Era un niño como Aylan, pero no nos dolió como Aylan
La madrugada del lunes, 63 personas pasaron la noche en balsas de plástico en el Estrecho de Gibraltar. La noche anterior, del sábado al domingo, fueron 137 las que arriesgaron su vida en el mar de Alborán. El día 11 y 12 de enero, 14 personas que salieron en patera desde Tánger desaparecieron y algunos de esos fallecidos llegaron a las costas de Cádiz.
En las fronteras nos gustan las cifras, son cómodas, y nos permiten hacer valoraciones. Así, cuando hablamos de víctimas, 14 son pocas, y menos de 100 personas arriesgando su vida en el agua no tienen ni un pequeño espacio en los medios. Necesitamos más carnaza para que nos duelan sus muertes.
Sin embargo, 100 personas en la valla de Ceuta y Melilla parecen una invasión, una avalancha, porque para criminalizar a la ciudadanía migrante nos vale con poco.
Así, los medios de comunicación, los políticos y los ciudadanos van tirando de las cifras a su gusto, para seguir pensando que la defensa del territorio justifica violencia y muerte.
A veces la conciencia nos cuestiona, aunque sólo sea un momento, cuando los cuerpos de los muertos nos aparecen incómodamente en nuestras costas.
El viernes fue un niño como Aylan el que se encontró en las playas de Barbate, aunque no era exactamente como él, no ha provocado la misma ola de solidaridad, y es que en una gran parte de nuestra sociedad, el racismo asimilado está presente y no es lo mismo un niño blanco vestido como cualquier niño español, huyendo de un conflicto conocido, que un niño negro.
Flota en nuestro imaginario eso de que “los negros, sobre todo los africanos, se mueren pronto y están acostumbrados al dolor”. Además, en nuestras conciencias se ha ido construyendo de forma perversa esa idea de que no tenemos responsabilidad en las muertes de nuestra frontera sur.
Y mientras las cifras son demasiado pequeñas para causar dolor o para que la sociedad española se indigne, las familias de las víctimas de nuestra frontera sur van recogiendo las historias de las muertes y las desapariciones. A falta, en la mayoría de las ocasiones, de información oficial lo hacen con métodos rudimentarios pero llenos de solidaridad. Y así, a través de redes sociales, buscando a las últimas personas que hablaron con sus seres queridos, intentando desde la distancia enviar emisarios para identificar cadáveres, luchan para hacer visibles esas violencias invisibles. Mantener la memoria de aquellos que se fueron, saber dónde yacen sus cuerpos, y hacer un duelo necesario, es el primer paso a la reparación del dolor causado.
Se me vienen a la memoria Prince, Queen, Víctor, Keita, Mohammed, Jennifer, y muchos otros nombres de niños y niñas que darían para llenar varias páginas. Se quedaron en el mar, o en las morgues. Algunos yacieron sin vida aún en los brazos de sus madres. Tuve la inmensa alegría de conocer a muchos y la inmensa tristeza de ser la última persona que escuchaba sus llantos antes de los naufragios que les costaron la vida.
Queda por ver en estos días, si el ángel que llegó a Barbate es Samuel, desaparecido el día 11 en una patera en el Estrecho junto a su madre. Si lo es, desear que sea enterrado ante la presencia de los suyos, y si no lo es, toca seguir buscando en ese camino abrupto, que es el que nos lleva a la reparación del dolor y la violencia.
Una andadura por el camino de la justicia de la que la ciudadanía española y algunos de sus representantes políticos parecen haberse desmarcado. Porque en estos tiempos es más interesante mirar hacia muros más lejanos, y en Twitter alardear de democracia y de defensa de derechos humanos; y es que a los españoles les parece terrible el dolor que Trump causa a los ciudadanos procedentes de México y de otros países de Centroamérica, que sólo buscan un futuro mejor.
Aunque desgraciadamente y por mucho que lavemos nuestras manos, las políticas racistas no comenzaron con la llegada de Trump, estuvieron con Obama y con el PSOE, aunque fuesen una cara más amable del sistema. Seguirán con Trump, como siguen con el PP y sus devoluciones en caliente.
Seguirán esta noche las balsas llenas de personas jugándose la vida en nuestros mares.