Los somalíes desplazados por la sequía y el hambre luchan por sobrevivir: “Necesitamos ayuda urgente”
La hambruna ha llegado a Somalia. Aunque no ha habido ninguna declaración oficial, el jefe de asuntos humanitarios de la ONU, Martin Griffiths, dijo la semana pasada: “No tengo ninguna duda de que estamos frente a una hambruna en Somalia”. En una entrevista con Al Jazeera, denunció la injusticia del desastre provocado por la crisis climática: “Nadie en Somalia es responsable de la catástrofe, de esta cuarta temporada de lluvias fallida, y de la quinta y la sexta que vendrán”.
En 2011, una hambruna mató a casi 260.000 personas en Somalia. 100.000 de ellas murieron antes de que fuera oficialmente declarada. Lo mismo está ocurriendo ahora, y se teme que esta vez sea peor. Griffiths advirtió que las personas que no están en los campamentos para desplazados internos podrían estar en una situación aún más desesperada que las que sí se encuentran en ellos: “Cuando lleguemos a ellos, veremos escenas que harán palidecer las imágenes que estamos viendo hoy”.
Según las últimas cifras de la ONU, al menos el 41% de la población de Somalia, que consta de casi 16 millones de personas, se enfrentará a una inseguridad alimentaria extrema de aquí a diciembre. Son cifras difíciles de dimensionar. Pero el sufrimiento es concreto, como comprobaron las reporteras del equipo de medios de comunicación Bilan, con sede en Mogadiscio, compuesto exclusivamente por mujeres. Visitaron tres zonas del sur del país para averiguar cómo la crisis impacta a las distintas comunidades.
Los más afectados son quienes han abandonado sus hogares recientemente. Las familias que llegan a El-Jaalle, un campamento precario en la costa sur, carecen incluso de los servicios más básicos para la supervivencia: agua y atención sanitaria. En Baidoa, ciertas familias reciben ayuda mientras que las recién llegadas no tienen nada. Algunos de los desplazados internos quieren volver a sus hogares, pero temen las reprimendas de los insurgentes islamistas de Al Shabaab, que castigan a la gente por trasladarse a zonas controladas por el Gobierno.
La situación no es uniformemente catastrófica. En Afgoye, una ciudad cercana a la capital, Mogadiscio, los cultivos siguen creciendo pero los agricultores están preocupados. No son inmunes a los efectos de la sequía, agravados por el aumento de los costes del combustible, los fertilizantes y las semillas. Como dice un agricultor de Afgoye: “Todo el mundo sale perdiendo en esta situación”.
Campamento de El Jaalle
“Después de dar a luz, no pude lavarme la sangre del cuerpo durante tres días porque no había agua”, dice Nimo Hassan Sagaar, de 28 años. Tenía ocho hijos cuando la sequía la obligó a abandonar su hogar en la región somalí de Jubbada Hoose. Ahora tiene siete.
Su hijo menor, Moktar Ali, tenía 18 meses cuando murió de desnutrición durante su viaje de tres días a pie y en coche hasta el campamento de El-Jaalle, a unos 19 kilómetros de la capital regional, la ciudad costera de Kismayo. Sus compañeros de viaje, completos desconocidos, la ayudaron a enterrar a su hijo en el monte.
El primer marido de Sagaar fue asesinado por Al Shabaab, que controla vastas franjas de territorio en el sur de Somalia. Posteriormente, Sagaar se volvió a casar. Después de que miles de personas huyeran de la sequía y la violencia en marzo, en las afueras de Kismayo, el Gobierno regional les permitió construir refugios en un terreno abierto. No hay árboles en el campamento de El-Jaalle, donde los feroces vientos destrozan los endebles refugios construidos a toda prisa con ramas, telas y láminas de plástico.
Al principio, los habitantes de la zona les llevaban la comida y el agua que podían ofrecerles. Ahora reciben algo de arroz y frijoles por parte del Gobierno y las organizaciones de ayuda, pero no es suficiente.
