Las olas mueren débiles en la playa de Zéfyro, en la isla de Rodas, donde el lunes naufragó un barco con un centenar de inmigrantes a bordo. En la orilla todavía flotan los escombros de la embarcación y algunas pertenencias. Thasos Donas, un submarinista griego de origen sudafricano, camina entre los restos. “Ahí recogí a las dos primeras mujeres, luego dos más un poco más allí”.
Thasos señala el mar, que hoy está mucho más calmo que el día del accidente. “Los sacábamos con nuestras propias manos”, cuenta el submarinista y voluntario de la Cruz Roja, quien rescató a seis personas en tres viajes, según le dijeron algunos presentes, porque él no los contó.
“Recuerdo que una de las mujeres me miró como si estuviese viendo a Cristo. Había un niño que ni siquiera lloró. Pero de todo eso te acuerdas luego. Cuando te sumerges no piensas en nada, no cuentas. Sólo te preocupa recoger a la próxima persona, y así hasta que terminas”, narra Thasos, quien desde esta semana tiene nombre y apellido en la isla, aunque prefiere no hacer hincapié en eso. “No soy yo, somos nosotros. En la Cruz Roja hay muchos voluntarios que trabajan sin recompensa. Y en el rescate participaron también vecinos que pasaban por allí. Sin ellos, en vez de tres muertos, hubiesen sido tres vivos y el resto muertos”, dice.
¿No es recompensa salvar vidas? “¿Y salvar cadáveres? Corres el riesgo de sacar a una persona sin vida y entonces se te viene el mundo encima”, asegura Thasos, que lleva 15 años como voluntario de la Cruz Roja y el lunes vivió su peor rescate, aunque nunca ha visto morir a alguien en sus brazos.
Quien sí lo hizo fue Stathis Samarás, el presidente de la Autoridad Portuaria. “Sacamos a un joven sirio de 23 años y mientras lo sentaba en una roca le dio un ataque epiléptico. Intentamos reanimarlo durante veinte minutos, pero murió”, recuerda.
Stathis, al que encontramos en la entrada de la sede la Guardia Costera, no está de servicio, pero lleva tres días que sólo pasa por casa para cambiarse de ropa. “A mis hijos no les cuento nada, tan sólo les digo que todo el mundo somos personas, iguales. No hace falta que se dediquen a rescatar vidas, simplemente que cuando sean mayores respeten a los demás, vengan de donde vengan”, afirma el hombre de 40 años, quien coincide en que la operación fue la más complicada en los 18 años que trabaja en la costa.
“Una de las mujeres que cogí llevaba cuatro pantalones y unas cuántas chaquetas que con el agua hacían que pesara seis veces más. Luego cuando nos zambullíamos, se agarraban cinco personas a ti, porque muchos no sabían nadar. Si el naufragio sucede por la noche y no hay tanta gente que ayuda, estaríamos hablando de una tragedia mucho mayor”, señala.
Falta de espacio y de medios
Pese a que Stathis apunta que se organizaron en cadena para ir moviendo a los supervivientes hasta las rocas, en las imágenes parece observarse un rescate algo improvisado. Así lo describe Thasos. Los socorristas de la Guardia Costera eran unos veinte y los barcos tardaron en llegar media hora, aunque en esos casos las propias embarcaciones pueden revolver el mar y dificultar el rescate en lugar de contribuir.
El presidente de la Autoridad Portuaria se niega a hacer declaraciones sobre los efectivos y los recursos con los que cuenta, y se limita a subrayar que “ese barco no debería haber llegado a 100 metros de la costa”. Aumentar el apoyo de unidades costeras ha sido una de las principales reclamaciones de Grecia desde el inicio del auge de las llegadas de inmigrantes y refugiados por mar, que se ha quintuplicado desde finales de 2013, cuando finalizó el levantamiento de la valla de 10,5 km que separa Grecia y Turquía. Ese año llegaron unos 10.000 inmigrantes por el mar Egeo hasta las costas griegas, según datos del Frontex, mientras que en 2014 la cifra rondó los 50.000, a pesar de tratarse de una opción mucho más peligrosa.
Un alto cargo de la Guardia Costera de Symi –isla griega a escasos 20 kilómetros de la costa turca– reconoce que se han visto desbordados por la situación. “Tenemos sólo un barco y somos diez policías”, confiesa el guardia, que prefiere ocultar su identidad. Según él, desde comienzos de marzo han llegado 1.100 inmigrantes y se han registrado 30 incidentes, “una cantidad mucho mayor que en años anteriores”, asevera.
El otro problema es la falta de espacio y de medios de los que dispone la isla para ofrecer unas condiciones de recepción adecuadas. “En la comisaría de la Autoridad Portuaria hemos llegado a tener 200 personas en un día que llegaron tres barcos. El pequeño pueblo –de 3.000 habitantes– sólo tiene un doctor. Tenemos que pasarnos las 24 horas trabajando para rescatar a la gente, tramitar su liberación y ocuparnos de los facilitators [como llama a los traficantes]”. Según indica, hay 70 traficantes encerrados bajo prisión provisional en la comisaría de Symi, pendientes de un juicio cuya espera puede alargarse hasta más de seis meses.
Sin embargo, el guardacostas se lamenta de no poder detener a más traficantes. “Cuando alcanzan aguas griegas, escapan en lanchas motorizadas y tardan apenas diez minutos en llegar a Turquía. Además, cuando ven que nos acercamos, obligan a los inmigrantes a saltar al agua. Entonces tenemos dos opciones: detenerlos o salvar la vida de esas personas. En otras ocasiones los propios inmigrantes pinchan la lancha para que los rescatemos y asegurarse que llegarán a territorio europeo”, y añade que ese impedimento pudo resolverse durante los tres meses en que fueron enviadas dos unidades del Frontex para colaborar en las operaciones.
Denuncias de 'devoluciones en caliente'
En octubre del pasado año la isla de Symi vivió uno de los capítulos más oscuros. Unos veinte sirios huyeron hacia las montañas, tras alcanzar tierra, por miedo a ser deportados. Después de dos días de búsqueda, uno de ellos sufrió un ataque de corazón y tuvo que ser trasladado al hospital de Rodas, la isla más próxima. El guardacostas entrevistado afirma que “los recién llegados tienen miedo por lo que les cuentan los traficantes. Por eso escapan”.
No obstante, Watch The Med, una plataforma para controlar la violación de los derechos de los inmigrantes, abrió una investigación, que todavía sigue en curso, sobre los motivos de esa huida y la posible práctica del push-back (deportaciones en caliente) en Symi. Ante las opacas informaciones y la complicada comunicación con las autoridades locales, ACNUR decidió enviar un contingente de representantes a la isla para mantener contacto directo con los inmigrantes sirios durante esos días y los posteriores.
A falta de Frontex para todas las islas griegas, la tarea de esos “rescatadores” cobra todavía más sentido. “¿Esperabas un submarinista algo más en forma, verdad?”, bromea Thasos con una media sonrisa. La vida sigue para ellos, como siempre, con un ojo en el horizonte, donde desde Rodas se divisan las montañas de Turquía.
Entre los restos del naufragio, en las rocas de la playa de Zéfyro, encontramos unas pastillas para el mareo de marca turca. Probablemente, los supervivientes esperaban un trayecto tranquilo hasta Grecia, como les prometieron los traficantes que los subieron al barco. “Nadie viene a Europa a morir, sino a buscar una vida mejor”, lo dice Thasos, aunque no es necesario ser Thasos para darse cuenta.