Desde hace casi 15 días, cientos de personas procedentes de diversos países africanos (Angola, Camerún, Congo, Costa de Marfil, Ghana…) acampan frente a la puerta de la Estación Migratoria Siglo XXI, –en la práctica, un centro de detención–, de Tapachula, ciudad fronteriza entre México y Guatemala, para impedir, de manera pacífica, la entrada de funcionarios trabajadores del centro.
Han organizado un campamento improvisado donde comen, duermen y rezan bajo una lona rosada que les protege de las altas temperaturas, la humedad y las tormentas tropicales de Tapachula. Muchos no tienen otro lugar al que ir, otros están allí porque de esa manera pretenden conseguir que, de una vez por todas, se resuelvan los trámites que les permitan obtener la una visa humanitaria con la que puedan transitar por el país y emprender de nuevo el camino hacia Estados Unidos o Canadá.
Dos meses, tres y hasta cuatro, en algunos casos, es el tiempo que llevan esperando sin conseguir que la situación se resuelva. Llevan semanas varados aquí, desplazándose hasta los centros oficiales que distan a kilómetros uno de otro, bajo el sol y la lluvia o gastando sus pocos pesos en los autobuses y taxis; hablando con personas que no entienden su idioma y que tampoco disponen de traductores; rellenando papeles que terminan repletos de errores en los nombres y fechas, y desesperados porque el dinero que han traído con ellos se les termina y nada parece que avance.
La mayoría de ellos aterrizaron en Chile, Argentina o Brasil donde les es relativamente sencillo conseguir una visa, pero siempre con el sueño americano en su horizonte. Desde allí empieza su largo y agotador periplo hacia el norte donde muchos de ellos sufren asaltos y robos.
A las puertas de la Estación Migratoria hay varios grupos de personas que muestran con ansia sus pasaportes y las hojas donde se les denomina apátridas. “¿Cómo que apátrida si yo tengo mi pasaporte?”, gritan varias personas extendiendo sus tarjetas de identidad que extraen de las carpetas de las que nunca se separan, repletas de papeles y documentos que les han ido exigiendo y rellenando. Esa condición de apátrida les permite no ser deportados.
Hasta hace unas semanas, los migrantes africanos podían solicitar un salvoconducto con el que se les permitía el tránsito por México durante 20 días, tiempo suficiente para llegar a la frontera norte. Sin embargo, el día 10 de julio esta disposición cambió como parte de un acuerdo migratorio con Estados Unidos, que había amenazado con mayores aranceles sino se controlaba la inmigración que llegaba a su frontera sur.
La nueva disposición solo permite abandonar México a través de la frontera sur. Por ese motivo, muchos de las personas que hoy protestan lo hacen porque se sienten engañadas. Si no pueden circular hasta el norte, la mayoría tampoco puede regresar por el sur, pues ya han gastado todos sus ahorros.
“¡Sin violencia!”
Gill es un congoleño de constitución fuerte que hace unos meses encabezó una serie de protestas contra el presidente del Gobierno de Congo cuando pretendía ser reelegido por tercera vez, en contra de la Constitución. Tuvo que huir por las amenazas y ya lleva más de dos meses intentando regularizar su situación en México. Por el momento permanece estancado en Tapachula. No habla español y apenas consigue entender aquello de lo que le informan en la Estación Migratoria y los demás centros por los que debe pasar para rellenar sus papeles. Está cansado de la situación y es uno de los cientos que se han unido a las protestas pacíficas.
El pasado martes a las 9 de la mañana los funcionarios vestidos de blanco aparecieron por la carretera para entrar a su lugar de trabajo. En cuanto los atisbaron, los migrantes crearon una barrera humana infranqueable que les hace imposible acceder. “¡Sin violencia! ¡Sin violencia!”, gritan unos. “¡Mafia! ¡Mafia!”, gritan otros.
