La tripulación de “la misión más dura” del Open Arms: “Un día más y muere alguien”
Cuando se dirigía al puerto de Lampedusa a firmar la resolución del Fiscal de Agrigento cuyo contenido aún desconocía, Anabel Montes se imaginaba que ese papel acabaría con 19 días de angustia, pero a su vez evitaba creerlo. Habían sido muchos conatos de solución, momentos en los que confió en un desembarco inmediato que nunca llegó. No quería volver a decepcionarse.
Ya en la Capitanía de Lampedusa, con el documento entre sus manos, se aseguró de entender bien las conclusiones del decreto. Leído y releído, la jefa de misión rompió en lágrimas: tenían permiso para desembarcar. “En ese momento, no me pude contener. Me puse a llorar”, recuerda Montes por teléfono desde la isla italiana. “Fueron esos nervios acumulados... Tampoco estaba relajada, estaba tensa, pero sabía que era el final”.
Acababa “la misión más dura” del Open Arms. “Fue liberador”, confiesa Francisco Gentico, uno de los socorristas a bordo. Si el voluntario recuerda el mejor y el peor momento, concentra ambos en un mismo día: el último. El 19. La desesperación desatada durante la mañana empujó al fiscal de Agrigento a viajar de urgencia al barco humanitario. “Fue muy intenso ese día. Desde la madrugada fue muy complicado. A la una, una mujer sufrió un brote psicótico. Estaba muy mala, no paraba de gritar, no tenía conciencia ni de lo que hacía”, describe el voluntario. “Decía que el agua venía a matarla”.
Tras las evacuaciones urgentes realizadas durante aquella noche, comenzaron a saltar por la borda varios rescatados en su intento de alcanzar Lampedusa a nado. Esa mañana, uno de los náufragos se arrojó al agua hasta ser rescatado por los guardacostas italianos. Al ver que su compañero no regresaba y había cumplido su objetivo de pisar tierra firme, hasta 14 personas siguieron su ejemplo. La tripulación dejó de controlar la situación.
Entre los socorristas que se tiraron tras ellos para evitar una tragedia estaba Francisco. “Pudo haber muerto alguien”, sentencia el voluntario. “No paraban de tirarse al agua. Algunos sin chalecos, incluso quienes no sabían nadar. Llegamos a ver cómo empezaban a ahogarse, cómo empezaban a hundirse en el agua”, explica Gentico desde Barcelona. Recuerda a Ibrahim, uno de los rescatados. “Días antes me había dicho que nunca se lanzaría al agua porque no sabe nadar. De repente, gritó 'No puedo más', se abrazó a un chaleco y saltó. Lo rescatamos cuando estaba convulsionando, con los ojos en blanco”.
El peor día: “Todos estábamos en peligro”
Ese fue el momento más duro para Gentico. El instante en el que alcanzó una conclusión: “Un día más y aquí muere alguien”. Cuando, de pronto, su mente se paró por un momento e hizo “una conexión”: “Alguien con el que hablas todos los días y, de repente, está casi suicidándose a tu lado...”. Mientras presenciaba la explosión de desesperación y trataba de detener en vano el salto de Ibrahim, veía muy cerca la isla de Lampedusa. La solución que Italia no daba y ningún gobierno europeo lograba.
“Los Estados miembros les llevaron hasta un extremo... La indiferencia es la peor forma de tortura psicológica. Y eso es lo que hizo la UE durante 19 días. Probar a todas las personas a bordo, hasta llevarlas al límite”, reflexiona Francisco, verbalizando una indignación contenida durante semanas. “Se abrazó a un chaleco sin saber cómo nadar”, reitera el voluntario con impotencia. “No recobró el conocimiento hasta llegar a tierra. Cuando lo hizo y vio a otro compañero, empezó a gritar su nombre y a abrazarlo. Gritaba: 'No Open Arms”.
Anabel confiesa que, por más que están preparados para momentos tensos, en esta misión “se producían constantemente situaciones nuevas”. “Tengo en la cabeza uno de los días, no sabíamos a dónde dirigirnos y empezó la mala mar, con olas de tres metros. Se te escapa a tu control. No podía hacer nada para que estuviésemos bien, les dimos biodramina y estábamos con ellos pero no podíamos hacer más”, se lamenta la jefa de misión. Malta e Italia habían denegado la autorización de entrada a sus aguas para refugiarse. “Fue un momento de decir: qué más puede pasar. Qué injusticia puede haber más allá. El día siguiente me lo respondía: podían pasar más cosas”, recuerda Montes.
