Puede parecer surrealista cruzar emails con alguien que vive en uno de los puntos más hostiles del planeta en la actualidad. Resulta difícil imaginar el día a día de aquellos que sufren la guerra, su cotidianidad. Pero basta con conseguir un resquicio de conexión a internet y ganas de gritar para burlar las barreras y silencios, hasta lograr que el mundo se vuelva más pequeño, lo suficiente como para escuchar esos suspiros de vida. Como no le sirve de mucho gritar, Niraz Saied teclea.
Este joven de 24 años es uno de los 18.000 palestinos que resisten en el campamento de refugiados de Al-Yarmouk (en Siria) y capta a través de sus fotografías la “enorme catástrofe” provocada por el régimen de Bachar Al Assad y la entrada de otros grupos extremistas como el Daesh (Estado Islámico en árabe) que penetró en el barrio el pasado mes de abril, hechos que mantienen a sus habitantes al límite y sin escapatoria. Fue en aquellos momentos, en los que se hizo pública la amenaza del autoproclamado Estado Islámico, cuando contactamos con el joven fotógrafo local para que compartiera su testimonio.
Niraz habla del horror que viven desde hace cuatro años y señala, harto, cuestiones repetidas, situaciones que parecen ser ignoradas. “Desde el principio de la revolución, Al-Yarmouk fue un lugar en el que se organizaban numerosos encuentros políticos, y eso es algo que el régimen sirio temía y quería impedir. También bloquearon el campo desde el punto de vista estratégico, pues está en la zona sur de Damasco y si pierden su control, a corto plazo perderían el de la capital. Por eso el régimen quiere evitar a cualquier precio la revolución en Al-Yarmouk”, explica Niraz.
“Las personas que quisieran conseguir comida o ayuda médica tenían que ir hacia la puerta de control norte custodiada por el Frente Popular y el Ejército del régimen Sirio. Allí había que esperar durante horas cada día para obtener alguna caja de arroz o azúcar mientras ves a gente desesperada. A veces el régimen detenía a la población y el miedo crecía. Hoy en día nadie se acerca a esa zona, porque la gente prefiere morir de hambre antes que entrar en una cárcel siria”. Señala con ahínco la “falta de apoyo” internacional, “incluso siendo refugiados palestinos bajo responsabilidad de Naciones Unidas” y reclama el cumplimiento del “derecho al retorno de los palestinos” recogido en la Resolución 194 de la ONU, una cuestión que según el chico es ignorada a pesar de la “trágica circunstancia dentro de Al-Yarmouk”.
La situación se agrava con la reciente intromisión de las garras del Daesh, que en poco tiempo ha provocado el “desplazamiento de más de 1.000 personas a las zonas próximas al campamento bajo control de la oposición”, que según el activista huyen fruto del “hartazgo por el asedio que hay dentro y fuera”. Se antoja complicado buscar explicación a esta hecatombe en la que están inmersos, pues como manifiesta Saied con apabullante crudeza, “aquí no hay razón alguna para la muerte, simplemente existe”.
Los emails de Niraz dejan aflorar sus miedos y sentimientos encorsetados en este campo de refugiados. “Amo a la mujer que será mi esposa, quiero a mi familia y he perdido a muchos de sus miembros. He caminado, he llorado, he aceptado viajar al exilio y regresar antes de que se convirtiera en un proyecto de vida”, explica a la vez que fulmina la distancia que pueda existir entre esta isla palestina en mitad de Damasco rodeada por un mar oscuro y el resto del mundo. “No hay nada que me impida ser humano y actuar con humanidad hasta el final. No hay nada que me impida arrimarme a los que sufren, ni nada que me impida compartir la alegría de cada persona feliz. El asedio no me impedirá tener presente en la memoria a mis enemigos y a mis amigos”.
Cada uno de sus mensajes es sinónimo de persistencia. “Mantener la esperanza es lo único que nos mantiene con vida”. Este es el espíritu de resistencia y superación que, según él, se respira en Al-Yarmouk, un lugar combativo que, dice, se esfuerza en preservar su “simbología como capital del exilio palestino”. Busca “crear soluciones alternativas de convergencia para continuar con la vida, para mantener la existencia y humanidad”. Y Niraz contribuye en este proceso a través de sus fotografías, mostrando cómo “la gente que resiste crea vida de la muerte”. Retrata la realidad de su entorno: la vida entre la destrucción.
Sus imágenes están dando la vuelta al mundo, cumpliendo de esta manera su objetivo de “llegar al mayor número de personas posible fuera del campamento”. Aunque lamenta que con la llegada del Daesh, en ocasiones tiene que cerrar su página web para preservar su seguridad. En 2014 ganó el Concurso de Fotografía de la Agencia de la ONU para los refugiados palestinos, y participa activamente en otros proyectos con compañeros que también son hijos de al mukhayyam (campamento en árabe).
Asegura que algo nuevo se está escribiendo en la historia desde dentro de los campamentos palestinos en Siria y se siente afortunado de, a través de sus fotografías, dar constancia de este “movimiento”.
Niraz ama la libertad, porque como él mismo dijo parafraseando al filósofo de origen andalusí, Ibn Khaldoun, “uno es libre cuando muere, y uno es libre cuando renace”. Por mucho que quieran matar a Al Yarmouk, siempre volverá a nacer.