La policía y la Guardia Nacional intentaron escoltar al grupo de funcionarios pero les es imposible. Los manifestantes lo celebraron como un triunfo, aun sin bajar la guardia y exigiendo en todo momento que se les dé una solución. No hay declaraciones al respecto de forma oficial, pero los funcionarios aluden a la saturación de trabajo en cuanto a las solicitudes y a la complejidad de trabajar con idiomas extranjeros como justificación de los retrasos.
Junior, un angoleño de 31 años que también tuvo que huir de su país por amenazas, consiguió la residencia en Brasil y en Costa Rica. Afirma que lo que le llevó unas horas o un par de días en esos países para regularizar su situación, aquí, en México, les está llevando meses. “¿Por qué?”, se pregunta. Las protestas continúan y la tensión es latente en esta partida de ajedrez donde todos se sienten atacados.
La Policía y la guardia se exceden en algún momento y un camerunés es golpeado y queda inconsciente en el suelo. Los gritos de “¡No violencia!” se incrementan. Algunas personas se asustan, como Touré, una mujer de mediana edad que llora al ver el cuerpo de su amigo tirado en el suelo. “¿Por qué hacen esto?”, se pregunta mientras llora en la puerta del hospital.
Algunos de sus colegas recorren los 200 metros que los separan del hospital, con su amigo en volandas. Entran hasta dentro y lo depositan en una cama. Enfermeros y doctores se acercan para atenderlo, no sin cierta tensión. Mientras tanto, uno de los policías se queda para tratar de calmar la situación y negociar de alguna manera con el grupo de manifestantes, que sigue gritando.
Las opciones que se les ofrecen es que regularicen su situación frente al Instituto Nacional de Migración o que pidan asilo como refugiados. Si aceptan esta opción ya no lo podrán hacer en Estados Unidos. Sin embargo, la primera sería una opción válida para algunos que ven con buenos ojos quedarse y prosperar en México, pero hasta el momento no han obtenido documentos en ese sentido.
“Si no dejáis pasar a los funcionarios, ¿quién va a tramitar sus solicitudes?”, señala el oficial de la Policía Nacional. Pero los migrantes no quieren más palabras, quieren hechos y no desean seguir escuchando lo mismo una y otra vez. Sin embargo, otro chico angoleño permanece y habla de forma calmada con el oficial, explicándole una vez más que solo desean que les den sus papeles para marcharse de México.
El oficial le responde que lo que tienen que hacer es “resistir, resistir y resistir todo lo que les está sucediendo”. Que seguro que con el tiempo se acaba solucionando. El angoleño se despide estrechándole la mano con la sensación de que, ahora mismo, están inmersos en una guerra de desgaste para ver quién se cansa primero.
Organizaciones en defensa de los derechos de los migrantes llevan días documentando y denunciando la “represión” de las protestas. El activista Ireneo Mujica ha exigido que se llegue a una “solución humanitaria” para estas personas.“ Necesitamos que alguien ponga atención y venga y salga a hablar con estas personas. Necesitamos realmente una solución humanitaria. Urge saber qué se hará a largo plazo, porque las personas africanas, cuando llegan a México, no tienen manera para salir de aquí”, ha dicho a medios locales el integrante de la organización Pueblos sin Fronteras.
AMLO: “Las protestas no tendrán resultado”
Acompañados por varias organizaciones locales, los migrantes anunciaron una marcha que tuvo lugar el pasado viernes. “Desde que salimos de nuestros países nuestra vida ha sido una huida constante. Sentimos desesperación, miedo, desmoralización, soledad y abandono”, explicaron. La manifestación transcurrió de forma pacífica.
Tras todos estos acontecimientos, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, afirmó el jueves que las “protestas no van a tener ningún resultado”. “Esto que ha estado sucediendo últimamente en Tapachula tiene como propósito el que se obligue a las autoridades mexicanas a dar certificados para que sean admitidos los migrantes en Estados Unidos, eso no lo podemos hacer, no nos corresponde”, apuntó López Obrador, que además también añadió que no caerá en “provocaciones” y protegerá los derechos humanos.