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La historia de la joven que perdió un ojo por una bala de ‘foam’ en las protestas de apoyo a Pablo Hasél llega al teatro

Una de las imágenes de presentación de 'Azul', de Rakel Camacho

Pablo Caruana Húder

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Hace ya más de tres años, el 16 de febrero de 2021 una mujer de 19 años perdía un ojo. Un proyectil de foam, balas de goma utilizadas por los Mossos d'Esquadra, mutiló a esta joven cerca de la comisaría de Balmes (Barcelona), donde se manifestaba en contra de la entrada en prisión del cantante Pablo Hasél condenado ese mismo mes de febrero a la pena de nueve meses y un día de prisión a la que le sentenció el Tribunal Supremo en mayo de 2020 por enaltecimiento del terrorismo e injurias contra la Corona y las instituciones del Estado. Después se sumarían otras condenas.

En aquel momento, España salía de una dura pandemia, el activismo reaccionaba tras un 15M que iba quedando lejos y lo hacía en las mismas calles que en 2014 presenciaron la Diada de mayor convocatoria de la historia y que cinco años más tarde, en 2019, alojaron las convulsas protestas que dejaron a este país sobrecogido. Hay momentos de la historia donde parece que todo el pasado que nos conforma, reciente y menos reciente, converge.

Ese martes de febrero de 2021, a las ocho y media pasadas, cuando ese proyectil salió a más de 300 kilómetros con el peor de los destinos, bien podría ser uno de ellos. Ese es el momento que recoge el texto de Antonio Morcillo López, Azul (breve epopeya de un ojo entre la vida y la muerte, y que la compañía Hijas de Maritornes ha elegido montar. Un texto donde realidad, sueño y poesía se entremezclan. El ojo, de ese azul cuarzo de “días despejados y extremadamente fríos” será el personaje que sobrevuele y consiga fijar ese momento de la historia reciente de España para mirar y auscultar quiénes éramos, qué queríamos, qué odiábamos y a qué teníamos miedo en esa noche de febrero.

Azul propone partir de una situación teatral. Dos amigas de la joven mutilada, Maica y Carlota, esperan en una sala de espera mientras la operan. Lloran e insultan, culpan y se culpan. Pero en escena también aparecerán el exnovio antidisturbios de Carlota, la propia pelota de goma harta de “limpiar la mierda de los otros”, el funcionario del régimen nazi responsable del exterminio de los judíos Adolf Eichmann o la propia Audiencia Nacional que conversan y se quejan de que nadie les comprenda.

Incluso veremos pulular por escena al fantasma de María de Villota, la piloto de Fórmula 1 que perdió un ojo en un accidente y que después falleció debido a un coágulo. Todos convertidos en personajes de un espacio que va alejándose de la realidad y en el que reina ese ojo que va aprendiendo a mirar desde su nuevo estado incorpóreo tras acabar en un pequeño “cubo de basura, convertido en una masa gelatinosa de color púrpura”. Además, para rizar el rizo, la voz de ese ojo en escena es la de Carlos Hipólito.

¿Teatro político?

La obra que se presenta esta semana en la Cuarta Pared (del 12 al 21 de septiembre) no cubrirá las expectativas de quienes vayan a refrendar una injusticia, a reafirmar en escena lo que ya piensan. La apuesta es otra. “He huido de la pancarta todo lo posible”, cuenta a este periódico Rakel Camacho, “la propuesta del autor va por otro lado, que es la que me interesa, política, sí, pero con un plano poético que da profundidad y abre”, concluye.

Antonio Morcillo López es ya un bregado autor con obras como Los carniceros que ganó el Premio Marqués de Bradomín en 1998 o Bangkok que se estrenó en la sala La Villaroel de Barcelona en 2013. Su carrera mayoritariamente la ha ejercido en Barcelona y sus textos siguen la larga estela de influencia de Sanchis Sinisterra donde el relato se extraña dejando entrar lo poético, los cambios de plano y la pluralidad de registros. Aunque es un autor reconocido es quizá poco conocido. Camacho describe muy bien esta circunstancia, “hay algo de que es manchego en Barcelona y catalán en La Mancha o en Madrid, que es absurdo”.

