Mohammed Abu Mhadi lleva siete años trabajando como socorrista durante los meses de verano en la playa donde desemboca el valle de Gaza. Su labor, sin embargo, no es la de salvar a los bañistas que puedan estar en apuros sino la de evitar que nadie se bañe. La costa que vigila está contaminada por las aguas residuales que desprenden dos grandes tuberías en ese mismo mar.
“Vengo aquí a estas horas porque los niños vienen y van directos al mar”, explica Mohammed. “Yo les digo que no se pueden bañar aquí. El agua está contaminada. Donde antes había gente bañándose hoy hay peces muertos”, dice.
En el mismo lugar, varios pescadores aprovechan el descenso del sol para tomar un té. “Hace cuatro años pescábamos aquí, el agua estaba bien”, cuenta Emad Radi, un refugiado palestino cuya familia de pescadores de al-Jura vive en el valle de Gaza desde 1948. “Hoy el agua está llena de aguas fecales, pero no tenemos otro lugar donde ir para trabajar. Si nos vamos más lejos tenemos que pagar el transporte, y con nuestras barcas no podemos navegar lejos, son pequeñas”, explica el pescador.
Según indican autoridades, organismos internacionales y ONG, 95 millones de litros de aguas residuales se vierten en las costas de la franja de Gaza cada día. O lo que es lo mismo, una piscina olímpica de aguas usadas cada 38 minutos. La gente de la franja de Gaza se baña literalmente en aguas fecales, aguas domésticas usadas y residuos industriales y agrícolas.
De los cuarenta y dos kilómetros de costa mediterránea de la franja, el 52% está clasificada como “severamente contaminada”. En el norte, donde la densidad de población es mayor –con el mayor campo de refugiados palestinos de la franja, Jabalia– el 90% de la costa está considerada no apta para el baño.
“Los contaminantes orgánicos cambian el sistema biológico del mar. Los fertilizantes contienen nitrógeno y fósforo y eso hace que crezcan más algas, incluso algas venenosas”, afirma Samir al-‘Afifi, profesor de Ingeniería Ambiental y Jefe del Centro de Estudios Medioambientales de la Universidad Islámica de Gaza.
El experto explica que con la presencia de más algas, el oxígeno disuelto en el agua se consume más, y esto afecta a la vida marina. Como consecuencia, “la gente se baña en contaminantes orgánicos, deshechos humanos, que contienen bacterias, virus y parásitos. Todo esto provoca enfermedades gástricas, dermatológicas, oftalmológicas e intoxicación”, añade al-‘Afifi.
Actualmente en la franja hay tres plantas tratadoras de aguas residuales en funcionamiento, una el norte, otra en la zona central y una tercera en el sur. El principal problema es que el tratamiento de las aguas no es completo.
“Las plantas que tenemos en la franja de Gaza son obsoletas, además, hay un mal funcionamiento por falta de suministro de electricidad”, señala Munder Shublaq, Jefe de la Autoridad de Municipalidades Costeras en la franja.
En un reciente informe sobre contaminación de las costas en Gaza, OCHA, la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, advierte precisamente de la falta de combustible, necesario para hacer funcionar la central eléctrica.
“Como resultado de la gran escasez de electricidad, los proveedores de servicios de aguas residuales (incluyendo las plantas) dependen en gran medida de generadores de reserva. Sin embargo, este mecanismo de supervivencia se ve amenazado constantemente por la falta de combustible”, afirma OCHA en el informe.
Apuntan también que existen impedimentos para adquirir generadores adicionales y repuestos ya que están clasificados por Israel como productos de “doble uso”, civil y militar. Al menos veintitrés de los artículos necesarios para saneamiento de agua e higiene están dentro de dicha lista, por lo que Israel prohíbe su entrada a la franja.
El bloqueo israelí impide salvar el mar
Rebhi Asheikh es el vicejefe de la Autoridad de Agua del gobierno de consenso palestino, la autoridad responsable de gestionar, controlar y planificar el uso de los recursos hídricos, así como de administrar todo lo relacionado con las aguas residuales, recogida, tratamiento y reciclaje para agricultura (aunque esto último todavía no pueda realizarse en la franja). En entrevista con eldiario.es ha explicado que se están construyendo tres nuevas plantas de tratamiento de aguas residuales y que, esperan, estén operativas dentro de tres años.
“La ocupación israelí es el principal obstáculo en todos los proyectos y en la falta de tratamiento de aguas residuales”, opina Asheikh, quien también cree que “el bloqueo israelí impide la entrada del material de construcción necesario, de los productos químicos, incluso de los expertos”. Y pone un ejemplo: “La nueva planta de tratamiento en en centro de la franja debería haber sido construida en 2003, pero debido a la situación, los donantes tenían miedo de seguir con un proyecto que pudiera ser dañado”.
Además de la constante amenaza de guerra que desmotiva en gran manera a donantes y patrocinadores, Asheikh señala otro tipo de contratiempo: la obligatoriedad de conseguir un permiso israelí a pesar de estar en territorio palestino, dentro de la franja de Gaza.
“Las instalaciones se levantarán cerca de la Línea Verde y las autoridades de la ocupación israelí tardaron mucho en darnos el permiso para construir”, lamenta el oficial. “Siempre nos enfrentamos a impedimentos israelíes, siempre nos dejan trabajando solo en emergencia sin poder alcanzar el objetivo estratégico, es decir, reciclar la máxima cantidad de aguas residuales para usarse en agricultura y frenar así el agotamiento del acuífero costero de la franja”, añade.
Una situación evitable
Los expertos ambientalistas dicen que con los materiales apropiados la catástrofe medioambiental de las costas de la franja podría evitarse. “Con el tratamiento necesario, dejando de bombear aguas no tratadas, el mar se recuperaría en un corto periodo de tiempo porque el agua del mar está en movimiento. En cuanto a las sustancias que se filtran en la capa superior de la tierra, eso tardaría unos seis meses en limpiarse”, apunta el profesor al-‘Afifi.
Las autoridades palestinas insisten en que desearían seguir estándares internacionales para evitar toda contaminación, aunque para ello aseguran necesitar, principalmente, dos cosas: “Tenemos que tener financiación urgente de la comunidad internacional, quien también debe presionar a Israel para que deje entrar todo lo necesario, incluido a expertos que supervisen los proyectos”, dice Asheik.
Mientras tanto, las aguas mediterráneas que bañan el enclave costero cada vez emanan un hedor más inaguantable y toman un color más marronáceo. Las cafeterías al borde del mar siguen siendo el único lugar de esparcimiento en los abrasadores y largos veranos gazatíes. En la costa, al menos, no se divisan muros, ni soldados israelíes. Es el alivio psicológico para la población de la bloqueada franja de Gaza.