La muerte de una niña y su madre en un naufragio de tantos
Ayer hubo un naufragio en aguas españolas. Uno de tantos.
En él murió una niña que viajaba con su madre.
La pequeña tenía la misma edad que mi hija.
Una ola y el mar de fondo hicieron volcar la patera cuando se acercaba a la Isla de Alborán.
Los militares españoles rescataron a treinta personas y los supervivientes reportaron un hombre desaparecido en el agua. También recogieron el cuerpo de esta niña, y a una mujer que acabó falleciendo en el helicóptero que la trasladaba a tierra.
Los primeros datos indican que ambas fallecidas eran madre e hija. Al principio los militares pensaron que era un niño, no vieron en ella los signos de la pre-pubertad, de ese tránsito que vivía su cuerpo antes de que las fronteras le arrebatasen la vida.
He pasado toda la noche sin dormir representando en mi mente los últimos minutos de vida de las dos. Imaginaba cómo la madre habría intentado salvar la vida de su niña, como lo hubiese hecho yo con la mía. Sentía las últimas miradas de ambas sabiéndose ya en el final del camino.
Pensaba en tantas amigas mías que también tienen hijas de esa edad y el corazón me latía cada vez más deprisa.
Después comencé a pensar en los supervivientes, entre ellos dos adolescentes que viajaban solos desde su país de origen.
Las horas que habrían pasado en la isla al lado del cadáver de la niña, las horas en el barco de Salvamento hasta llegar a Almería. Los llantos y el dolor.
La llegada a costa de las personas supervivientes con la asistencia de equipos de intervención humanitarios antes de entregarlos a la policía, y ser trasladados a los calabozos de la comisaría.
¿Cómo habrán dormido las víctimas de la tragedia esta noche?
Estos pensamientos no pueden sino que generarme rabia, y vergüenza.
Sé, por relatos de supervivientes de otras tragedia, que nunca se olvida, que queda una marca horrible en el alma y que ese dolor aumenta con la detención en comisarías y centros de internamiento, y con la falta de asistencia psico-social especializada para abordar el trauma.
¿Podríamos aceptar que durmiesen en un calabozo los supervivientes de un accidente de avión? ¿Lo aceptamos porque son negros? ¿Por que son pobres? ¿Por qué?
¿Por qué en una democracia una ley de extranjería está por encima de derechos fundamentales inherentes al ser humano?
Pienso en cómo veía anoche la policía a estas personas, cómo durmió el subdelegado de gobierno, cómo no reaccionó la ciudadanía democrática.
Tal vez en cincuenta o cien años la historia verá estas acciones que forman parte del cotidiano de nuestra frontera como crímenes de lesa humanidad.