Uno de los principales problemas para Sagaar y las otras 2.300 familias del campamento de El-Jaalle es la falta de agua. “Tardo una hora en ir y volver del río para recoger agua”, dice Hinda Ahmed Dahir. “Llevo 20 litros de agua a la espalda. Se acaba rápidamente. El agua está sucia y a veces nos hace enfermar cuando la bebemos”, cuenta.
“Después de un parto muy difícil aquí en el campamento, no pude lavarme la sangre del cuerpo durante tres días porque no había agua”, añade. La falta de cualquier tipo de asistencia sanitaria, tanto en el campamento como en sus cercanías, ha causado graves problemas a Falhado Sheikhow Sanweyne. Su bebé fue mordido por una serpiente y su cuerpo débil está cubierto de hinchazones rojas. “Espero que mi bebé se ponga bien”, dice, “porque no he podido conseguir medicinas en el hospital”.
Añade que volver a su vida anterior no es una opción. “Antes tenía 400 vacas”, asegura Sanweyne. “Ahora tengo una. Me resultará imposible seguir viviendo como nómada, ya que tardaría años en reponer mi ganado”, relata.
Ante una próxima quinta temporada de lluvias fallida, en Somalia no hay cultivos en los campos desde hace más de dos años. Algunos habitantes de El-Jaalle dicen que volverán a sus granjas cuando lleguen las lluvias, pero es probable que muchos de ellos se queden atrapados en el campo de desplazados durante años.
También existe el temor de volver a las zonas bajo el control de Al Shabaab. Los milicianos han tratado de impedir que la gente abandone sus hogares, acusándolos de apoyar al Gobierno y de actuar como espías. Es por eso que tienen miedo de ser castigados a su regreso.
498 campamentos
Durante las reiteradas sequías en Somalia, las personas que ya no pueden vivir de la tierra suelen acabar en las afueras de Baidoa, capital del estado de Somalia Suroccidental. Este julio ya había 498 campamentos verificados para los desplazados, además de decenas de asentamientos informales. Cada día llegan nuevas familias, obligadas a abandonar sus hogares, tras una cuarta temporada de lluvias fallida consecutiva.
Muchos de los que ya llevan un tiempo en Baidoa están recibiendo ayuda. La población local, así como las agencias humanitarias somalíes e internacionales, han estado proporcionando alimentos, materiales para construir refugios y algunas provisiones sanitarias. Los niños y otras personas desnutridas reciben tratamiento en los centros de estabilización.
Baidoa es un destino clave para las familias hambrientas desde hace décadas, ya que las poblaciones rurales de los alrededores son las más vulnerables a la sequía. La ciudad está acostumbrada a hacer lo que puede para asistir a los necesitados. Hay algunas agencias humanitarias establecidas desde hace tiempo en la ciudad, por lo que existe cierto grado de preparación e infraestructura, a diferencia de otras partes de Somalia.
La vida en Baidoa
Asha Ali Adan y sus siete hijos huyeron a Baidoa hace ocho meses desde Dinsoor, a más de 120 kilómetros de distancia. Cuando llegó, la gente de la zona le dio comida y láminas de plástico para recubrir un pequeño refugio que hizo con las ramas de un árbol. Luego, el Consejo Noruego para los Refugiados (NRC, por sus siglas en inglés) le dio más comida, láminas de plástico y dinero en efectivo.
“Recibimos más ayuda que antes”, dice Adan. “Tengo una tarjeta de identificación, que me permite obtener dinero en efectivo de las agencias de ayuda. Recibo 140 dólares al mes del NRC y de la Agencia para la Cooperación Técnica y el Desarrollo (ACTED, una organización de ayuda francesa], lo que ayuda a pagar los alimentos, las medicinas y otros artículos de primera necesidad. Los trabajadores sanitarios nos dan medicamentos y atención médica cuando lo necesitamos. Ahora mis hijos tienen sarampión y aún no he recibido ayuda para atenderlos, pero creo que llegará”, asegura.
