Crítica ácida al sistema, masturbaciones y rebeldía o cómo Cristina Morales transforma su literatura en teatro
En 2017 Cristina Morales estaba trabajando sobre sus cuatro célebres mujeres con discapacidad, protagonistas de la novela Lectura fácil (Premio Nacional de Literatura 2019) cuando lanzó el laboratorio “Danzantes anarquistas, anarquistas danzantes” en el centro ocupado y autogestionado de Can Vies en el barrio barcelonés de Sants. Al cartel-collage que preparó en busca de compañeras de baile, le sumó unas octavillas: “Oscilaremos entre varios polos: de un lado el sueño de volar, y del otro la fuerza de la gravedad, de un lado el ideal del cuerpo libre, del otro el adiestramiento que subyace de ese ideal. De un lado el deseo de salir de uno mismo, del otro el miedo a perderse y hacerse daño. De un lado la plenitud, del otro el riesgo de la caída”. Élise Moreay y Elisa Keisanen acudieron a la llamada del cartel-collage de “Danzantes anarquistas, anarquistas danzantes” y en Can Vies se dieron cita y los primeros pasos.
Bajo la instrucción de Cristina Morales de “vamos a intentar hacer algo que realmente nos dé placer”, los cuerpos congregados soltaban cadenas y experimentaban al compás (o no) de la música, el moverse y dislocarse, recolocarse y construirse, y sobre los límites del contacto y el goce respecto a las otras. Danzar sin límites, ni normas ni reglas, lejos de coreografía. Cuenta Élise Moray que Iniciativa sexual femenina nació con el goce de jugar y de ser (durante un rato) quien te dé la gana ser. Una mesa de por medio da lugar a Cristina Morales masturbándose con una pata mientras que Élise y Elisa se frotan con una botella. Cristina llegó a reconocer que se fisuró el coxis ensayando esta escena.
En Catalina, su pieza de danza actual, por supuesto hay mesa y hay roce, pero el placer y el contacto es más sosegado. “La sexualidad, el sexo y la pasión tienen tanta cabida en escena porque es el traslado que hago de la vida. Si en mi vida son importantes se manifiesta en la escena y en la escritura, porque ambas cosas son partes de la vida”, añade Cristina Morales. La escritora considera que habría que ampliar el concepto de masturbación: “Si salimos de la idea heteronormativa y liberal, ampliando el concepto de masturbación, yo me masturbo en cada bolo, ensayo y estiramiento. Yo si no hubiera placer de por medio no bailaría”. Ver Catalina es ver pogos feministas, palpar la energía feroz y sexual de las tres.
“Si hay algo que nos une germinalmente es la falta de dinero para poder acudir a clases de danza, talleres de danza o espacios de ensayos asequibles. Y luego está el hecho de que nosotras tres somos muy críticas con la metodología de la danza”. Cristina Morales quiere poner de manifiesto que el espacio de la casa okupada fue determinante para que surgiera las propuestas creativas y expresivas del colectivo “porque no es lo mismo la danza que se hace en una escuela prestigiosa que en una casa okupa”. Élise Moray piensa que en la academia hay una clara presión para que los cuerpos sean productivos, para conseguir un producto vendible y bello “y en la okupa tenemos el espacio para hacer lo que nuestros cuerpos desean. Y eso es la danza de la libertad”.
“Ahora trabajábamos con instituciones y espacios municipales de Barcelona porque aunque la creación de la danza con pocos medios da gran libertad, nosotras tenemos que vivir, entonces nos vemos en el dilema de encontrar espacios que nos puedan acoger y de los que podamos vivir”, comenta Élise Moray. Las etiquetas con las que se definen como colectivo son: feministas, libertarias y antiacademicistas. Consideran que la danza siempre es política, “lo que pasa que puede ser políticamente combativa o dada a mantener lo que está establecido”. Tanto Élise como Elisa son licenciadas en danza, así que, desde el conocimiento, se manifiestan críticas. “A mí me pesaban cada semana, me regañaban por poner 100 gramos. No teníamos derecho a tener novios y locura sería tener novias. La academia se mete en tu vida, más allá de la vida artística claro”, cuenta Élise.
En los espectáculos hay escenas planificadas, pero imperan los espacios en los que cada cuerpo, cada bailarina, maneja su sentir como le guste. Puede que un día una función sea diferente a la del día anterior. Incluso que alguien se levante asustada. Cristina Morales reconoce que “mil veces han salido de la sala. La primera que hicimos cobrando un trozo de Catalina, por ejemplo, la gente identifica la palabra danza con el Lago de los cisnes y la belleza estética. Vimos a un montón de chicas con el pelo recogido y mallas de hacer ballet, venían con sus padres. Y no ellas, sino sus padres, al rato de empezar nosotras, las arrancaban de los asientos. Fue un acto de violencia porque las niñas estaban curiosas y expectantes”.
Las tres bailarinas tienen interés en los cuerpos no domesticados, en los que no les interesan ni pasan el filtro de las academias ni estándares: “Nos gustan porque tienen poder, y los cuerpos poderosos dan miedo porque rompen con lo convencional”. Sobre sus desnudos (o semidesnudos) comentan que son logísticos y funcionales: “Si yo quiero tocarle el culo, ella tiene que estar sin bragas. Los desnudos no los vemos como algo provocador sino liberador. Como cuando te desnudas en tu casa, que lo haces porque te sientes bien aquí”. En la presentación de la web de Iniciativa sexual femenina podemos leer: “un colectivo que huele a coño”. Cuentan que bailando se suda y los fluidos corren, así que “las salas huelen”. Cristina Morales considera que la danza está pensada visualmente y ellas creen que olor es algo a reivindicar.
Iniciativa sexual femenina interpretarán la obra Catalina del 5 al 8 de noviembre en el Teatro del Barrio de Madrid, aunque las butacas ya están agotadas debido a la reducción de aforo. Además, los días 6 y 7 llevarán a cabo el taller de danza y performance Cuerpo-problema, dirigido a cualquier persona con o sin experiencia escénica y en el que los cuerpos no normativos son especialmente bienvenidos.
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