Dormir en el sofá para acoger en España a una nieta huida de la invasión rusa
En un pequeño apartamento del sur de Madrid, Luba sirve la comida a su familia en cuanto su nieta lo pide. Es más pronto de lo que acostumbra, dice, pero quiere mantenerla tranquila, no quiere hacerla esperar o cambiar sus horarios, no quiere hacer nada que pudiera entristecerla. No ahora.
Evita poner las noticias y hablar delante de Darynka, de 6 años, sobre la guerra que empujó a María, madre de la niña, a preparar una pequeña mochila negra para las dos y subirse en un tren, atestado de mujeres y menores, desde la ciudad de Leópolis (Ucrania) hacia Polonia. Luba, ucraniana residente desde hace casi 20 años en España, donde combina su trabajo en una empresa de servicios de limpieza con clases de logopedia, las acoge en su casa desde el pasado viernes.
Su cuarto es ahora la habitación de María y Darynka. Madre e hija comparten cama mientras Luba duerme en el sofá del salón. “Es muy cómodo, yo estoy estupendamente aquí”, corre a aclarar, restándole importancia. “Me da igual, nos ajustamos, lo importante es que están conmigo”. Sobre varias paredes de la casa se apoyan decenas de juguetes y libros infantiles utilizados como materiales para sus clases particulares de logopedia. Ahora entretienen a su nieta.
Luba es menuda, cercana y siempre parece ir acelerada. Hasta ahora vivía en Vallecas junto a su hijo de 28 años, no tiene mucho espacio ni grandes recursos, pero la familia no se plantea solicitar plaza en el sistema estatal de acogida del Gobierno. El Ministerio Inclusión está preparando un dispositivo de emergencia de 12.000 plazas, la mitad de ellas han sido cedidas por comunidades autónomas. “Estoy feliz de que estén aquí conmigo. Nos organizamos. Seguro que viene mucha gente que necesita más los recursos públicos”, insiste la señora, de 55 años, mientras recoge los platos con rapidez. Solo pide una cosa: “Que cierren el cielo [en referencia a la declaración de zona de exclusión aérea, solicitada por Ucrania a la OTAN]”.
Cifras aún desconocidas
El número de personas procedentes de Ucrania llegadas a España desde el inicio de la invasión rusa aún es desconocido, porque por ahora la mayoría de ellas ha venido de forma “espontánea” y no ha tocado las puertas del sistema de acogida gracias al apoyo de redes familiares, según las estimaciones del Ministerio de Inclusión, asociaciones de ucranianos y varias fuentes próximas a los mecanismos de protección.
“Todavía el vector principal es la diáspora, con sus redes familiares y sociales a las que [los refugiados] están acudiendo”, explica una portavoz de la Secretaría de Estado de Migraciones, quien aclara que en los últimos días ya han empezado a ser alojados en centros de primera recepción personas que escapan del ataque ruso. El ministro José Luis Escrivá ha afirmado este martes en la Cadena SER que alrededor de mil personas desplazadas de la guerra ucraniana se encuentran alojadas en espacios estatales pero, según matiza, “hay muchas más” que “son acogidas por la diáspora, que es muy extensa”.
Luba reconoce que, con su nieta y nuera en casa, irán más ajustados a nivel económico, pero niega con la cabeza de forma tajante cuando se le plantea la posibilidad de acudir al sistema público de acogida. La ucraniana prefiere evitar que sus familiares sean alojadas en un centro de acogida o ser trasladadas a otra comunidad autónoma.
“Con mi sueldo y con el de mi hijo vamos tirando. Ojalá pronto María pueda trabajar”, dice antes de traducir sus propias palabras a su nuera. Ella la escucha y asiente. “Cuando la niña vaya al colegio, puedo hacer lo que haga falta”, responde la mujer, de 28 años, dedicada en su país a las tareas del hogar y a cuidar de su pequeña.
A la espera del papeleo
María aún no sabe a dónde tiene que acudir para solicitar el prometido permiso temporal de residencia y trabajo, la vía activada por la Unión Europea para garantizar la acogida inmediata de quienes huyen de la guerra de Ucrania a suelo comunitario. Un portavoz de Interior asegura que estas autorizaciones podrán pedirse en comisarías de todo el territorio español, pero el Ministerio aún se encuentra “ultimando” el mecanismo, que prevé activar en los próximos días.
A la ucraniana recién llegada, por ahora, no se la ve inquieta por la tramitación de sus permisos. Nos recibe dos días después de su llegada y aún no parece tener fuerzas para hablar mucho. Tampoco para pensar en su futuro en España. Su cabeza aún está en su país, en su casa, donde dejó atrás a su marido, a su madre y a su padre. La región de Leópolis no ha sido atacada por las fuerzas rusas, por lo que se ha convertida en lugar de acogida de miles de desplazados, pero muchos ciudadanos de la zona viven con la tensión de que el bombardeo pueda llegar en cualquier momento. “No sé qué va a pasar ahora…”, dice sentada en un sofá beige, cubierto con una colcha de estampado portugués. María aún está asumiendo que está aquí y no allí.
