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La separación de familias: el otro trauma de la guerra en Ucrania

Nina, una refugiada ucraniana de 35 años que llegó a Moldavia con su hijo menor por el cruce fronterizo de Palanca

Edu León/Israel Fuguemann

Ayuda en Acción —
22 de junio de 2022 22:30 h

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A veces puede ser menos doloroso quedarse en un país en guerra que vivir con la impotencia de la distancia. Estar lejos de seres queridos en riesgo sin saber qué va a pasar mañana. Sin poder hacer nada más que esperar esa llamada, pedir que escriban mucho o dar las buenas noches delante de una pantalla. El sentimiento de culpabilidad tras cada mala noticia.

El conflicto de Ucrania, como tantos otros, ha separado a cientos de miles de familias. Más de siete millones de ucranianos abandonaron su hogar desde que comenzó la guerra el pasado 24 de febrero, según datos de ACNUR. Más de cinco millones, siguen fuera de su país. A través de las imágenes de Edu León y Ayuda en Acción, profundizamos en el día a día de quienes viven el exilio en Moldavia con la mente anclada en quienes dejaron atrás.

Estas son sus historias.

Anastasia

“Es la foto de mi boda, con mi marido. Pienso mucho en él, en sus abrazos y besos. Me reconforta. Él sigue allí, con mi padre y mi abuela”, dice Anastasia.

Anastasia tiene 29 años. Tuvo que huir de su ciudad, Mykolaiv, con su madre, su suegra y otros familiares, obligadas por el miedo del sonido de los disparos y bombardeos. La joven, que trabaja como psicóloga, no entendió la dimensión de la despedida hasta que llegó a Moldavia. Los primeros días, cuenta, no sentía “nada”, pero después comenzó a experimentar cierta sensación de culpa. Ella estaba en un lugar tranquilo, pensaba, alejada de los bombardeos, mientras sus familiares y amigos seguían sufriendo los embates de la guerra. Su marido, su padre y su abuela se quedaron en Ucrania.

Cuando llegó un centro de acogida de la capital moldava, donde se refugia, se asustaba cuando escuchaba cualquier ruido estridente. Ahora se siente más calmada, toma algunos paseos, pero su cabeza continúa anclada en lo que dejó atrás.

Katherina

Katherina tiene 33 años y viajó a Moldavia con su hija Melania. “Mi marido me despertó por la noche y dijo que era mejor abandonar el país. Nos acercó a unos kilómetros de la frontera y tuvimos que caminar varios kilómetros para cruzarla. Fue un momento terrible”, cuenta.

La familia vivía en Odesa, pero él tuvo que quedarse debido a la Ley Marcial. La huida supuso un fuerte golpe psicológico para Katherina. Ella no quería salir de Ucrania, quería quedarse en su país, pero su marido le insistió debido al posible empeoramiento de los bombardeos en la ciudad portuaria. Ahora pasa el día pendiente del teléfono, de sus mensajes, para confirmar el estado de su localidad. La situación se ha calmado un poco, le cuenta últimamente.

No ve Moldavia como un país donde poder salir adelante con su niña y, aunque se ha planteado ir a Alemania, prefiere esperar. Confía en que todo irá bien y podrá regresar a su hogar.

Lyudmila

“Cuando pienso en mi país, en mi tierra, pienso en mi padre. Y también en mi gato. Estábamos muy afectados, sufriendo. Tenemos mucho miedo, sobre todo por nuestros niños”, dice Lyudmila, procedente de Kiev.

Cuando llegó a Moldavia, comenzó a sufrir una ansiedad que no logra hacer desaparecer. A diario reciben noticias de la guerra en Ucrania. Y ella se acuerda de su padre y, aunque la situación en Kiev está más tranquila, Lyudmila se preocupa por su padre. Su primera opción es siempre regresar a Ucrania, pero baraja mudarse a Canadá.

Edik y sus ovejas

“Lo que más echo de menos son las ovejas”. Edik responde de forma contundente cuando recuerda su vida antes de la invasión rusa. El hombre, de 64 años, trabajaba como pastor en la región de Odesa, donde vivía solo. Es de Georgia, pero llevaba 14 años viviendo en Ucrania. “Con la guerra me quedé sin trabajo, sin recursos y tuve que salir del país”, cuenta.

Tras el estallido del conflicto, sus jefes vendieron sus propiedades. Abandonaron Ucrania sin pagarle “cuatro años de trabajo”, denuncia. Ahora vive en un centro de acogida de Moldavia, donde puede comer y dormir, pero se plantea regresar a su país. Allí vive su familia, a la que no ve desde hace cinco años. Tendrá que empezar de cero, de nuevo y buscar trabajo.

Evgenija y Daniil

“Son mis padres y mi hermano, que murió hace poco”, cuenta Evgenija con sus fotos a su espalda. Cuando habla con su madre, la ucraniana rompe a llorar: “He insistido a mis padres para que vengan con nosotros, pero no quieren abandonar su casa, su país”. Habla con ellos de manera insistente porque teme que algo les pueda pasar.

