En octubre de 2013, Cristina Cattaneo se dio por primera vez de bruces con la muerte. Esta médico forense de 54 años, que lleva analizando cadáveres desde hace más de dos décadas, cuenta que solo en aquel momento entendió el significado de una pérdida. Acababa de fallecer su padre. Tan solo unos días después, una barcaza repleta de migrantes naufragó frente a las costas de Lampedusa.
Las imágenes de los ataúdes con decenas de cuerpos sin identificar se han convertido en parte de la triste iconografía del siglo XXI. Fueron 366 las víctimas reconocidas. Afectada todavía por la desaparición de su progenitor y afligida, como buena parte de los italianos, Cristina se propuso encontrar el nombre de aquellos muertos.
“Quería explorar en sus vidas para saber quiénes eran, cómo viajaban, qué habían dejado atrás, cuáles eran sus familias y sus historias”, explica en un encuentro con corresponsales en Roma. La tarea consistía en realizar análisis de ADN de los cadáveres para poder confrontarlos con los de las familias que estuvieran buscando a sus seres queridos. Por eso aclara que no se trata tanto de un homenaje a los que se han ido, “sino de una obligación con los vivos”.
Esta frase se ha convertido en su carta de presentación en las cadenas de televisión a las que ha acudido o ante los periodistas que se disponen a narrar su historia. También es el punto de partida del libro Náufragos sin cara (Raffaelo Cortina Editore), en el que explica su periplo. La publicación ha sido todo un éxito en Italia, con más de 20.000 copias vendidas.
La doctora Cattaneo cuenta que años antes del naufragio había formado un equipo -la mayoría son voluntarios- junto a otros colegas de la Universidad de Estudios de Milán y el Laboratorio de Antropología y Odontología Forense de la misma ciudad para tratar de identificar a personas desaparecidas. “Cuando alguien nos dijo que, según la ley, los muertos de Lampedusa sólo serían analizados si eran italianos, pensamos que alguien tenía que hacerlo”, sostiene.
Se encontró entonces con esas historias que quería reconstruir. Como la que contenía un bolso de mujer encontrado en el fondo del mar, en el que halló fotografías, bienes de poco valor y un documento de ACNUR en el que se leía que la propietaria era una solicitante de asilo y que debía ser protegida en el país de destino. Acabó, sin embargo, ahogada.
Han pasado más de cinco de años desde entonces y de los 366 muertos sólo han podido identificar científicamente a 35. El análisis de ADN se produce a partir de restos óseos, tatuajes u objetos personales como un cepillo de dientes. Pero una vez terminado este trabajo, viene lo más difícil: encontrar a sus familiares.
Para ello, Cristina y su equipo cuentan con la colaboración de la Cruz Roja que, debido a su gran expansión internacional, se está encargando de localizar a personas en los países de origen que estén buscando a los allegados de las víctimas. Estudian sus casos y mandan restos genéticos a Italia. El proyecto de la doctora también busca la complicidad de otros países europeos, ya que “los muertos están en el sur de Europa, pero cerca de un 80% tiene familiares en el norte”.
De momento, ya han alcanzado un acuerdo con Suiza y ahora buscan hacer lo propio con Francia y Alemania. Otras vías informales como Facebook son útiles en la tarea de búsqueda.
Cattaneo reconoce la dificultad de la empresa, aunque ya ha habido 73 familias contactadas. De lo que no puede presumir hasta la fecha es de haber entregado ningún cuerpo a sus seres queridos, algo complicado debido al alto coste de la repatriación. “Lo que hemos comprobado es que hay mucha gente buscando a los suyos y tenemos la obligación de hacerlo posible”, sentencia.
En los análisis realizados también observó que los cuerpos de algunos de los migrantes presentaban lesiones similares a las que había visto en trabajos anteriores en restos de individuos torturados durante la Edad Media en Milán. En su libro escribe que “por eso la memoria es así de importante, porque no siempre somos mejores de quienes nos han precedido”.
Su experiencia en Lampedusa fue casi un proyecto piloto, que contó con el reconocimiento de buena parte de la comunidad académica. De modo que cuando en abril de 2015 se produjo un nuevo naufragio con casi un millar de víctimas, esta vez más cerca de las costas de Sicilia, su equipo se puso de nuevo manos a la obra.
La doctora comandó una expedición que estuvo tres meses en la ciudad de Augusta diseccionando los restos humanos de los que disponía. Los cuerpos se fueron extrayendo poco a poco del barco de madera en el que habían quedado atrapados, mientras que la propia nave fue recuperada meses después.
El niño que se cosió sus notas en los pantalones
“Lo que más me impactó en ese momento fue una bolsita atada que traía un hombre en sus pantalones. Creí que se trataba de alguna droga, pero un oficial me dijo que era una costumbre de los eritreos llevar consigo algún pedazo de su tierra y lo que estaba transportando aquel hombre era un poco de arena de su país”, recuerda.
Otra de las historias que han quedado grabadas, gracias al dibujante italiano Makkox, fue la de un niño de 14 años que traía cosidos en sus pantalones las notas obtenidas en el colegio. Tampoco él pudo llegar a ninguna escuela de Europa.
En el caso de este naufragio, el trabajo -que aún continúa- es todavía más duro. Han localizado 20.000 huesos, entre los que hay 320 cráneos y sólo tienen constancia de 528 cuerpos. Sin embargo, hasta que no se les realice los análisis antropológicos no se podrá conocer sus identidades.
De momento, Cattaneo y los suyos sólo han trabajado con estas dos catástrofes, probablemente las más representativas de la ola migratoria procedente de Libia. Pero la forense no se conforma con eso. “Estamos pidiendo permiso a las distintas fiscalías para que nos den datos de nuevos naufragios, ya que el proyecto no puede quedarse sólo en eso”, añade. Sin embargo, como ella misma dice, en algunos de los casos más recientes ni siquiera se ha procedido a sacar los cuerpos del mar.
Pese a todas las dificultades, Italia es el primer país en el que se ha puesto en marcha una iniciativa así para identificar a los fallecidos. La inversión procede de donaciones privadas, aunque “tampoco sería posible sin contar con todas las aprobaciones necesarias de los ministerios implicados”, según Cattaneo.
El actual Gobierno, formado por el Movimiento 5 Estrellas y la ultraderechista Liga, ha puesto la inmigración en el punto de mira, pero la doctora explica que en este tema no han puesto ninguna traba. “Quienes pueden molestar son los vivos, pero con los muertos aún no se han metido”, remacha.
La forense ha ido zurciendo muchas de esas historias que habían quedado ahogadas en el mar, aunque su próximo reto es conseguir que la barcaza en la que murieron casi un millar de personas se convierta en un símbolo de humanidad. Actualmente se encuentra en una base militar en Sicilia y aunque se intentó trasladarla a un museo de la memoria en Milán, el proyecto se desestimó por ser demasiado caro.
“Algún día, dentro de 50 años, mirarán ese barco y verán que había naves de negreros a 1.000 kilómetros de la Europa de los derechos, donde eran rechazados. Y si ese barco se destruye, se perderá esa forma de recordarlo”, reflexiona Cattaneo. Justo lo que ella trata de evitar.