Mientras, su cuñado se esfuerza por entretener a su sobrina y sale de casa con ella en busca de una cancha para jugar al fútbol. “En su pueblo [ubicado en los alrededores de Leópolis, al oeste del país], hay muchos lugares donde salir a jugar. Está acostumbrada al campo, a no estar mucho en casa… Me preocupa el choque, porque yo pasé por eso cuando vine a España con 14 años”, cuenta Bogdan, el hijo de Luba, quien lleva otros 14 años en este país y aún recuerda lo difícil que fue para él adaptarse a la ciudad española.
La importancia de la diáspora
La presencia de familiares o amigos en España, el cuarto país europeo con mayor número de residentes ucranianos, es un factor clave para los refugiados de la invasión rusa que ya han llegado al país y aquellos que planean hacerlo, un patrón que suele repetirse en todos los flujos migratorios. Si María decidió viajar a Madrid, es porque su suegra Luba vive en la capital. “Casi todas las personas ucranianas que conozco aquí tienen familiares o amigos en casa”, dice la logopeda. En Catalunya, Vitalina también ha hecho hueco en casa para acoger a su familia: “Mi esposo y yo estamos acogiendo a mis padres y a mi amiga, pero mi amiga sólo está de paso unos días y mañana sigue para Valencia. Han llegado hace unos días de Ucrania”.
112.034 ciudadanos conforman la diáspora ucraniana en España, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). De ellos, 100.563 personas han nacido en Ucrania, mientras que 9.878 lo han hecho en España. La mayor comunidad se encuentra en Catalunya (23.619), seguida de la Comunidad de Madrid (23.356) y la Comunitat Valenciana (21.780).
Desde el municipio madrileño de Vallecas, Luba y su hijo estuvieron pendientes de los movimientos de María, pegados al teléfono, desde el estallido del conflicto. Fueron ellos, también, desde Madrid quienes consiguieron organizar un lugar donde quedarse en Polonia hasta que madre e hija pudiesen volar a suelo español, el pasado viernes. En el aeropuerto les esperaba Bogdan y Luba. La pequeña solo llevaba consigo para entretenerse un papel y un lápiz: “Me dijo que se le quedaron muchos juguetes atrás y que volverá a por ellos cuando pueda”.
Pendientes del largo viaje
No fue fácil salir de Ucrania. Agobiada, Luba contaba a elDiario.es la situación de sus familiares el 25 de febrero, un día después del inicio del ataque ruso. Estaba inquieta, en busca de la mejor respuesta a las muchas preguntas que le hacían desde su país. “¿Es mejor venir o que se queden? El pueblo está tranquilo…”, se cuestionaba aún incrédula sobre la situación desencadenada en su país. “Me dicen que hay muchísima gente en la frontera. Mi familia va con varios niños… Pasan muchas ambulancias, dicen que la gente está entrando en pánico”, contaba ella.
Ese era el primer intento. Ahora, ya en Madrid y a salvo, María cuenta aquel día que parecía interminable. “La gente estaba empujando, estaba muy nerviosa, los niños lloraban… Nos dio miedo que nos pasase algo. Habíamos caminado 22 kilómetros, pero decidimos volver para atrás. Teníamos pánico”, cuenta la ucraniana recién llegada. Según Acnur, más de dos millones han salido de Ucrania desde el estallido del conflicto.
La familia se alejó de la fila que daba acceso a la frontera y, junto a su hija y otras familiares, se resguardaron en una gasolinera, donde durmieron un rato. Un tiempo después, un voluntario se ofreció a trasladarlas al punto donde su marido había dejado el coche, para no tener que volver a recorrer a pie el camino ya transitado. Volvieron a casa.
Sus recuerdos de aquel día están algo nublados: “Estaba muy cansada y pensaba que en cualquier momento nos podían atacar”. Esa noche un familiar le mencionó un tren que conectaba Leópolis con una ciudad polaca. A la mañana siguiente, ya estaban en la estación.
Su marido y padre de su hija la acompañó. “La despedida fue… muy rápida”, se limita a decir. Sus ojos se enrojecen.
Había mucha gente, no querían pararse a pensar en lo que estaban haciendo, en lo que eso suponía. No querían romperse delante de la niña, a la que apenas daban detalles de las circunstancias que les habían empujado a subirse a ese tren. A la pequeña le decían, cuenta, que se iban de viaje a ver a su abuela.
“Ella no se quejaba mucho. Solo preguntaba que cuándo llegaba a España, si faltaba mucho, que quería ver a la abuela”, dice María, con la ayuda de su suegra para traducir sus palabras. “Creo que aún no se ha dado cuenta, la última vez que estuvo aquí lo disfrutó mucho… Pero entonces vino de turismo, fuimos a la playa… Ahora es diferente, va a tener que ir al colegio, sin conocer el idioma... Creo que dentro de poco empezará a echar de menos su vida allí”, reflexiona su tío. “Eso será lo más difícil. Cuando entienda que, de momento, no puede volver”.
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