“A veces, llorábamos, cuando los ataques no paraban. Desde Ucrania, me preguntan mucho si estamos bien mi hijo y yo, pero yo estoy más preocupada porque ellos que siguen allá”, dice Evgenija, que ahora huyó con su hijo Daniil a Mykolaiv. Antes de la guerra, ella trabajaba como profesora en un colegio de arquitectos. Está en Moldavia, pero ya piensa en volver. Se niega a planificar viajar a ningún otro país. Prefiere quedarse lo más cerca posible de su casa para regresar en cuanto pueda.

Irene

“Aquí está mi marido y una de mis hijas. Él nos llevó a la frontera. Pasamos por Odesa para luego llegar a Moldavia. Durante el viaje no paraba de hacer bromas para hacernos el viaje más ligero, pero no parábamos de cruzarnos con militares, tanques, personas armadas… Me desmayé en varias ocasiones. Fue terrible irnos y separarnos”, dice Irene. 

Irene tiene 38 años y tres hijas. Salió de su ciudad, Mykolaiv, cuando comenzaron los ataques y los disparos para salvar a sus niñas. Antes de la guerra, trabajaba como masajista y tenía un estudio de belleza. Pero tanto ella como su marido perdieron sus trabajos. Él ahora es reservista en el ejército.

Agradece poder hablar con buenos psicólogos que le ayudan a ella y su familia tranquilizarse. Como tantas, tiene esperanza de que la guerra termine pronto y pueda volver a casa.

Irina

“Mi madre de 73 años no pudo salir. Tiene una enfermedad en las piernas. Intentamos una y otra vez convencerla, pero se quedó con mi hermana en Odesa”, dice Irina.

Irina tiene 53 años y tuvo que escapar de Odesa porque su marido, Yuri, de 55 años, tiene una discapacidad que le impedía bajar a resguardarse en los sótanos cada vez que sonaba la alarma. Los recuerdos que tienen de Odesa son terribles. A pesar de recibir ayuda psicológica en el centro de refugio, aún se asustan cuando surge cualquier ruido.

Antes de la guerra ellos vivían bien, ella trabajaba en una biblioteca científica, pasaba bastante tiempo con su madre, se reunía con colegas, viajaba... Tenía “una buena vida”.

Margarita

“Es mi marido con mi otra hija, Lulia”, explica Margarita. “Él no conoce aún a Alexandra, nuestra otra niña que acaba de nacer aquí, en Moldavia. Me encantaría estar con él y que pudiera cogerla, conocerla. De momento, solo podemos hablar por teléfono todos los días y esperar que todo esto termine pronto”, cuenta.

Margarita, de 26 años, tuvo que escapar de Odesa embarazada de ocho meses junto a su niña de cinco años. Fue un viaje difícil, de madrugada y con una cola interminable para cruzar el punto fronterizo. Desde el primer día, se lo repetía: no quería dar a luz en medio de una guerra. Su marido aún no conoce a su hija ni estuvo el día de su nacimiento. A noches hablan durante videollamadas eternas hasta que quedarse dormidos.  

Lyudmila

Lyudmila tiene 75 años y no se despega de Nikolai, de 83. Levan 52 años casados y vivían en Odesa. “Aquí detrás se ve toda nuestra vida, nuestras fotos de nuestro pasado en Ucrania”, aseguran, comentando las fotografías escogidas. “La guerra nos lo ha quitado todo. Se llevó a nuestro sobrino. Tuvimos que esperar tres semanas para recuperar su cuerpo y enterrarlo”, dice la mujer entre lágrimas.

El cuerpo de su sobrino estuvo durante tres semanas en un frigorífico sin que nadie pudiera rescatarlo. Los rusos no les permitían reclamarlo. Hasta que la familia en Ucrania logró sacarlo y enterrarlo.

El amor y respeto que se tienen, dicen, es la única manera para sobrellevar su exilio.

Nikolai, nacido en 1938, ya ha perdido seres queridos en una guerra. En 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, los aviones alemanes disparaban hacia su pueblo en su lucha contra el ejército ruso. La gente trataba de evitó su impacto lanzándose al suelo. Cuando los aviones alemanes se retiraron, todos se pusieron en pie. Menos su madre. Había fallecido por tres disparos en el pecho.

Han intentado volver tres veces a Ucrania. Cada vez que lo intentaban, alguien les aconsejaba que esperasen un poco más. Que aún no era seguro.

Aliona

Aliona tiene 34 años y vino con su hijo Kiriv, de cinco, desde Mikolayiv hasta Moldavia, en un centro de acogida de la capital moldava. Gran parte de su familia sigue en Ucrania, en distintas ciudades del país, y se comunican por teléfono para apoyarse y hacer frente juntos a la situación. “Es muy duro saber si nos vamos a volver otra vez, que cuando acabe esta guerra quien va a quedar vivo y quien no”, dice.

“Echo de menos a todos. A mi marido, a mi madre que está en otra región de Ucrania, y también a mi gatita que se quedó allí”, dice. “Pero no me quedaba más remedio. Cada ucraniana o ucraniano ha perdido algo, un pariente, un hijo, una hermana, un vecino, su casa, su trabajo. Todos perdimos algo. Ahora la prioridad es mi hijo y su seguridad por eso nos fuimos”, explica.

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