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El caso de Aung San Suu Kyi y otros Nobel de la Paz que acabaron justificando violaciones de derechos

La líder birmana Aung Sann Suu Kyi ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ)

Clara Giménez Lorenzo

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Con palabras firmes y ante la mirada conmocionada de la comunidad internacional, Aung Sang Suu Kyi defendía hace unas semanas al Ejército birmano en la Corte Internacional de Justicia de las acusaciones de genocidio contra la minoría musulmana rohinyá. La misma Suu Kyi que sufrió arresto domiciliario de forma intermitente entre 1989 y 2010 debido a sus esfuerzos en favor de la democracia en Myanmar, y a la que le fue concedido el Nobel de la Paz en 1991.

En noviembre de 2018, Amnistía Internacional le retiró el premio de Embajadora de la Conciencia, el más importante otorgado por la organización. El Gobierno de Canadá también despojó a Suu Kyi de la ciudadanía honoraria, y un año antes, la ciudad de Oxford, en cuya prestigiosa universidad había estudiado la líder birmana, consideró que ya no era merecedora del Premio Libertad de Oxford.

El caso de Suu Kyi es el más reciente, aunque no el único, en cuanto a ganadores del Nobel que han acabado justificando o se han alineado con causas cuestionables. Mientras que otros reconocimientos se pueden revocar, los estatutos de la Fundación Nobel, que comenzó a entregar el premio en 1901 siguiendo los deseos del sueco Alfred Nobel, no permiten dar marcha atrás.

“Siempre es un riesgo cuando promueven a alguien, y no pueden predecir lo que va a pasar en el futuro”, señaló a Reuters Asle Sveen, historiadora especializada en Premios Nobel. “Eso es lo que hace que el Premio Nobel de la Paz sea diferente de todos los demás premios de la paz, de lo contrario, se le daría el premio a personas muy mayores justo antes de que mueran”. Lo cierto es que Mussolini y Hitler fueron nominados -el segundo de forma irónica, aunque su nombre queda en el registro- en 1939, mientras que Stalin también fue sugerido en 1945 y 1948.

Los Nobel de la Paz más controvertidos

Desde su creación, el Nobel de la Paz ha sido otorgado 100 veces a 134 laureados, entre ellos 107 personas y 27 organizaciones, quedando desierto en varias ocasiones, especialmente durante los periodos de entreguerras. Es el único de los Premios Nobel que se concede a entidades, lo que permite galardonar a organizaciones humanitarias como el Comité Internacional de Cruz Roja, que lo ha recibido tres veces.

Según el testamento de Alfred Nobel, debe entregarse “a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos alzados y la celebración y promoción de acuerdos de paz”. La política del Comité Noruego del Premio Nobel ha ido cambiando a lo largo de los años: durante el período de entreguerras, muchos estadistas activos aparecieron en la lista de laureados; después de la Segunda Guerra Mundial hasta los años 60, viró hacia líderes con una trayectoria más dilatada, que ya no estaban activos en el momento de su concesión. Sin embargo, desde 1970, los estadistas contemporáneos han vuelto a figurar entre los laureados.

Henry Kissinger, secretario de Estado de Estados Unidos, recibió el premio en 1973, precisamente el mismo año de su implicación en el golpe de Estado en Chile, junto con el líder revolucionario de Vietnam del Norte, Le Duc Tho, por negociar un alto el fuego. Su reconocimiento es uno de los más criticados, entre otras cosas porque Kissinger había ordenado el bombardeo de Hanoi durante las negociaciones. Le Duc Tho rechazó su mitad del premio y dos miembros del Comité, que habían votado en contra de la selección de Kissinger, renunciaron en protesta.

También fue controvertido el reconocimiento de Shimon Peres, galardonado en 1994 junto con Yitzhak Rabin y Yasser Arafat por los Acuerdos de Oslo. El político israelí ayudó sistemáticamente a incrementar las capacidades nucleares de Israel décadas antes de recibir el premio; a lo que se suma su responsabilidad en la masacre en la que murieron 106 personas mientras se refugiaban en instalaciones de la ONU en la ciudad libanesa de Qana. Ocurrió dos años después de recibir el premio, cuando era primer ministro de Israel.

En ocasiones, el premio se ha concedido con el objetivo de “promocionar” a alguien, como ocurrió con Barack Obama, que recibió el galardón por “dar al mundo esperanzas en un futuro mejor y por su lucha para el desarme nuclear”. Solo llevaba nueve meses en el poder. Los ataques con drones y la permanencia de sus tropas en Oriente Medio fueron dos de los aspectos más criticados de su mandato.

Incluso la decisión de galardonar al primer ministro etíope Abiy Ahmed, quien ganó el Nobel en 2019 por poner fin al conflicto entre Etiopía y Eritrea, ha generado controversia por la violencia ejercida bajo su mandato contra la etnia oromo. Ahmed se negó a responder a las preguntas de los medios el pasado 10 de diciembre, antes de la ceremonia de entrega en Oslo, una actitud que varios miembros Instituto Nobel noruego calificaron como “altamente problemática”.

El Comité también ha tomado alguna decisiones aplaudidas y en consonancia con los reclamos sociales, como otorgarlo en 2018 al ginecólogo congoleño Denis Mukwege y Nadia Murad, activista yazidí iraquí y superviviente de violencia sexual, “por su contribución decisiva” a la lucha contra el uso de la violencia contra las mujeres como arma en los conflictos armados. Sus elecciones son mucho más aplaudidas cuando premian a defensores de los derechos humanos que a líderes políticos en activo.

Un premio actual con reglas del siglo pasado

Casi un 50% de los Nobel de la Paz han recaído en políticos o diplomáticos. Poco más del 20% en activistas. Solo una de cada diez premiadas son mujeres, el 75% de ellas activistas. Para comprender ciertas decisiones hay que ir a la raíz del asunto: la composición del propio Comité. Desde su creación, está formado por cinco miembros del Parlamento noruego, la mayoría ya retirados, con una composición política similar a la de la institución. La institución no publica sus debates ni criterios de decisión, y la lista de propuestas se mantiene secreta durante 50 años.

La cuestión de no incluir académicos, activistas ni miembros internacionales lleva cuestionándose durante décadas. Sí que pueden realizar nominaciones profesores universitarios, miembros del Instituto de Derecho Internacional y otra serie de personas que cumplan ciertos requisitos, pero la decisión final recae en el Comité, que ahora está conformado por tres hombres y dos mujeres, políticos y expolíticos con sus propias relaciones controvertidas: uno de ellos, el exprimer ministro y secretario general del Consejo Europeo Thorbjørn Jagland, ha sido criticado por su cercanía a Putin.

Desde los 80 existe el Premio Right Livelihood, que se denomina como 'Nobel alternativo', y suele premiar personas que concuerdan más con el perfil de defensores de los derechos humanos: en 2019 año reconoció a la activista medioambiental Greta Thunberg, a Aminetu Haidar, apodada la “Gandhi saharaui”, al líder indígena brasileño Davi Kopenawa, y a la abogada china Guo Jianmei.

En los 90 era difícil prever que las alabanzas recibidas por La Dama, como se apodaba entonces a Aung San Suu Kyi, acabaría siendo cuestionadas. Pero cerca de 20 años después, la activista, que se confinó al arrestro domiciliario para luchar por la democracia en su país, acabaría convertida en la secretaria de Estado de Myanmar que ha negado las violaciones de los derechos humanos corroboradas en los informes de la ONU y definiendo como “conflicto armado interno” y “operaciones de limpieza” la violencia ejercida por el ejército birmano contra más de 700.000 ciudadanos rohinyás.

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