Apenas recuerdan sus vidas antes de la bomba atómica, aquella que convirtió en mundialmente conocida la ciudad japonesa de Hiroshima. “Cuando la bomba fue lanzada solo tenía tres años y dos meses”, dice Masashi Ieshima, un superviviente del ataque estadounidense del 6 de agosto de 1945. Kuniko Kimura tenía cinco. Desde niña sintió casi como “rutinarias” las consecuencias de la bomba, pero cuando se mudó a Tokio con su marido fue consciente de una “discriminación silenciada”: la de japoneses a los hibakushas, aquellos que habían logrado sobrevivir al ataque nuclear. “Una amiga fue rechazada por los padres de su novio cuando se iba a casar porque estaban preocupados por si el bebé salía con malformaciones”, cuenta.
Masashi y Kuniko tienen hoy 73 y 75 años, respectivamente, y son hibakushas. Aguantan de pie, muy estirados, mientras cuentan todos los horrores que les trajo Little Boy, la primera bomba nuclear que fue utilizada en un conflicto. La segunda y última empleada (Fat Man, también arrojada por Estados Unidos) sumó Nagasaki a la lista, con unas 70.000 muertes de forma instantánea. En Hiroshima murieron unas 80.000 personas en el acto, a las que se sumaron muchas más con el tiempo. Al término de 1945, Japón estimó las muertes en 140.000.
Los ancianos narran con recuerdos de niños ese destello cegador al que siguió la enorme explosión que marcó sus vidas. Esta vez, hablan en una de las salas del Congreso de los Diputados para contar su experiencia ante los pocos representantes políticos españoles que han acudido al acto –Izquierda Plural, PSOE, PNV, Compromís y Equo–. La visita, organizada por el Centre Delàs de Estudios por la Paz –en colaboración con el International Peace Bureau y Gensuikyo–, forma parte de una gira internacional en la que los hibakushas buscan sumar partidarios a la firma de un Tratado para la Prohibición de las Bombas Nucleares.
Los únicos que han vivido los efectos de la bomba atómica alcanzaron una edad media que roza los 80 años desde el pasado marzo. No se quieren guardar lo que vieron, lo que aún les atemoriza. “Mi madre decía que era un infierno”, recuerda Kuniko. La mujer la sacó a ella y a su hermano de la casa porque pensaba que una bomba había impactado en su hogar. Pero no: la destrucción, las tripas de la ciudad, el humo, asolaba todo cuanto tenían a la vista.
Corrieron hasta casa de un amigo de la familia y en la calle vieron a una niña, con graves quemaduras, que les pedía agua. Kuniko cuenta que los militares habían advertido a su madre de que no diera agua a los heridos. Madre e hija se fueron, entre los lamentos de la pequeña, que debieron de atormentar a la mujer. Acabaron regresando sobre sus pasos a por ella. “Cuando volvimos había muerto”.
Kuniko recuerda el impacto de ver a los heridos: “Algunas personas estaban tan desfiguradas por la bomba que no se distinguía si eran hombres o mujeres”.
Las secuelas a largo plazo
Los hibakushas, además, están ahí para recordar el recorrido de las bombas más allá de ese 6 de agosto. “Que pueden afectar a la segunda y la tercera generación”, dice Kuniko. Se topó con esta realidad, envuelta de discriminación, cuando se fue a vivir a Tokio con su marido. “Sentí que estaba silenciada, pero que había una discriminación de la población japonesa que me rodeaba hacia los supervivientes de la bomba”. Aunque no la padecía directamente, sí la constató a través de sus amigos.
La nuera de un amigo no tuvo hijos. “Sus padres se quejaron de ello. En ese momento, dijeron que era porque el padre del novio era un superviviente de Hiroshima y por ello su hija no ha tenido un bebé”. La maternidad también fue el motivo de rechazo de una amiga, superviviente de la bomba, que sufrió la oposición de los padres de su pareja a su futura boda. “Estaban preocupados por si el bebé salía con malformaciones. Muchas mujeres supervivientes cuando se iban a casar sufrían el rechazo de la familia”.
La bomba inundó a los supervivientes de Hiroshima en un continuo “y si...”. Y si tenían hijos con alguna malformación por la bomba. Y si los dos cánceres diferentes que terminaron por matar al padre de Masashi Ieshima, “después de cinco meses en el hospital con muchos dolores”, no tuvieran otra causa que la radiación de Little Boy, como él sospecha. Y si la osteoporosis severa que ha acompañado a Kuniko, y antes a su madre y a su hermano, nunca hubiera condicionado su salud sin ese caluroso día de agosto de hace 70 años.
Este verano, en el aniversario de las explosiones, la Cruz Roja hizo públicas las cifras de pacientes a los que continúa atendiendo por las secuelas de los ataques norteamericanos. 70 años después. Sus hospitales asistieron en 2014 a 4.657 víctimas de la explosión en Hiroshima y a 6.030 de la ocurrida en Nagasaki.
Las pesadillas perduran. “Tengo miedo de que en el futuro tenga enfermedades provocadas por la bomba atómica”, confiesa Kuniko. Los dos ancianos miran atrás y comparten la misma inquietud: “Sin la bomba mi familia habría tenido una vida más feliz”.
Lucha por la abolición de las armas nucleares
Para Kuniko y Masashi con que “un solo país” tenga la bomba atómica, la población está en peligro. “Todavía hay unas 16.000 armas nucleares y cada una tiene un enorme poder de destrucción”, recuerda Masashi. Cuando ellos sufrieron su ferocidad, Estados Unidos se batía en una carrera con la URSS en la construcción de la bomba y ahora nueve países cuentan con el poder de poseerla, destaca la Campaña Internacional por la Abolición de las Armas Nucleares: EEUU, Rusia, Francia, Reino Unido, China, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte (aunque debido a la opacidad del país, no se sabe con certeza).
“Si los países no destruyen las bombas, tienen la intención de usarlas. Hay grandes posibilidades de una explosión nuclear, por ejemplo por un accidente o un desastre natural”, indica Kuniko. Dejando aún lado su uso efectivo, por el mero margen de un error que desatase un desastre nuclear, los hibakushas defienden que el peligro no es cosa del pasado: es real y lo sufrimos cada día, dicen.
70 años después, los testimonios de Hiroshima y Nagasaki intentan conseguir que España se posicione a favor de un tratado para obligar por ley al desarme nuclear si se debate en el futuro. No hay otra solución para ellos: no la encontraron en el odio ni la venganza. “No servían de nada”. El tratado “es urgente, debe alcanzarse sin demora”, repite Masashi.