Hindiya Hussein Ali es viuda. No lleva tanto tiempo en Baidoa como Adan. También vino de Dinsoor con sus cinco hijos. Ali tenía una pequeña tienda allí, pero tuvo que cerrarla porque ya no podía permitirse comprar existencias debido a la elevada inflación. Como muchos de sus clientes perdieron su ganado y sus granjas a causa de la sequía, ya no podían comprar en su tienda.
“Recibimos ayuda suficiente para sobrevivir en el campo de desplazados internos”, dice Ali. “World Vision, Islamic Relief y la NRC me han dado dinero, láminas de plástico y alimentos. Cada mes me envían 80 dólares a mi teléfono, lo que me ayuda a mantenerme a mí y a mis hijos”, cuenta.
Ha llovido un poco en algunas partes del suroeste de Somalia y muchas personas de los campamentos para desplazados internos de Baidoa quieren volver a sus zonas de origen para intentar reconstruir sus granjas y rebaños. Una de ellas es Keerey Mohamad Keerow, que llegó con sus hijos desde la región de Bakool, donde llevaba una vida nómada.
“Tenía 28 cabras y 13 camellos”, dice. “Mi rebaño de animales era el sustento de mi familia. Ahora están todos muertos y nosotros también habríamos muerto si nos hubiéramos quedado en el monte. Lo único que quiero es volver a mi estilo de vida nómada y reconstruir mi rebaño desde cero”, apunta.
Pero, al igual que Keerow, la mayoría de los habitantes de los campamentos son reacios a volver a sus campos o a su vida nómada por miedo a Al Shabaab, que castiga a quienes se trasladan a zonas controladas por el Gobierno, aunque lo hagan solo temporalmente. También temen que sus hijos se vean obligados a convertirse en combatientes de Al Shabaab, que está captando a niños de hasta 13 años.
“Por ahora, me quedaré en el campamento de Baidoa”, dice Keerow. “Estoy bien aquí. Me han dado comida y materiales para construir un refugio. El pago mensual de las agencias de ayuda nos permite seguir”, asegura.
“Dejé mi buena vida y mi escuela”
Muchos de los recién llegados, como Ali Mohammed Kheyr, no están recibiendo el mismo nivel de apoyo.
Pertenece a una de las más de 900 familias nómadas que llegaron a Baidoa huyendo de la sequía y de los intensos enfrentamientos entre las fuerzas vagamente aliadas con el Gobierno y Al Shabaab en Qansahdhere, Buur Dhuxunle y Dinsoor, en las regiones de Bay y Bakool.
“Mi familia, compuesta por siete personas, llegó al campo de desplazados internos de Moorogaabey hace unas semanas”, dice Kheyr. “No tenemos comida, agua, refugio ni atención sanitaria. Necesitamos ayuda urgente”, lamenta.
Kheyr describe cómo las mujeres tienen que caminar durante horas para recoger agua, que llevan al campamento cargándola a sus espaldas. “Lo que traen no es suficiente para sus familias”, indica.
“Soy discapacitado, tengo las piernas tullidas, por lo que no puedo ayudar a mi familia”, dice Kheyr. “Mis hijos están enfermos y no hay atención médica. Cuando vivíamos como pastores éramos autosuficientes. Aquí no podemos salir adelante en nuestro día a día”, apunta.
Fartun Adan Mohamed, de 14 años, es uno de los recién llegados a Baidoa. Junto a sus padres y sus cuatro hermanos menores, recorrió los 80 kilómetros desde su zona de origen, Rabdhure, en Bakool. Hasta ahora, la familia no ha recibido ayuda alguna.
