Su primera gran lucha terminó entre 1990 y 1994. Llegaba el fin de la discriminación institucionalizada, de años de represión racial, de décadas de desigualdad. Después de meses de convalecencia, Mandela ha cerrado la última batalla de una vida dedicada a la defensa de los derechos humanos: el expresidente sudafricano ha fallecido a los 95 años.
La admiración global hacia Mandela forjó cierto aura divino sobre su figura: su coherencia y sacrificio para lograr la reconciliación en Sudáfrica no parecían características humanas. Mucho menos políticas. “No soy un santo. Al menos que para ti un santo sea un pecador que simplemente sigue esforzándose”, recordaba Madiba.
Su vida comenzó planificada. Fue educado como jefe de la tribu de los Temblu, a la que pertenecía, y todo indicaba hacia un matrimonio concertado. Pero cursó Derecho en la única universidad para negros de Sudáfrica y un año después huyó a Johanesburgo para evitar una boda por obligación. A lo largo de su vida se casaría tres veces. Afloraban los retazos de su firme oposición al statu quo de la época.
A sus 26 años, ingresó en Congreso Nacional Africano (CNA), el partido que luchaba contra la segregación racial, institucionalizada por ley cuatro años después con la victoria electoral del Partido Nacional. Empezaba el Apartheid en 1948.
Sudáfrica se dividía entre blancos, negros y mestizos; posteriormente los indios y pakistaníes se añadirían a la lista como una cuarta 'categoría' racial. La normativa establecía las zonas para cada grupo, los empleos a los que podían aspirar o su forma de educación. Los 'no blancos' sólo podían acudir a los espacios ajenos a través de pases de visita concedidos a los trabajadores de la zona. El contacto social entre blancos y negros estaba prohibido. “Todo parece imposible hasta que se hace”, diría casi 30 años más tarde. En aquel momento todo parecía imposible.
En este contexto, Mandela, junto a su partido, impulsó la campaña de desobediencia civil, que además de instar al pueblo sudafricano al incumplimiento de las leyes injustas, promovió también acciones violentas. Pasados los años, en 1961, se convirtió en el comandante del brazo armado de su partido y llegó a viajar a Argelia para recibir entrenamiento como guerrillero.
[1961. Primera entrevista en televisión a Nelson Manela, cuando se mantenía en la clandestinidad]
Sus años en prisión
A su regreso, ingresó en la cárcel acusado de abandono del país. Sus cargos aumentaban al mismo tiempo que crecía su condena: el 12 de junio de 1964 comunicaban su cadena perpetua. Se fraguaba el inicio de un símbolo. Su número de preso, 466/64, acabaría por constituirse como la representación más común de la represión ejercida en Sudáfrica hacia la raza negra.
27 años encarcelado. Once en la prisión de alta seguridad de Robben Island, donde también se extendían las normas del Apartheid: sus raciones de comida eran menores, tan sólo tenía derecho a una visita y a una carta cada seis meses. La fuerza interior de Mandela no disminuyó, la debilidad sólo se materializaba en enfermedades que le dejarían secuelas físicas hasta sus últimos días. “Saber que éramos parte de una mayor humanidad que la de nuestros carceleros nos dio fuerza y sustento”, explicaría pasados los años.
En 1982, fue trasladado a la prisión de Pollsmoor, un hecho interpretado como un acercamiento del gobierno sudafricano a la comunidad internacional. El símbolo de Madiba se fortaleció: arrancó una campaña internacional para exigir una liberación que se hizo esperar.
Era domingo, 11 de febrero de 1990. Nelson Mandela alcanzaba la libertad después de casi 28 años encerrado como condenado político. Salía sonriente, de la mano de su esposa Winnie y con el puño en alto. La lucha no finalizaba con su excarcelación. Su firme discurso contra la segregación racial reclamaba la igualdad de todos los seres humanos y la construcción de una nueva Sudáfrica. Era un llamamiento a la acción para todos, sin divisiones. Era el inicio de la reconciliación.
“Sólo una acción de masas disciplinada puede garantizar nuestra victoria. Exhortamos a nuestros compatriotas blancos a unirse a nosotros para forjar una nueva Sudáfrica. El movimiento por la libertad política es una meta también para vosotros”. (Nelson Mandela, 11 de febrero de 1990).
[Entrevista de Nelson Mandela al salir de prisión concedida a medios nacionales e internacionales]
Un año después, la presión internacional, intensificada por el bloqueo económico de muchos países, derivó en el fin del Apartheid: el parlamento de Sudáfrica derogaba las leyes sobre la segregación racial de la población después de casi cuarenta años de discriminación institucionalizada.
El entonces presidente de Sudáfrica, Frederick de Klerk, perteneciente al Partido Nacional, dirigió las reformas encaminadas al fin de la segregación racial. Él fue quien anunció su liberación durante su primer discurso como presidente del país en el Parlamento sudáfricano, entre los abucheos de los sectores racistas. Su acuerdo con el CNA, ya liderado por Mandela, sentó las bases del gobierno de transición que organizó las primeras elecciones democráticas del país. 20 millones de sudafricanos acudieron a las urnas sin ningún tipo de distinción según la raza. Mandela se convertía en el primer presidente negro de Sudáfrica por mayoría absoluta.
Cumplidos los cinco años en el poder, llegó su retirada de la primera línea política, pero continuó su firme defensa de los derechos humanos en el mundo. La lucha contra el sida o las iniciativas por la erradicación de la pobreza en África marcaron su última etapa. “Si yo tuviera el tiempo en mis manos haría lo mismo otra vez. Lo mismo que haría cualquier hombre que se atreva a llamarse a sí mismo un hombre”.