Diffa, al sureste de Níger, en la frontera con Chad y Nigeria, es una herida abierta llena de historias de pérdida, huida y búsqueda de un entorno seguro. Cerca de 248.000 desplazados y refugiados han llegado a la región tras huir por la fuerza de los combates entre Boko Haram y los ejércitos del Lago Chad en los últimos tres años.
A la violencia que han experimentado se unen las “malas condiciones” de los campos en los que ahora residen y una epidemia de hepatitis E que ha causado la muerte de decenas de mujeres embarazadas, denuncia Médicos Sin Fronteras.
A pesar de la “relativa calma” en la zona, dice la ONG, los ataques del grupo terrorista y las operaciones militares continúan, y con ellos, los desplazamientos de la población civil. Mientras tanto, las condiciones en la que se encuentran los desplazados empeoran, según alertan las agencias de la ONU y las ONG que operan en la zona. Unas 100.000 personas, estima MSF, carecen de alimentos, agua, instalaciones sanitarias adecuadas y acceso a los recursos naturales en Diffa.
Como consecuencia de estas precarias condiciones, hace dos meses se declaró un brote de hepatitis E que ya se ha cobrado la vida de 34 personas, todas ellas mujeres embarazadas, en el sureste del país. Según los últimos datos de MSF, ya son 186 las embarazadas que han sido ingresadas en Diffa y 876 los casos detectados de esta enfermedad del hígado que se transmite, principalmente, a través del agua contaminada. Casi todos los pacientes son personas desplazadas y refugiadas, y en el caso de las mujeres embarazadas la enfermedad es, de forma frecuente, fulminante.
La guerra contra Boko Haram ha afectado a la agricultura y a la ganadería, así como al comercio. Fuentes básicas de subsistencia como vender pescado y algunas verduras, o viajar en moto, están prohibidas, según sostiene la organización humanitaria. La situación en los campos de desplazados no es mucho mejor. MSF explica que muchas de las familias “siguen sin tener acceso a agua potable, alimentos y letrinas en cantidad y calidad” debido a “la falta de gestión y coordinación” entre los actores humanitarios que operan en la zona.
Garba, Kaka y Idi Baidou son algunos de los desplazados que han huido de la violencia de Boko Haram, no solo en sus lugares de origen, también en el camino. Actualmente viven en uno de los campos que han proliferado en el sureste de Níger, el de Garin Wazam, a 58 kilómetros de Diffa.
Garba: “Ni siquiera me pude despedir de mi familia”
La vida de Garba cambió de la noche a la mañana cuando los combatientes de Boko Haram atacaron su pueblo hace tres años. “Hubo un tiroteo y lo quemaron todo. Teníamos tanto miedo que corrimos hasta el pueblo de al lado”, recuerda este camerunés de 40 años en un testimonio recopilado por MSF. Desde entonces, se ha desplazado debido a la violencia armada hasta en 15 ocasiones. Primero a Nigeria, después a Níger.
“Tomé la decisión de enviar a mis tres mujeres y mis nueve hijos a Chad, donde yo pensaba que estarían seguros. Mi idea era reunirme con ellos un poco más tarde”, asegura. Sin embargo, cuando se montaron en una canoa para emprender camino, fueron atacados de nuevo por el grupo armado. “Me dijeron que habían degollado a toda mi familia. Que pasó a mediodía. Ya no sé nada más. Ni siquiera me pude despedir de ellos”, lamenta.
Desde hace nueve meses Garba vive en el campo de Garin Wazam. Volvió a casarse y espera a su primer hijo. Trabaja de guarda en el campo de desplazados y acude a las consultas de salud mental. “Hablo mucho con el psicólogo. De los desplazamientos, de toda esta violencia, del miedo de que vuelva Boko Haram, de lo que me cuesta dormir por la noche... Sin su ayuda, creo que habría vuelto loco”, concluye.
Kaka: “Nos han destrozado la vida”
Kaka, una joven de 25 años, vivía en Damasak (Nigeria) con su marido, agricultor de profesión y sus cuatro hijos. “Hace tres años, cuando mi hijo era aún un bebé, llegó Boko Haram a Damasak para acosarnos. Llegaron armados. Huimos al bosque para escondernos”, relata en un testimonio recogido por la ONG.
Cuando los encontraron, asegura, el grupo terrorista obligó a las mujeres y a los niños a meterse en casa y arrestó a los hombres. “Muchos están muertos o resultaron heridos aquel día. Mi familia consiguió escapar. A mis hijos y a mí nos retuvieron”, explica Kaka. Después de 22 días, fue liberada junto a su hijo pequeño, “pero se quedaron con mis tres hijas. Nos han destrozado la vida”, lamenta.
Ahora vive en Diffa, donde consiguió reunirse con su madre y su marido, que vende cebollas en el mercado. A Kaka también le gustaría montar un negocio para, dice, poder vivir mejor. “Por lo menos tenemos un techo y algo que comer todos los días, aunque sea poco. Espero que vuelva a haber paz y que podamos volver a casa. No he perdido la esperanza de volver a ver mis hijas. Sé que están vivas”, sentencia la joven, que actualmente está siendo atendida por MSF tras un aborto espontáneo.
Idi Baidou: “El día a día en Garin Wazam es difícil”
“Hemos vivido calamidades”, resume Ibi Baidou, que lideraba una comunidad de cientos de familias en las islas del lago Chad. Según su testimonio, Boko Haram les robó una parte del ganado. “Criábamos vacas, cabras y ovejas. Después nos ordenaron que nos fuéramos. No tuvimos tiempo de organizarnos y tuvimos que dejarlo todo atrás, hasta los animales. Después hubo inundaciones. No sé qué queda en pie de nuestras casas”, comenta.
Cuando abandonaron sus hogares, la comunidad, dice, se dispersó. Algunas familias, entre ellas la suya, se fueron a Yebi, en Níger. Después de que la ciudad fuera también atacada, se instalaron en Garin Wazam. “Poco a poco las demás familias han ido llegando también y hemos terminado reencontrándonos”, apunta.
Idi Baidou vive desde el pasado verano en el campo con sus dos mujeres y ocho hijos. “Nos falta ayuda y como no encontramos trabajo, el día a día es difícil. Hay poca actividad en el pueblo, pero algunos de nosotros hemos encontrado trabajo con las organizaciones internacionales y ayudamos, por ejemplo, en la distribución a gran escala o en la realización de censos, como es mi caso”, explica.
La comunidad recibe atención médica de MSF y cientos de sus niños acuden al colegio, como los hijos de Idi Baidou, que por primera vez van a la escuela. “No queremos volver al Lago Chad. Nuestra prioridad es encontrar trabajo para mantener a nuestras familias. Aquí, además, nuestros niños pueden continuar yendo al colegio”, sostiene.