Un grupo de periodistas sirios se refugia en España tras un dispositivo de evacuación inédito en Europa
Mohammed Subat resistió contando Siria hasta que la guerra le miró de frente. “El presidente sirio, Bashar al Asad, quiere vernos en la cárcel”, asegura en una cafetería del centro de Madrid. Aguantó en su ciudad natal de Daraa, feudo por entonces de grupos terroristas y rebeldes, hasta que el gobierno tomó la ciudad en verano de 2018.
Atravesó Siria en un autobús y cruzó desde el norte a Turquía, arrastrándose por la orilla del río Orontes. Fue en Estambul donde entró en contacto con el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), la organización que coordinó, en un dispositivo inédito, su traslado a España en avión junto a casi una treintena de reporteros también sirios.
“Ha sido un cruce de circunstancias que ha funcionado. Es la primera y única vez en la historia de la organización que lo hemos hecho”, explica por teléfono desde Beirut Ignacio Miguel Delgado, representante del CPJ en medio oriente y norte de África. Delgado trabajó en coordinación con Reporteros sin Fronteras y el Centro Sirio de Medios y Libertad de Expresión comprobando el trabajo de cada periodista, según explica, para confirmar que ninguno estuviera alineado con ningún grupo político.
Después empezaron las conversaciones con Europa. Solo tres países se ofrecieron a acoger a los periodistas: los Gobiernos de España y Alemania recibieron a 11 personas cada uno y Francia se comprometió a la cifra de siete, poniendo la condición de que ya tuvieran familiares allí que pudieran hacerse cargo de ellos.
Así que un año después, tras interminables papeleos, según recuerdan tanto Delgado, del CPJ, como Surat, periodista, los 29 reporteros lograron volar con un salvoconducto. Nunca antes había llegado a buen puerto una negociación similar entre Gobiernos y organizaciones civiles para sacar a grupos numerosos de periodistas cuyas vidas corrían peligro. Las fechas coincidieron con un momento en el que la comunidad internacional volvía a poner el foco en el conflicto sirio: Canadá, Reino Unido y Alemania trabajaban con ayuda de Israel en la evacuación de más de un centenar de los llamados cascos blancos.
Subat fue uno de los siete periodistas sirios que aterrizó en Madrid en mayo de 2019. Enseña orgulloso su tarjeta roja, el documento que le acredita como solicitante de asilo en España. Lleva cinco meses aprendiendo español y aunque sigue recibiendo apoyo de las ONG que gestionan las ayudas de las personas que piden la protección internacional, cuenta que su objetivo ahora es “buscar trabajo, aunque sabes que eso aquí es muy difícil”. Es consciente de que le va a resultar muy complicado volver a ser periodista en un país con una lengua que todavía no domina, pero colabora con la Fundación porCausa para no perder contacto con su profesión.
Además de encontrar trabajo, la odisea a la que se enfrentan la mayoría de solicitantes de asilo es la vivienda. Subat y el resto de sus compañeros que viajaron solos han tenido más sencillo alquilar una habitación. Sin embargo, a las dos personas que llegaron acompañados de sus familias todavía les ha resultado imposible dar con alguien que quiera arrendar una vivienda. “Hubo un día que hicimos 65 llamadas y solo tres aceptaron que fueran a ver los pisos. Cuando decías que eran refugiados, sirios y musulmanes decían que no les interesaba”, señala la directora de porCausa, Lucila Rodríguez-Alarcón, que denuncia la xenofobia y falta de empatía con los solicitantes de asilo.
De estudiar psicología a cubrir los bombardeos
Tras el estallido del conflicto sirio a mediados de 2011, Subat explica que no pudo terminar la carrera de psicología en la Universidad de Damasco porque tuvo que pasar varias veces por la cárcel por participar en manifestaciones contra el gobierno. Durante los primeros años de la guerra ayudaba en una clínica de psicología infantil, pero en 2014 cogió papel y boli y empezó a hacer periodismo.
Comenzó como periodista independiente, haciendo reportajes del día a día, cubriendo las bombas y también la vida que todavía asomaba entre los escombros y edificios derruidos de Daraa. Trabajó con el canal sirio como cámara de televisión hasta que la explosión de una granada le alcanzó, hiriéndole en el muslo.
“No me he olvidado de nada, lo recuerdo todo”, se emociona Surat. Sus heridas se curaron con mucho reposo, cuenta, pero la guerra mutiló a sus dos hermanos varones: evoca cómo cargando con uno de ellos llegaron al hospital casi en el mismo momento que estaba siendo bombardeado. En una de las noches más largas que han visto sus 29 años, en mitad de la huida su segundo hermano cayó también. Arrastró a los dos heridos a un hospital de Jordania donde, con mucha insistencia y la promesa de que volvería a cruzar la frontera, fueron atendidos. Las lesiones eran tan graves que ambos salieron a los pocos días con una pierna cortada.
A ellos, a sus padres y a dos hermanas más tuvo que dejarles atrás para salvar la vida cuando las tropas del presidente sirio Bashar al Asad comenzaron a ganar terreno en Daraa. Y tras pagar 1.700 dólares a las mafias para ser traficado a Turquía, llegó a Estambul, donde trabajó un par de meses como periodista hasta que fue contactado por Ignacio Delgado, del Comité para la Protección de Periodistas.
“Todo periodista que no escribe para medios afiliados al régimen es percibido como espía. En todos los casos que documentamos hay un patrón claro de desapariciones, las prisiones son trituradoras de personas, de haberse quedado la mayoría de los 29 periodistas estarían o reclutados en el servicio militar o habrían terminado en prisión siendo torturados”, explica Delgado.
Nunca antes países de la Unión Europea se habían mostrado favorables a acoger a un grupo tan grande de periodistas. Desde entonces, asegura Delgado, no lo han vuelto a hacer.
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