Los refugiados que inician el camino de vuelta a Siria desde Turquía: “No sabemos si mi casa seguirá en pie”
A pocos kilómetros del centro de Estambul, el barrio de Esenyurt despierta mientras la niebla matutina alza el vuelo. En una pequeña zona ajardinada situada a poca distancia del ayuntamiento municipal, una docena de sacos blancos y varias maletas se amontonan. Dos autobuses y una camioneta que saldrán en dirección a la frontera con Siria aguardan.
Para algunos refugiados es un gran día, vuelven a casa. Para otros, en cambio, se abre otra travesía por el desierto que no finalizará hasta volver a crear un hogar donde vivir. Al subir al autobús dejarán atrás la etiqueta de 'refugiados' que les ha perseguido en los últimos años para pasar a ser, otra vez, ciudadanos de pleno derecho. Son algunas de las 315.000 personas que, según los datos más recientes del Gobierno turco, han regresado a Siria.
Turquía ha acogido desde que empezó la guerra en Siria hace 8 años a 3,6 millones de personas procedentes de este país, según cifras gubernamentales. Todas ellas huyeron de sus casas en busca de una vida y un lugar donde empezar de nuevo, pero ahora muchas han decidido regresar a su tierra.
Un destino difícil
Turquía inició a finales de 2016 su primera incursión militar individual al norte de Siria para “librar la zona de terroristas”, según afirmó Ankara. De la bautizada Operación Escudo Protector del Éufrates se pasó a la polémica Operación Rama de Olivo, efectuada en las tierras kurdas de Afrin y con la ayuda de las fuerzas del Ejército Libre Sirio [ELS].
Los ataques se saldaron con la muerte de 200 civiles, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, y 137.000 desplazados, de acuerdo con la ONU. Aunque la zona haya sido estabilizada a la fuerza, las denuncias por parte de organizaciones como Human Rights Watch alertan sobre el intercambio poblacional que existe: de la mayoría kurda se ha pasado a una mayoría árabe. Este enero, los ataques con coche bomba en las poblaciones de la devastada región de Afrin fueron continuos.
En cuanto al noreste del país, Estados Unidos, en combate contra el ISIS, ha anunciado que da por cumplida su misión y retirará sus tropas en un plazo que no se han aventurado a desvelar y que ya empieza a crear división en el seno de la Casa Blanca, puesto que el grupo terrorista está acabado territorialmente, pero sus ataques continúan.
En el caso en que los estadounidenses abandonen Siria, sus aliados, las Fuerzas Democráticas Sirias [FDS], se toparán de bruces contra un Ejército turco dispuesto a seguir con su incursión en el norte del desmembrado país. Ankara les acusa de tener a terroristas entre sus filas, concretamente a los kurdos de las Unidades de Protección del Pueblo (YPG), acusados de ser el brazo sirio del también catalogado terrorista PKK.
Ya lo anunció el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, en diciembre: entrarían en Manbij, zona protegida por las YPG. La medida no es del agrado de Donald Trump: “Si atacáis a nuestros aliados kurdos destrozaré la economía turca”, afirmó el mandatario norteamericano en enero. Con Turquía vislumbrando el desfile de sus militares, otra vez, hacia tierras sirias, los combates parecen eternizarse.
De esta forma, la zona “protegida” por Turquía puede aumentar y los autobuses cargados de sirios provenientes del país eurasiático están enfilando una región que sigue en pie de guerra, mientras los convoyes de refugiados sirios se dirigen hacia el enclave kurdo de Afrin, controlado por el ELS.
El número de regresos a esta destartalada área se cuenta por centenares de mil. Según el Ministerio del Interior turco hasta 291.790 refugiados regresaron en 2018, mientras que la ONU prevé que en 2019 lo hagan cerca de 250.000. No todos finalizarán su camino en el norte de Siria, algunos seguirán hasta Damasco sorteando todos los peligros que conlleva la situación de conflicto. Entre los obstáculos que enfrentan, según Naciones Unidas, está los problemas con la documentación, sus propiedades confiscadas, el reclutamiento forzado y la presencia de minas y dispositivos sin explotar en áreas civiles.
“Dios proveerá”
En Turquía, la crisis económica ha encarecido el nivel de vida y muchos refugiados del país vecino no pueden permitirse el lujo de seguir viviendo aquí. La presión y el aumento del racismo por parte de la propia población turca tampoco es un mito: el barrio de Esenyurt vivió a principios de febrero una pelea entre turcos y sirios que acabó con varios heridos.
Partidos como el nacionalista IYI Parti han contribuido a crear el caldo de cultivo. Su líder, Meral Aksener, ya lo dijo en su fallida campaña por la presidencia: “Devolveré a los cuatro millones de sirios a su país”. El presidente Erdogan ha pasado de la acogida en sus inicios a fomentar su vuelta. Lo hace con las incursiones militares en el norte sirio y con los múltiples autobuses que, como el de Esenyurt, se dirigen a la frontera cargados de sirios hacia un futuro incierto. Sus integrantes niegan cualquier pago por parte del Gobierno turco, pero no esconden las facilidades que les dan por subir en uno de esos convoyes.
Bedrik es natural de Manbij, localidad donde los atentados continúan ocurriendo con frecuencia. El 16 de enero murieron cuatro efectivos del Ejército estadounidense, mientras que 15 civiles perecieron en el ataque reivindicado por ISIS. Manbij, momentáneamente controlado por las YPG, es tierra de nadie y los que vuelven lo saben perfectamente.
Ali es otro de los refugiados que integran un convoy cuyos viajeros son, mayoritariamente, hombres. También retorna, pero lo hará a Alepo. “Mi plan es ir allí y encontrar trabajo”, afirma. Su idea representa toda una hazaña: de las líneas del ELS pasará a las de las YPG, y de allí deberá entrar en la zona controlada por el Gobierno de Bashar al Assad. Pero Ali, que en Turquía se dedicaba a la venta ambulante de rosarios, confiesa que no quería seguir viviendo en una casa junto a otras 12 personas.
Yaman cuenta una historia similar. También viajará a Alepo. Subraya que quizá encuentre su casa hecha cenizas: “No sabemos si seguirá en pie”.
Turquía no conduce a los refugiados más allá de su “zona protegida”. De hecho, no lo hace más allá de sus fronteras. El alcalde de Esenyurt, Ali Murat, lo reafirma: “Llevamos a los refugiados hasta la frontera y de allí nos coordinamos con la Media Luna Roja, que los llevará hasta Afrin, Jarabulus o Azaz”. Una vez allí, cada uno inicia su camino bajo su responsabilidad. “Nuestra intención para finales de 2019 es llegar a los 20.000 retornos voluntarios”, destaca.
—¿Cuántos refugiados viven en esta región?
—Cerca de 65.000 —responde el edil. Sus pretensiones pasan por fomentar la vuelta de casi el 30% de los sirios que habitan en Esenyurt antes de que finalice el presente año.
En plena lucha dentro de la azotada Siria, la población civil sigue llevándose la peor parte. En diciembre, la oficina humanitaria de la ONU recalcaba que a pesar de que la intensidad de la violencia ha disminuido, los civiles seguían muriendo por ataques aéreos y terrestres. “Si las cosas no están tranquilas, iremos a Jarabulus”, destaca el joven Bedrik. Dicha localidad está bajo control turco, pero sigue siendo blanco de ataques de milicias kurdas.
Bedrik solamente se aferra a la idea de volver a pisar su país, a pesar de la incertidumbre y de los riesgos. Repite lo único que ronda su cabeza cuando sube al autobús del silencio: “Dios proveerá, Dios proveerá”.