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Sequía y hambre: por qué miles de guatemaltecos huyen hacia el norte

José García Escobar / Melisa Rabanales

The Guardian —

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Martina García muele los granos de maíz suficientes como para hacer unas cuantas tortillas y las sirve a sus hijos y a su nieto para el desayuno con una pizca de sal. García, una mujer de 40 años, se ve obligada a racionar los últimos sacos de mazorcas de maíz de la familia, ya que la sequía y las prolongadas olas de calor relacionadas con el cambio climático han destruido las cosechas de Guatemala. Una cifra sin precedentes de pequeños agricultores pasa hambre.

El año pasado, las autoridades sanitarias registraron más de 15.300 casos de malnutrición aguda en niños menores de cinco años; un aumento de cerca del 24% desde 2018. Es la cifra más elevada de casos de malnutrición aguda desde 2015, cuando una grave sequía destruyó las cosechas de todo Centroamérica.

Las comunidades rurales del Corredor Seco, una región que se extiende a lo largo de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, son las más afectadas. Algunas familias indígenas, como la de García en Jocotán, que ya estaban en una situación de gran vulnerabilidad antes de esta crisis, se encuentran entre las más perjudicadas. “Tengo suerte si puedo encontrar flores de calabaza”, lamenta una demacrada García: “Pero la mayoría de nosotros sólo comemos tortillas de maíz”.

Oxfam señala que, tras una temporada de lluvias irregular y una cosecha poco prometedora, Guatemala ha perdido casi el 80% del maíz cultivado. A muchas familias solo les quedan pequeñas mazorcas de maíz con granos descoloridos que parecen dientes carcomidos. En octubre de 2019, un bebé de una comunidad cercana murió tras muchos días sin comer. Según Oxfam Guatemala, por lo menos 33.000 niños sufren desnutrición aguda y necesitan tratamiento médico urgente.

Centroamérica es una de las regiones más peligrosas del mundo, si exceptuamos los países en guerra. Una mezcla nociva de violencia, pobreza y corrupción ha obligado a millones de personas a huir hacia el norte en busca de seguridad. Ahora, la sequía, la hambruna y la lucha por hacerse con los cada vez más escasos recursos naturales se han convertido en factores determinantes del éxodo.

La situación parece que está empeorando: según el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología de Guatemala, 2019 fue el año más seco de la década con sólo 65 días de lluvia. Los pequeños agricultores guatemaltecos dependen de las lluvias, que son cada vez más erráticas, y la mayoría carecen de fuentes alternativas de agua.

Según el Programa Mundial de Alimentos (PMA), cerca de un millón de guatemaltecos, el 15% de la población, no pueden satisfacer sus necesidades alimentarias diarias.

En 2019, casi 265.000 guatemaltecos que emigraron para escapar de la amenaza de hambruna y en busca de trabajo, seguridad y protección alimentaria, fueron detenidos en la frontera sur de Estados Unidos; un 130% más que el año anterior. Según los analistas y los propios migrantes, el hecho de que cada vez sean más las personas que pasan hambre en toda la región es un factor que contribuye al aumento de las caravanas de migrantes que tratan de llegar a Estados Unidos por tierra.

Las autoridades mexicanas y estadounidenses han reaccionado con agresividad y con medidas represivas. De hecho, afirman que los migrantes y refugiados son delincuentes y los acusan de subversión política.

El hambre no es un fenómeno nuevo en Guatemala: al menos el 60% de la población vive en la pobreza, cientos de miles dependen de la ayuda alimentaria y casi el 50% de los niños sufren un retraso en el desarrollo físico y cognitivo debido a la desnutrición crónica.

Pese a esta dura realidad, los expertos alertan de que el cambio climático representa una carga añadida. Las comunidades más vulnerables, que durante mucho tiempo han sido ignoradas y se han sentido reprimidas por el gobierno, se sienten desbordadas ante las dificultades adicionales derivadas de los fenómenos meteorológicos extremos.

En declaraciones a la agencia Reuters, Marc-Andre Prost, asesor regional de nutrición del PMA, ha señalado que “el cambio climático no ha causado esta situación, pero sin lugar a dudas empeora una situación que ya no puede ser asumida por estas comunidades”.

Como ya hicieron sus predecesores, el recién investido presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, se ha comprometido a hacer de la desnutrición infantil una prioridad nacional, pero el presupuesto de 2020 para el Ministerio de Sanidad propone una disminución de 27 millones de dólares, mientras que el de Defensa aumentaría en 13 millones de dólares (el Congreso no aprobó el presupuesto en noviembre, y los detalles del nuevo presupuesto aún no se han dado a conocer).

Para García, la situación es desesperada: la ayuda alimentaria aún no ha llegado a su cantón, así que una vez que el maíz se agote en marzo, deberá encontrar un trabajo extenuante recogiendo café, o de lo contrario se arriesga a morir de hambre. No hay ninguna garantía de que encuentre trabajo, ya que un hongo que come hojas conocido como roya, que prospera en condiciones cálidas, también ha devastado los cultivos de café. García, que está débil por el hambre crónica, afirma: “Me pagarán 4 dólares diarios, pero si recojo menos de 46 kg, no me pagarán”.

Traducido por Emma Reverter