Sung Sokun apenas se había quitado el vestido de novia cuando consiguió escabullirse en su noche de bodas para evitar consumar un matrimonio al que había sido forzada. “Intenté explicarle a mi familia que yo no podía amar a un hombre, que me gustaban las mujeres, pero no lo entendieron”, relata Sokun, quien fue repudiada durante años por su atrevimiento. No era la primera vez que sus padres intentaban obligarla a cumplir el rol tradicional de la mujer en Camboya, un país en el que las relaciones homosexuales no están penadas, pero que no siempre son bien vistas socialmente, especialmente en el caso de las lesbianas.
“Las relaciones entre lesbianas son especialmente incomprensibles para la sociedad camboyana, lo que puede llevar a situaciones en las que los miembros de la familia utilizan métodos dramáticos para intentar romper las relaciones del mismo sexo”, asegura un informe publicado en 2010 por el Centro Camboyano por los Derechos Humanos.
Es lo que le ocurrió a Song Sokun. Cuando apenas tenía 17 años conoció a otra joven de la misma ciudad de la que se enamoró perdidamente. “Mis padres se enteraron y querían separarnos, así que nos fugamos”, relata Sokun.
La familia tardó siete años en dar con su paradero en Koh Kong, una ciudad polvorienta en la frontera con Tailandia, y en obligarla a volver. Prepararon entonces una boda exprés con uno de sus vecinos, y para evitar que volviera a escaparse, la encerraron durante las dos semanas previas a la ceremonia en un cuarto en su casa.
“Intenté suicidarme tomando medicamentos y mis padres me llevaron a un médico para ver qué me pasaba. Pensaban que estaba enferma”, relata Sokun.
Las historias de mujeres lesbianas forzadas a casarse o encerradas, e incluso drogadas por sus propias familias para separarlas de sus parejas, son comunes en el país asiático, asegura Chhoeurng Rachana, activista por los derechos LGBT en CamASEAN, una organización que defiende a grupos minoritarios en el país.
“Otros grupos LGBT también tienen problemas con sus familiares, pero son mayores en el caso de las lesbianas, porque son mujeres y, en Camboya, las mujeres tienen más presión que los hombres”, dice Rachana. Durante generaciones, el rol de las mujeres en Camboya ha sido transmitido a través del Chbab Srey (Ley de las mujeres), una especie de poema que enseña a las mujeres a servir a sus maridos y no ser demasiado ruidosas. El poema fue parte del currículo escolar hasta el año 2007 y hoy aún se enseñan algunas partes en el colegio o en las familias.
No obstante, un informe de la UNESCO matiza la discriminación que sufren las mujeres homosexuales y asegura que, aunque los transexuales están más expuestos a discriminación y violencia general en Camboya, las lesbianas sufren “mayores niveles de violencia doméstica en comparación a la población general de mujeres”.
“Las mujeres no pueden abandonar sus hogares porque no son independientes económicamente. Para los hombres es más fácil fugarse y empezar una nueva vida en ciudades grandes como Phnom Penh (la capital)”, asegura Srun Srorn, fundador de Rainbow Community Kampuchea (RoCK), uno de los primeros grupos de defensa de los derechos de la comunidad LGBT en el país. “Así que la mayoría lo oculta, cumple con su papel y se casa con un hombre. Y cuando los maridos lo descubren, reciben palizas”.
Una luz al final del túnel
A sus 62 años, la guerra que ha tenido que librar Soth Yun para que su relación con otra mujer sea reconocida ha sido más dura y larga que la de Sokun. Yun conoció a Houy Eang en 1973, cuando la región en la que vivían había caído bajo el control de los jemeres rojos, una guerrilla comunista que se alzaría con el poder en el país en 1975.
De inspiración maoísta, los jemeres rojos convirtieron el país en un gran campo de trabajos forzados y segregaron a la población por edad y sexo para que fuera más productiva. Y gracias a eso Yun pudo conocer a Eang. “Trabajábamos en el mismo grupo cavando un canal. Ella estaba enferma y la ayudé. Y ella se portó bien conmigo”, cuenta Yun quien recuerda que los demás la miraban con desconfianza por sus maneras leídas como “viriles”.
Yun y Eang consiguieron mantener su relación a pesar de que el sangriento régimen comunista, que llevó a la muerte a unos 1,7 millones de personas durante los apenas cuatro años que estuvo en el poder, castigaba hasta con la muerte cualquier relación no aprobada por las altas instancias. La caída de los comunistas no facilitó las cosas a la pareja que se enfrentaron después a la oposición de sus familias.
“Primero teníamos miedo de los jemeres rojos. Luego de nuestras familias”, dice Yun. Al igual que en el caso de Sokun, la familia de Eang la encerró, aunque ésta consiguió escaparse y fugarse con Yun. Solo la muerte del padre de Eang les permitió vivir juntas en el pueblo del que era originaria Eang, aunque la familia y la mayor parte de los vecinos estuvieron años sin hablarles.
La aceptación social, asegura Yun, llegó poco a poco gracias a la ayuda durante las últimas décadas de varias organizaciones no gubernamentales, como RoCK o CamASEAN, que han empezado a sensibilizar a la población en las localidades donde hay parejas con problemas con sus familias o vecinos.
“La sociedad aún no nos acepta”
En las grandes ciudades la situación se ha normalizado más rápidamente y han aparecido bares orientados al público LGBT, se celebra el Día del Orgullo y hay programas de radios sobre temáticas de género. Sin embargo, casos como los de Sokun, explica Yun, muestran que la situación ha cambiado poco para las nuevas generaciones. “Las cosas han mejorado pero la sociedad aún no nos acepta”, asegura Yun. “Las familias aún quieren que las mujeres se casen con hombres”.
Sin embargo, aunque pocas familias aceptan a personas LGBT desde un primer momento, ahora suelen tardar menos tiempo en reconciliarse. Los padres de Sokun decidieron no forzar más matrimonios después de que se escapara, pero la repudiaron durante años. Sokun acudió entonces a RoCK para intentar recuperar la relación con su familia.
“Ellos les explicaron que yo no tenía ninguna enfermedad y hace un par de años volvieron a hablarme”, asegura. Ahora, Sokun está a punto de casarse con Sreylek, otra mujer pequeña y tímida a la quien conoció en la fábrica textil en la que trabaja. “Al principio me dijo que solo íbamos a ser amigos”, asegura Sokun con una sonrisa. Aunque la ley camboyana define el 'matrimonio' como la unión entre un hombre y una mujer, algunas autoridades locales han empezado a reconocer oficialmente a las parejas LGBT.
Yun y Eang también han recibido un papel del alcalde de su pueblo reconociéndolas como familia, aunque no como matrimonio. Ahora, el objetivo de Yun y de buena parte de los activistas es conseguir que el matrimonio sea legal. “La discriminación también viene en las palabras. Y por eso queremos usar también la palabra matrimonio”, afirma Yun.