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La “pequeña revolución” de un grupo de mujeres en India: llamar a sus maridos por sus nombres

“Las mujeres indias no llaman a sus maridos por sus nombres porque son como Dios”, dice Poonam mientras mira fijamente a la cámara. Vive en Uttar Pradesh, un Estado al norte de India. De allí también es Gayatri Devi. “Una vez que te casas, ya no puedes llamar a tu esposo por su nombre”, explica. “La tradición de nuestro país no nos lo permite”, añade Srisati Devi. “Nuestros padres nos lo han enseñado así. Él sí puede nombrarme: es un hombre, es todopoderoso”, concluye Sindhu.

Al otro lado del objetivo, una mujer pregunta: “¿Cómo se llama tu marido?”. Entonces, llegan las risas tímidas. “No puedo decirlo”, responden algunas mientras bajan la mirada con pudor. Quien graba es Rohini Pawar, una activista india por los derechos de las mujeres que, armada con su cámara, trata de “denunciar y desmantelar el patriarcado” que impera en la sociedad india.

Pawar proyectó el vídeo el pasado enero en su club de debate, formado por mujeres, en un pequeño pueblo de Pune, en el Estado de Maharashtra. Era la primera vez que se reunían para hablar sobre machismo y ella decidió empezar por algo a lo que sus compañeras pudieran enfrentarse “fácilmente”, como la práctica –arraigada en la India rural, pero también en zonas urbanas, según explican las activistas– de no llamar a los maridos por su nombre de pila. Se dirigen a ellos como “padre de”, “oye tú” o incluso por su profesión. Nunca por su nombre.

“Esta costumbre indica que una mujer respeta a su marido y que quiere que viva una larga vida. Está tan arraigada que no habíamos pensado en ella hasta que nos reunimos en el club”, resume Pawar. “Si no podemos decir los nombres de nuestros maridos y pueden llamarnos como quieran, ¿eso significa que no nos respetan? ¿No debería ser igual?”, preguntó a las asistentes la activista de la ONG Video Volunteers, cuya iniciativa adelantó la BBC.

“Cuando comenzamos el grupo, nos dimos cuenta de que el patriarcado está presente en las cosas cotidianas más pequeñas y ha atrapado a las mujeres mediante la imposición de supuestas culturas y tradiciones desde niñas. Llamar a tu marido por su nombre suena fácil, pero, en realidad, trabajar en ello ha sido todo un desafío para nosotras”, explica la joven en una entrevista con eldiario.es.

Aquel, dice, fue “un día de libertad” para las nueve mujeres que integraban el grupo en el pueblo y pronunciaron el nombre de sus esposos en público por primera vez. Una “pequeña revolución”. Su revolución. “Estábamos muy contentas. Incluso bromeábamos, porque para la mayoría de nosotras fue la primera vez que pudimos hacerlo”, recuerda.

Una de ellas, asegura, no lo había hecho en 30 años de matrimonio. “Se podía ver el placer en su rostro. Se sentía independiente y libre por haber hecho algo diferente. También, con más confianza en sí misma. Nunca en su vida pensó que diría el nombre de su marido”, indica Pawar.

“Fue como una descarga eléctrica para sus familias”

Antes de llevar el debate al club, la activista, a quien su familia obligó a casarse cuando tenía 15 años, había desafiado la vieja costumbre en su propia casa. Tanto su marido como su suegra se quedaron callados tras ver el vídeo. “Prakash, mi esposo, se dio la vuelta y me dijo que lo llamara por su nombre a partir de ese momento”, relata.

Otras no corrieron la misma suerte. Algunas mujeres se atrevieron a nombrar a sus maridos al llegar a casa tras la reunión. “Fue como una descarga eléctrica para sus familias. Nunca habían pensado que podía pasar, los familiares se quedaban callados alrededor de los maridos”, apunta. “¿Te has vuelto loca?”, “¿Qué te pasa?”, les espetaron. Una de las integrantes, comenta Pawar, “fue zarandeada mientras otros se reían pensando que era una broma”.

