con el ser humano y con España. Y una lectura desde el lado de los muertos que Etxeandía consiguió hacer cuerpo y al mismo tiempo incardinar con la música y la letra de la canción. Etxeandia apoyado en la onomatopeya y el verbo duro de Valle y Lorca nos recordó, así, que no todo es sainete y que el teatro es también experimentación y lugar sagrado. Uno de los momentos más agraciados de la historia de los Premios Max que la platea supo responder con aplauso entregado.
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