Cuando Occidente se apresura en señalar a terroristas palestinos, sorprende conocer a un activista del “alma” como Ihab Ghafri, un chico pegado a una bonita y contagiosa sonrisa que le cubre el rostro de oreja a oreja. Pocas veces se pone serio. Quizá sólo al mostrar los vídeos que él mismo graba sin que le tiemble el pulso ni la imagen, a escasos metros de los tanques que ocupan, destruyen y matan compañeros y amigos de infancia -día sí, día también y desde que tiene uso de razón-, en las calles de Nablus, la ciudad cisjordana declarada “capital del terrorismo” por el Estado de Israel.
A sus 25 años, Ihab no es sólo un arrojado fotógrafo y videoperiodista. También es psicólogo de formación, da clases de matemáticas y por encima de todo es un ‘clown’ que utiliza todas sus artes para tratar de recuperar a cientos de niños traumatizados por una guerra discontinua y brutal que ha minado el ánimo de varias generaciones y que este verano ha alcanzado un clímax de barbarie en la vecina franja de Gaza.
Observándole nadie diría que su ciudad permanece rodeada de cuatro acuartelamientos militares y nueve controles, preparada para ser bloqueada y aislada por el gobierno en un tiempo récord de cinco segundos. Ni que conociese al primero de sus dos hermanos, encarcelados, cuando cumplió los cuatro años de edad o tuviese que esperar un lustro más para ponerle cara al segundo.
Ni que con apenas 13 años, en 2002, durante la Segunda Intifada, se hiciese voluntario de la Media Luna Roja Palestina socorriendo a los heridos, portando a hombros a los “mártires” y suministrando alimentos y medicinas a las familias de la sitiada ciudad vieja. Ni tampoco, mucho menos, que con 20 la nómina de sus seres queridos fallecidos bajo el fuego israelí, algunos de ellos en sus propias manos cuando trataba de evacuarlos, fuese ya tan alta.
“La sonrisa es una herramienta mágica que uso siempre, incluso en tiempos difíciles. Me da la fuerza para seguir haciendo cosas imposibles. Cuando miras a tu alrededor, ves tu pasaporte y te das cuenta de que no puedes viajar con él, ni siquiera a los países árabes...”, reflexiona. “Cuando una persona está dispuesta a hacer cualquier cosa para ayudar a otro, te hace sonreír”.
Quizá por eso, inmediatamente después de aquella Segunda Intifada creó con unos amigos el grupo de ‘teatro-clown’, Katakeet -en el que aún hoy sigue trabajando pese a que dos de ellos fueran detenidos y un tercero asesinado “a balazos”-, antes de obtener su licenciatura en Psicología con la ayuda de la ONG Human Supporters Associaton (HSA), socia contraparte de ese Festiclown organizado por Pallasos en Rebeldía, que le ayudó con una beca para compaginar sus estudios con el teatro y así poder ayudar a otros niños en el futuro.
“Al terminar el colegio comprendí que los israelíes tratan de destruir la mente y el ánimo palestinos, y me di cuenta de que necesitaríamos psicólogos. La cantidad de ayuda que necesitan nuestros niños es algo que ya solía ver desde pequeño. Yo mismo fui uno de esos niños”.
“Un día, cuando tenía 7 años, vi un circo de payasos pasar cerca de casa y uno de ellos me sonrió. Es una imagen que todavía recuerdo. Me tocó de tal forma que empecé a trabajar con un grupo de amigos en ‘teatro-clown’ y más tarde a usar el análisis psicológico para intentar ayudar a los niños y a sus familias. Estoy convencido de que cuando sonreímos siempre podemos reflejar nuestro lado humano y encontrar soluciones”.
La educación, la base de todo
“El sufrimiento psicológico del pueblo palestino es muy difícil de tratar”, explica Ihab. “A veces la terapia funciona y a veces no, porque es imposible cambiar la fisiología de una persona. Al menos, mientras siga viviendo bajo el mismo ambiente, en un entorno desprotegido y vulnerable debido a la ocupación. No hay que olvidar que los ataques y asaltos dirigidos a niños y mujeres ocurren todos los días”, cuenta Ihab. Y lo ilustra con algunos casos en los que ha trabajado, como el de un chaval que vio cómo su mejor amigo caía abatido ante los soldados israelíes. “Sufrió mucho su pérdida y esta se convirtió en un punto de inflexión en su vida.
Empezó a ver a su amigo en sueños y después de un tiempo se involucró en los grupos de resistencia palestinos hasta que una noche él también cayó abatido. Podrían haberlo detenido, pero prefirieron matarlo. El trauma provoca que un hombre vea la muerte como una salida fácil“. O el de uno de sus compañeros de clase cuyo hermano fue asesinado delante de sus ojos. Cuando el padre fue a ayudarlo, recuerda, también le dispararon y prohibieron la entrada de la ambulancia. ”Las historias son innumerables. Y esta situación hace que las personas se vuelvan como en The Walking Dead; sólo cuerpos. Sin alma. Sin embargo, aún consiguen sonreír y vivir sus vidas“, insiste.
“Educar a los niños es construir una nueva generación”, explica Ihab. Un objetivo que lleva a cabo a través de la ONG enseñándoles a rechazar “esa realidad sin alma” que, dice, están creando los israelíes, y animándolos a ser creativos y a trabajar en equipo.
Destaca tres aspectos fundamentales. El primero, formar a esas nuevas generaciones impulsando sus actividades académicas y culturales incidiendo en el uso de técnicas para proteger su salud psicológica. El segundo, desarrollar su carácter para que puedan convertirse en profesionales: profesores, bailarines o artistas. Y tercero, cuidando más, si cabe, a los niños con trastornos que han sido testigos de las masacres del Ejército israelí. “La educación palestina es nuestra manera de poder salir al mundo”, concluye.