En este montaje destaca también la mezcla de un código supuestamente amable, que incluso roza con la comedia blanca, pero que contienen a la vez ciertas cargas invisibles que incomodarán a más de un espectador. “Antonio no carga las tintas sobre el hecho en sí, es un texto irreverente pero que no ofende”, explica Camacho, “hay un humor negro, pero casi inocente, una nobleza que se aleja de la transgresión pero que sigue siendo bien cañera. La inocencia es lo más cercano al amor y a la no violencia”.

Mi hija me decía el otro día que qué podía pasar si un policía fuera a ver la obra, pues tendrá que abrirse de mente o, si no, irse”

Rakel Camacho Directora escénica

El diálogo entre las dos amigas es apasionado, veloz en muchas partes, pero también de una radicalidad inmoderada y prejuiciosa. Exageran, insultan, deforman y denigran a la policía tildándolos de hijos de puta autómatas, psicópatas incapaces de amar o puros sádicos. “Mi hija me decía el otro día que qué podía pasar si un policía fuera a ver la obra”, cuenta Camacho, “pues tendrá que abrirse de mente o, si no, irse”, responde. Del mismo modo un espectador que vaya esperando ver una sofisticada teoría sociopolítica detrás de los discursos de las jóvenes se llevará una decepción. Maica y Carlota son dos veinteañeras, confundidas, en un momento extremo donde salen a flote sus miedos y contradicciones.

Nadie sale muy victorioso y la obra apuesta por una aproximación diferente. “Para mí es bien importante la inclusión de esos otros personajes como la propia pelota o María de Villota, personajes venidos de la nada a los que se invoca a dar su punto de vista”, apunta Jorge Kent. “Lo interesante es cómo a partir de un hecho concreto el autor abre las puertas a lo filosófico y lo poético, y cómo esa apuesta tiene una dimensión en la puesta en escena creando un viaje donde la violencia se enfrenta al amor”, remata Camacho.

Las Maritornes

Rakel Camacho acaba de estrenar en el Festival de Mérida La paz de Aristófanes en versión de Francisco Nieva. Camacho es una de las directoras más solventes del país. Hace dos años, sacó adelante uno de los mayores éxitos del teatro capitalino, Coronada y el toro, obra que recuperó al mejor Nieva y colgó el cartel de no hay entradas durante semanas en las Naves del Matadero (Madrid). Jorge Kent, a su vez, es uno de los actores más potentes y polivalentes del panorama patrio, capaz de interpretar a un trans espiritual de tres pechos en Coronada, el gran Hombre Monja, y de abordar proyectos como El padre, dirigido por Josep María Mestres en el que compartía escena con José María Pou. Son ya veteranos de la escena. Ambos son de Albacete.

Pero la industria teatral, el oficio, “no está bueno” ―que diría Yung Beef― y estos dos manchegos han decidido replegarse para retomar vuelo. La obra Coronada y el toro no ha conseguido tener ni un solo bolo de gira después de Madrid, algo incomprensible y que habla mucho de la salud de los circuitos teatrales del país.

“Coronada ya está muerta, quien quiera verla tendrá que hacerlo en vídeo. Hubo muchas llamadas, muchos proyectos que extrañamente se truncaron”, explica con amargura Camacho, “lo he pasado mal, pero no más quejas, además ahora estoy sacando proyectos adelante como el Nieva que hemos hecho en Mérida o la obra que estamos preparando para el Teatro de la Abadía de Carmen Martín Gaite, El cuarto de atrás”, afirma esta directora, que dice estar muy ilusionada con el proyecto de la nueva compañía donde “se unen las ganas de trabajar juntos y hacerlo desde la cercanía, en familia, con criterios comunes”.  

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