Hay lágrimas que arden y lágrimas que curan. Lágrimas que se repiten por olvidarnos de por qué las lloramos (o porque nunca lo supimos), que vuelven como oleadas. Por último, están las lágrimas del cocodrilo, que las llora mientras consume sus víctimas. No son falsas, pero retornan como sombras.
Consideremos, por ejemplo, los sollozos de la Comisión Europea tras cada desastre espectacular en el Mediterráneo. Durante dos décadas hemos visto cómo los naufragios y las muertes por decenas o centenares vienen acompañadas de declaraciones solemnes por parte de los líderes europeos y llamadas a tomar acciones “urgentes”. Este énfasis en la urgencia, a menudo repetido por activistas y organizaciones pro derechos humanos, puede ser útil a la hora de forzar decisiones políticas que se dirigen a los aspectos más inmediatamente desagradables de un problema sistémico. Pero al reducir el problema a una escala aparentemente manejable, también aparta la necesaria consideración de sus raíces. Y eso, en cambio, puede dar paso a ideas muy equivocadas.
Cuando murieron casi 400 personas de camino a Lampedusa en octubre del 2013, la respuesta urgente de Europa fue liderada por el gobierno italiano a través de la operación Mare Nostrum. Este programa de búsqueda y rescate fue reemplazado por la Operación Triton, tras ser criticado por ser excesivamente caro e incluso incentivar la migración irregular al hacerlo más seguro. De dimensiones más reducidas, Triton se centra no en la protección de las vidas sino en la protección de las fronteras y en la vigilancia. El resultado de este cambio, según la Organización Internacional para las Migraciones, ha sido un aumento dramático en el número de muertes, mientras que las llegadas solo han aumentado levemente según los datos proporcionados por el Ministerio de Interior italiano. Tal y como han argumentado los sociólogos durante años, aumentar la securitización solo ha hecho que la migración sea más peligrosa. No ha hecho nada para reducir la llegada de personas.
Como respuesta a las muertes en el Mediterráneo entre el 13 y el 19 de abril, muchas personas han reivindicado un programa humanitario de búsqueda y rescate similar a Mare Nostrum. Pero incluso este programa, indudablemente más humano que Triton, fue incapaz de prevenir miles de muertes en la Frontera Sur de Europa durante su periodo de operación. El hecho es que la frontera está haciendo exactamente lo que fue diseñada para hacer: canalizar y proteger la acumulación del capital global en los países del Norte, filtrando y excluyendo a las personas del Sur mediante la burocracia y la aplicación selectiva de la violencia.
Por tanto, es erróneo y contraproducente plantear las muertes en el Mediterráneo como resultado de una decisión administrativa insensible. Lo que son es una muestra inquietante del status quo europeo. No una desviación, sino un momento decisivo en el que observamos que la frontera más mortífera del mundo se encuentra en la zona fronteriza más desigual.
Retratar este momento como una emergencia produce un estado de excepción que abre el paso a decisiones políticas drásticas, opresoras y reaccionarias. Los líderes europeos parecían tener esto en cuenta cuando el comisario de Inmigración Dimitris Avramopoulos anunció: “Nuestra respuesta es clara e inequívoca. Europa declara la guerra contra los contrabandistas”. El comisario presentaba el apoyo general al plan de diez puntos presentado tres días antes, el cual prometía más actividades de búsqueda y rescate, además de más financiación para FRONTEX (la agencia de control de fronteras de la Unión Europea), la extensión y ampliación de la autoridad europea en los países terceros y una posible misión militar para capturar y destruir los barcos de contrabandistas.
El cambio de enfoque desde un desastre humanitario políticamente dañino hacia una discusión sobre oscuras redes de contrabandistas es un recurso retórico que se emplea a menudo en las discusiones políticas sobre la migración irregular. Permite que los políticos adopten un discurso moralista que retrata a las personas que migran como víctimas incapaces de defenderse de los depredadores que residen en las sombras.
Sin embargo, la realidad no es tan sencilla. En su reportaje para The Guardian, el periodista Patrick Kingsely apunta que:
Una vez en el mar, según Kingsley, los barcos solo son identificables como “de contrabando” durante muy poco tiempo. Además, los contrabandistas rara vez pisan los barcos que cruzan el Mediterráneo: quienes suelen llevar los barcos son los mismos migrantes.
Es poco probable que los líderes europeos desconozcan esta realidad. Periodistas, académicos y ONG han argumentado durante años que reprimir a los contrabandistas con más agresividad hace más para generalizar el daño que para prevenirlo. Y el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki Moon, ya ha advertido que no hay solución militar a las muertes en el Mediterráneo.
Al fin y al cabo, los contrabandistas son jugadores a tiempo parcial en una economía informal creada alrededor de y sostenida por el fracaso de la Union Europea a la hora de abrir vías seguras, legales y asequibles para las personas que buscan asilo o que simplemente pretenden buscarse la vida en otro lugar. Al declarar la guerra contra ellos, los líderes europeos no solo ignoran las causas de miles de muertes en el Mediterráneo. Amenazan con empeorar la situación de forma dramática, aportando más de la violencia e inestabilidad que están llevando a cada vez más personas en la región a tomar medidas cada vez más desesperadas.