Otro marido, dice, se quedó mirando a otros parientes en silencio, “sin saber qué hacer”. Uno de ellos incluso telefoneó a Pawar preguntando “qué le había enseñado a su esposa”, porque no paraba de llamarlo por su nombre. Una de las mujeres probó a la hora de la cena frente a toda la familia. “Cuando su suegra la fulminó con la mirada, se asustó y dijo que había sido un error”.

Uno de los casos más extremos ha sido el de Malati Mahato, documentado por la ONG. Un tribunal irregular de su aldea en Odisha, al este del país, la desterró a una casa fuera del pueblo y prohibió a los vecinos comunicarse con ella. Todo por haberse dirigido a su familia política por sus nombres. “No creo que haya hecho nada malo”, sostiene la mujer.

“Las mujeres esperan ansiosamente las reuniones”

El grupo de Pawar continúa reuniéndose, al igual que lo hacen los clubes de debate de medio centenar de voluntarios de la ONG en 15 estados del país. En él también han desafiado otras tradiciones arraigadas, como llevar bermellón en la frente como muestra de que están casadas o llevar saris en lugar de otras vestimentas que preferirían usar.

“Las mujeres esperan ansiosamente las reuniones porque es un día en que tienen plena libertad. Comprenden el patriarcado y crean una estrategia para acabar con él, tratando de pensar qué consecuencias tendrá para ellas”, señala Pawar. En el club también cantan, bailan y ponen en común sus problemas para llegar a una solución entre todas. “Aliviamos nuestros corazones. Es un día dedicado a nosotras mismas, donde somos solo personas y nos sentimos empoderadas. Elegimos, además, un lugar donde estemos solo nosotras”, prosigue.

Sin embargo, insiste la activista feminista, no es una tarea fácil. “Las raíces del patriarcado en India son muy fuertes. Intentamos romperlas entre todas, pero son muchas las dificultades, porque está oculto en todo: cuando nacemos, incluso después de morir, nos persigue. No sé si lo destruiremos, pero solo podremos hacerlo moviendo sus raíces”. Su labor y la de sus compañeras ha despertado las críticas de sus vecinos, que incluso apuntan al marido de Pawar, que le ha mostrado siempre su “firme apoyo”. “Lo critican por tener una esposa que no le tiene miedo”, esgrime.

“Cada vez que señalamos la injusticia, se nos recuerda que somos mujeres y que no deberíamos estar haciendo esto. Apelan a nuestra cultura y nuestra tradición, a nuestro lugar en el sistema de castas, todos tratan de impedirlo. Es una locura”, explica. “Nos llaman mujeres sin carácter, nos dicen que estamos deshonrando a la familia. Somos personas problemáticas: la madre, la hija consentida, la nuera... tu nombre se multiplica por la aldea”, añade.

Pero Pawar no se rinde. “Seguiré denunciando y desmantelando el patriarcado con mi cámara”, afirma con determinación. Con el mismo impulso con el que, años atrás, comenzó a dar clases de informática y formó un grupo de ahorro para mujeres en su pueblo. Con el mismo convencimiento con el que ha denunciado casos ilegales de matrimonio infantil o ha luchado para que un grupo de agricultoras indias tuvieran el mismo salario que los hombres del sector.

Y recuerda, cada día, las lágrimas que derramó y los sueños a los que tuvo que renunciar por ser mujer en una sociedad machista: su deseo de ser médica se diluyó cuando tuvo que contraer matrimonio. “Soy feminista porque no quiero vivir asfixiada: quiero ser libre. Mi familia me casó sin ser adulta, nadie me preguntó qué quería. Fui la cuarta hija de mis padres. Querían un niño, fui una carga. Pero decidí mejorar las cosas para otras mujeres. Lucharé contra todos aquellos que nos niegan nuestros derechos y trataré de que las mujeres se unan al feminismo mientras viva”, sentencia.