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Cinco mujeres sin hogar gritan desde las tablas del teatro a los maltratadores que las empujaron a la calle

Hace menos de un mes, a la salida del albergue municipal para personas sin hogar de Sevilla, a Rosa le esperaba su “último” maltratador. El hombre, a quien conoció viviendo en la calle, se abalanzó hacia ella al grito de “puta, te voy a matar”. Esta vez le frenaron, pero ocho meses antes le propinó una paliza tan brutal que acabó entre rejas. Esta es la terrorífica realidad a la que Rosa se ve obligada a volver cada día en un espacio que muchos califican como “techo”. Pero techo no es sinónimo de hogar, ni muchos menos de protección.

Paradójicamente, Rosa acabó en esa situación por huir de un matrimonio en el que el maltrato y la infidelidad eran su pan de cada día. No imaginaba que la vía de escape de aquella pesadilla pasaba por el infierno. Ya lleva ocho años en la calle, pero por primera vez su testimonio genera vítores en lugar de rechazo gracias al proyecto teatral Mujereando. Rosa es una de las cinco mujeres sin hogar que este jueves presentan la ficción sonora El quejío de una diosa en la Casa Reloj de Matadero, en Madrid, y en colaboración con RNE.

Después de cada representación, Rosa y sus compañeras deben volver al albergue o a las vías sevillanas a la espera de un hogar de verdad. Sin embargo, el teatro se ha convertido en algo más que un refugio esporádico, es la terapia psicológica que les ayuda a sobrellevar este doloroso regreso. Detrás de todo está Carmen Tamayo, una trabajadora social y titulada en arte dramático que ha conseguido salvar a 47 mujeres mezclando sus dos pasiones.

“La idea surgió porque me di cuenta de que no se estaba abordando el problema del sinhogarismo desde una perceptiva de género y, aunque el número de mujeres sin hogar es menor que el de hombres, la realidad que sufren ellas es mucho más dura”, cuenta Tamayo a eldiario.es mientras se visten para ensayar.

En España, según los últimos datos proporcionados por el INE (Instituto Nacional de Estadística), hay 4.500 mujeres indigentes y 18.400 hombres. Representan el 20% pero, además de a la exclusión y la pobreza, ellas se enfrentan a la violencia machista y sexual. “Todas las mujeres que han formado parte de Mujereando han sido víctimas de violencia machista, antes y después de llegar a la calle”, asegura a Tamayo.

Desde 2013, por el proyecto han pasado 47 mujeres de distintas nacionalidades que residen actualmente en Sevilla. Más de la mitad han conseguido salir del sinhogarismo, pero otras muchas se ven forzadas a volver cada cierto tiempo a los albergues, a los cajeros o a los parques porque los recursos se acaban. Ese es el caso de África, que también forma parte del elenco de El quejío de una diosa.

“Me duelen muchísimo los prejuicios que la sociedad me lanza. A veces finjo que vivo otra realidad, que no estoy en la calle. Es muy duro que te digan que eres un parásito, una puta o una enganchada”, explica en el documental Mujereando. Para Carmen, la suya es una de las historias más tremendas.

“Se separó de su marido maltratador y afrontó ella sola el pago de la hipoteca de la casa de ambos. Al poco tiempo le diagnosticaron cáncer y empezó con los tratamientos, más tarde perdió el trabajo y, cuando las facturas se empezaron a acumular, perdió también la casa porque la desahuciaron”, cuenta. África tiene 50 años y lleva cuatro viviendo a la intemperie, pero en ocasiones consigue empleos temporales que le permiten alquilar habitaciones en pisos compartidos hasta que se le acaban los ahorros.

Encontrar trabajo es la principal cruzada de estas mujeres y a la vez la más complicada. “Son personas sin formación y muchas de ellas están en una etapa de edad vulnerable porque sobrepasan la cuarentena y las empresas no las quieren contratar”, explica la trabajadora social.

Otras veces, directamente están impedidas por culpa de las brutales palizas que han recibido de sus maltratadores a lo largo de diversas relaciones tóxicas. La veterana del grupo, Charo, de 63 años, lleva cuatro en la calle después de haber abandonado a su marido. “Le han tenido que intervenir siete veces de la columna por culpa de sus golpes y ahora no puede trabajar, está a la espera de cobrar una prestación”, describe Tamayo. La policía encontró a Charo inconsciente el primer día durmiendo debajo de unos carros de la compra. Se había intentado suicidar con un bote de pastillas.

También lo intentó Tamara, de 29 años, la más joven de la compañía. “Lleva desde los 20 huida de su pueblo y de una familia desestructurada. Conoció a un hombre en la calle, tuvo un hijo y se lo dejó a sus padres para que la criatura sobreviviese”, dice la directora teatral. Aunque la desprotección al aire libre es absoluta, muchas veces los depredadores se encuentran también en los albergues mixtos y en los comedores a los que acuden.

“Todas ellas han intentado cometer suicidio en alguna ocasión. El ambiente del albergue es tan hostil como el de la calle. Allí no tienen protección, son poco más que un número. En ocasiones ni denuncian a sus agresores porque los tienen que ver constantemente”, se lamenta Tamayo, y “por eso es tan importante el trabajo emocional que hacemos aquí. El teatro es sanador, ellas dicen que las reconstruye”, continúa. “Cuando tienes algo dentro que te estrangula el alma y consigues verbalizarlo, has dado un gran paso”.

La quinta y última integrante de Mujereando es Macarena, quien sin embargo no cumple con la condición del sinhogarismo. Esta treinteañera trabaja como teleoperadora, tiene familia y una casa -no exento de complicaciones- a la que regresar después de cada ensayo o representación.

“Me pareció interesante tenerla porque, debido a los horarios estrictos de las instituciones, las mujeres sin hogar rompen todo tipo de lazo social y solo se relacionan entre ellas, y así lo hacen también con alguien que lleva una vida normalizada”, explica Tamayo.

Después de haber conseguido aplausos desde el mundo cultural por el proyecto, dirigido un documental y participado en actos por toda la geografía española como el de este jueves en colaboración con RNE, la directora de El quejío de una diosa tiene claro el siguiente objetivo: conseguir un hogar para las cuatro mujeres de su proyecto. “Ya lo he hablado con el Ayuntamiento de Sevilla pero todavía no hay respuesta. Me hicieron un homenaje hace poco por Mujereando, pero yo no quiero homenajes ni flores ni placas, yo lo que quiero es un piso para ellas”, aclara.

Mientras esperan, estas diosas piden que “las cuiden, las escuchen y las amen”. Por primera vez, nadie las anula ni les dice que no valen para nada. No agitan billetes delante de su cara a cambio de favores sexuales ni las intentan agredir en su intimidad. Las aplauden, lloran con ellas y son protagonistas de su propia historia. Una que se cuenta a gritos porque esa es la única manera de hacerse escuchar en una sociedad aporafóbica.