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La paradoja húngara: en el país europeo más xenófobo de la UE solo vive un 1% de población extranjera

El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, en el Parlamento Europeo, el 11 de septiembre de 2018.

Gabriela Sánchez

En las calles de buena parte de Hungría es fácil encontrar carteles con la siguiente inscripción: “Apoyemos el programa de Viktor Orbán, paremos la inmigración”. En uno de los muchos pósters de propaganda electoral, alguien quiso responder y añadió a rotulador: “Aquí solo hay emigración”.

Ante cualquier convocatoria de elecciones, hay un tema que Viktor Orbán insiste en ensalzar sobre el resto. La inmigración expuesta como “el enemigo” le ha permitido una nueva victoria en los últimos comicios de Hungría y, de cara a las europeas, repite estrategia. El discurso del odio se ha asentado en un país en el que, sin embargo, solo un 1,6% de sus habitantes son extranjeros, mayoría europeos. El primer ministro húngaro logra rentabilizar sus mensajes xenófobos donde (prácticamente) no hay inmigración.

Lejos quedaron también las imágenes de cientos de miles de migrantes tratando de atravesar las fronteras húngaras en su ruta hacia los países del Norte de Europa. En 2015, alrededor de 5.000 migrantes entraban en Hungría cada día. Hoy la policía detecta a unas 20 de media en cada jornada, a las que no les espera un futuro prometedor en el país, pues el Gobierno ha arrasado su política de asilo. El año de la crisis de acogida de refugiados, 177.135 personas solicitaron protección en suelo húngaro; en 2018 se registraron 671 peticiones, según las cifras de Oficina Central de Estadísticas de Hungría.

Los datos podrían hacer sospechar que la inmigración ha dejado de ser un asunto destacado en la política húngara, pero Viktor Orbán ha colocado de nuevo el discurso xenófobo en el centro de su campaña, tanto en los pasados comicios nacionales, como de cara a las próximas elecciones europeas del 26 de mayo. Su partido, Fidesz, obtuvo una nueva victoria con el 48,9% de los votos en la convocatoria a las urnas de abril. El mandatario lleva casi diez años gobernando con mayoría absoluta.

“La falta de población inmigrante es exactamente la respuesta sobre por qué es tan exitosa la campaña de odio del gobierno”, zanja Gábor Gyulai, director del programa de asilo de la ONG Comité Helsinki Húngaro. De los más de nueve millones de habitantes de Hungría, solo residen en el país 161.809 extranjeros, un 1,6% de la población. La gran mayoría de ellos son ciudadanos europeos; sus principales nacionalidades son la rumana, la serbia, la ucraniana y la alemana.

Para Gyulai, el desconocimiento ligado a la falta de convivencia con personas inmigrantes extracomunitarios dibuja un contexto ideal para la propagación del discurso xenófobo de Orbán. “De la poca inmigración que hay, la mayoría es incluso invisible al ojo, porque físicamente son como los húngaros. No hay diversidad. Para gran parte de la población la inmigración es un tema sobre el que no tiene ninguna experiencia directa, y esa es una clave del éxito de la política de comunicación de Orbán: el inmigrante para ellos no es un ser vivo que conoce, no es mi cuñado, no es mi jefe y, así, es más fácil vender una imagen diabolizada a través de los medios de comunicación”, sostiene el experto húngaro.

El segundo factor mencionado por Gyluai y al que se suma Ana González Páramo, investigadora de la Fundación porCausa, es el control de los medios de comunicación por parte del Gobierno de Orbán. “Según investigaciones recientes, el gobierno controla el 80% de los medios de comunicación en Hungría. La mayoría de ellos emite propaganda gubernamental, en un país donde el idioma es muy diferente, y no hablan otras lenguas, por lo que no suelen consultar medios extranjeros”, detallan desde el Comité Helsinki Húngaro.

“Ha manipulado los medios, con lo que ha conseguido cambiar las percepciones de la sociedad”, detalla González Páramo. Para comprender hasta qué punto alcanza el empeño de Orbán de contagiar el sentimiento de odio a la inmigración entre su población, Gyluai recuerda la propaganda impulsada durante la retransmisión de grandes eventos deportivos. “Aprovechan la Eurocopa, el Mundial de fútbol o los juegos olímpicos, para introducir pequeñas noticias entre cada parte del partido. Así, hemos visto mensajes discriminatorios en anuncios de propaganda o incluso noticias falsas. Es una guerra total de comunicación para hacer creer a los húngaros que el inmigrante es una masa que pone en peligro nuestra cultura europea y nos están invadiendo”, apuntan desde la ONG, que defiende que, de existir unos medios independientes y una sociedad civil fuerte, el Gobierno del país tendría más difícil lograr su objetivo.