“Teníamos una vida hermosa en Rabdhure”, dice Mohamed. “Teníamos 50 cabras. Teníamos agua, comida, refugio y educación. Cuando llegó la sequía de este año, todas nuestras cabras murieron. No teníamos nada que comer ni beber. Dejé mi buena vida y mi escuela”, sostiene.
Afgoye
A pesar de que Somalia está sufriendo la peor sequía de las últimas cuatro décadas, el distrito de Afgoye sigue verde. Mientras el ganado muere y las cosechas fracasan en la mayoría de las otras partes del país, los agricultores de aquí siguen cultivando alimentos para venderlos en la capital, Mogadiscio, a unos 17 kilómetros de distancia.
Pero la región no se ha librado de los efectos de cuatro temporadas de lluvias fallidas. El descenso de los niveles de agua del río Shabelle, que atraviesa Afgoye, ha obligado a los agricultores a reconsiderar qué plantar.
“No puedo cultivar todas mis cosechas habituales”, dice Saida Mohamed Hassan, una agricultora que vive en Afgoye con su marido y sus cinco hijos. “Aunque somos bendecidos en comparación con la gente que vive en otras partes de Somalia, tenemos nuestros propios desafíos a los que enfrentarnos”, cuenta.
Hassan tiene previsto cultivar menos variedades de productos esta temporada, renunciando a alimentos que requieren mucha agua, como los plátanos y los tomates. “Solo plantaré sésamo, maíz y sandía”, sostiene. “Suelo cultivar muchos tipos diferentes de frutas y verduras, pero se marchitarían y morirían”, indica.
Además, este año, los agricultores de Afgoye se enfrentan a otros retos. La guerra en Ucrania y los persistentes problemas en la cadena de suministros tras la pandemia han provocado una elevada inflación y escasez de artículos de primera necesidad. No pueden permitirse comprar semillas, fertilizantes o combustible para bombear agua del río.
“El fuerte aumento del coste del combustible ha hecho subir el precio del transporte desde Afgoye a la capital”, dice Hassan. “Mi marido tiene que pagar más para que nuestros productos lleguen al mercado Hamar Weyne de Mogadiscio. Así que tiene que aumentar los precios de los alimentos que vende, algo que mucha gente no puede permitirse. Todo el mundo sale perdiendo en esta situación”, indica.
Un grupo de mujeres jóvenes, que estudian agricultura en Mogadiscio y tienen una pequeña granja en Afgoye, están decididas a seguir adelante. La Asociación de Niñas Agricultoras Somalíes sigue cultivando y vendiendo espinacas, ensaladas y chiles, y utiliza los ingresos para financiar la educación de las niñas.
Ofensiva contra Al Shabaab
Los habitantes de Afgoye se enfrentan a una mayor presión sobre sus finanzas a causa de Al Shabaab. El nuevo Gobierno del presidente Hassan Sheikh Mohamud ha lanzado una nueva ofensiva contra el grupo, en la que las milicias del clan conocidas como Ma'awisley han demostrado ser una fuerza de combate especialmente eficaz.
Con sus finanzas ya agotadas por los efectos de la sequía y la inflación, Al Shabaab ha empezado a exigir mayores impuestos para financiar su esfuerzo bélico. El grupo está activo en algunas partes de Afgoye y ha amenazado con matar a los agricultores y comerciantes si no pagan el impuesto más alto.
Los agricultores temen que los combates se extiendan hasta llegar a sus campos. Se han intensificado los movimientos de las tropas del Ejército Nacional Somalí, mientras que Al Shabaab ha incrementado los ataques en la zona en los últimos meses.
Ha llovido en algunas partes del distrito, pero algunos agricultores temen volver a sus campos, especialmente los que se encuentran en zonas controladas por Al Shabaab. Los milicianos han matado a las personas que llegaron desde las zonas controladas por el Gobierno hasta las que están bajo su control, acusándolas de ser infieles.
Traducción de Julián Cnochaert.
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