Hungría y Eslovaquia, los países más xenófobos de la UE

Pero Orbán no se choca con prácticamente ningún muro para gritar lemas xenófobos a los cuatro vientos. Nada frena la permeabilidad del mensaje en su población. Hungría y Eslovaquia son los países más xenófobos de la UE, en base a los datos del eurobarómetro de 2018. Alrededor de un 80% de los encuestados en ambos países aseguraron tener una opinión negativa hacia los inmigrantes extracomunitarios. La media europea se situó entonces en el 52%. Un estudio de Pew Research Center de 2016 colocó a la población húngara a la cabeza de la Unión Europea en su ranking de xenofobia: un 76% de sus habitantes relacionaba la inmigración con terrorismo y un 86% confesó unir un mayor porcentaje de inmigrantes con la pérdida de trabajo y beneficios sociales.

En la calle, la expansión del discurso del odio se materializa en episodios concretos. Ha llegado el punto en el que ciudadanos húngaros han denunciado ante las autoridades migratorias a policías de Arabia Saudí que se encontraban en el país en el marco de un programa de cooperación policial. O acusar por inmigración irregular a una mujer húngara a la que confundieron con extranjera sin papeles por caminar con su cabello cubierto bajo un pañuelo: la mujer salía de la peluquería y trataba de esquivar la lluvia. Ocurrió en marzo del año pasado.

“La palabra migrante es un insulto terrible”

La palabra “migrante”, destaca Gyluai, se ha convertido en un insulto habitual en el país. “Siempre ha habido xenofobia, pero antes de 2014 era 'pasiva', derivada del miedo al desconocido y factores lingüísticos, algo típico de la región”, rememora el director de asilo de la organización húngara. Entre 2014 y 2015 algo cambió: “Orbán estaba bajando su popularidad en el país y comenzaron a sacar este tema, construyendo una realidad en paralelo. Y ya tenemos resultados: el rechazo pasivo se ha convertido en un odio concreto y activo. La palabra migrante se ha transformado en un insulto terrible. Es un lavado de cerebro masivo”, concluye.

González Páramo describe el discurso antiinmigración como la “pantalla perfecta para ganar votos”. Según la investigadora de porCausa, organización que ha publicado recientemente un informe sobre la estrategia de los partidos de extrema derecha, “cuando hay algún problema social, laboral o de corrupción lo más eficaz es sacar el tema de la inmigración”. Se trata de una “táctica populista” de manual, continúa: “enfrentar al pueblo frente a un enemigo exterior”.

En este caso, la inmigración musulmana. “Luego podrán buscarse un enemigo interior, como ya han hecho: atacando a la población gitana, o el mismo George Soros” como archienemigo del primer ministro húngaro.

Para explicar la visión recelosa de la población húngara hacia la inmigración, Salvador Llaudes, investigador del Real Instituto Elcano, apunta al contexto histórico del país para detallar otro de los “elementos clave” del éxito del discurso del odio: la importancia de la soberanía de su país, en un Estado marcado por su pasado comunista y el control ejercido por potencias extranjeras. “A partir de los años 90, retoma el camino de la libertad, pero su rápido ingreso en la UE” y la necesidad de “homologarse a las reglas de un club en el que entraba con poca capacidad de influencia” se materializa en una sensación de “pérdida de soberanía”.

A ello se suma el “componente étnico-lingüístico” que reivindican los húngaros. “Al ser un pueblo milenario, para ellos, ser húngaro es hablar húngaro y tener antepasados nacidos en el país: piensan que, ellos cuentan con una historia, pero los inmigrantes son ajenos a ella”, detalla Llaudes.

“Dentro de ese componente mental de lo que es ser húngaro, la inmigración no casa muy bien. Y si le añades el uso político del tema, con un discurso que difunde el miedo de lo que va a venir, se explica por qué cala el odio entre la población”, concluye el investigador del Instituto Elcano.

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