“Era difícil mantener su estado de ánimo y el nuestro”
A lo largo de toda la misión, no había día en que los rescatados no preguntasen si algún gobierno europeo había dado un paso al frente, si alguien les escuchaba. Al otro lado estaban 19 personas, voluntarios y miembros de la ONG, tratando de contestar sin saber qué responder. Les decían que llegarían a un puerto europeo, que regresar a Libia no era una opción y ya estaban muy lejos del lugar que les hace temblar. Pero sin los pies en tierra firme, su miedo no desaparecía.
“Cada día era más difícil transmitir esperanza, porque ni tú te lo creías”, reconoce Gentico. “Llega un punto en el que tienes que generar buen clima y energía a bordo. Evitar las depresiones y ataques de ansiedad de la gente. Esa responsabilidad, con los días, empieza a pesar. Se convierte en el día de la marmota”, argumenta el fotógrafo desde Barcelona. “Les repetíamos lo mismo y lo mismo. Somos todos personas y era muy difícil mantener su estado de ánimo y el nuestro”.
¿Cómo lo hacían? Se reinventaban cada día, buscaban la manera de hacer algo nuevo, cocinar algo diferente, proyectar las noticias de la periodista a bordo (Yolanda Álvarez, de TVE), buscar cualquier manera de entretenerse. De evitar pensar, evitar la pregunta. “Con los días intentamos mejorar cada vez más la comida para intentar cambiar el día. Porque si ellos estaban bien, nosotros estábamos bien”, detalla el voluntario. Y cuidarse, cuidarse mucho.“Nos apoyábamos los unos a los otros. Cada uno con su fortaleza”, especifica Gentico. “Los rescatados eran clave: se formó una comunidad, una sociedad. Algunos eran fundamentales en la dinámica a bordo, hacían de intérpretes, de mediadores culturales e incluso de personal de seguridad en los momentos más tensos”, continúa.
A medida que los días pasaban y los nervios se disparaban entre los rescatados, las horas de guardia se alargaban al ritmo el tiempo de sueño caía. Hubo momentos en los que la comida escaseó. En un barco, la alimentación es un elemento fundamental para mantener la calma a bordo, para que la tripulación pueda gestionar de forma correcta cada uno de sus cometidos.
“Mirándolo con perspectiva, me cuesta darme cuenta de cómo hemos podido llevar tal carga de trabajo en tan poco tiempo. A veces improvisábamos y se decidieron de momento formas de actuar que salieron bien, otras no tanto”, reconoce la jefa de misión. “No soy capaz de entender cómo, con todo la tensión, pude mantener la cabeza fría. Imagino que pagaré las consecuencias, caeré en algún momento”, asume Anabel Montes.
“Cuando manejas un grupo de gente, lo que sirve los primeros días; los últimos ya no vale de nada. No sabíamos por dónde tirar. Teníamos que triplicar las guardias, dormíamos dos o tres horas”, apunta Gentico. El último día, el mismo que se tuvo que lanzar al agua varias veces para rescatar vidas de personas en pleno ataque de pánico, se durmió a las cuatro de la madrugada y abrió los ojos a las 7 horas al grito de '¡hombre al agua!'. “No es lo mismo rescatar estando descansado, entrenado o bien alimentado. Hicimos malabarismos para mantener los ataques de la gente y mantenernos nosotros. Llegamos a un punto que era peligroso para ellos y para nosotros”, añade Gentico.
Después de ver con sus propios ojos la orden de desembarco en Lampedusa, la jefa de misión regresó al Open Arms esforzándose en que su gesto no evidenciase la respuesta del fiscal. Subió al puente del buque y convocó a las 19 personas que conforman la tripulación: “Se pusieron a saltar, a aplaudir y a abrazarse unos a otros. Intentamos evitar que nos escuchasen en la cubierta [los rescatados]; queríamos contárselo a todos juntos...”, explica Montes, antes de reconocer su fracaso.
“Cuando íbamos bajando las escaleras del puente, debieron de ver un gesto, una sonrisa, algo, en el rostro de alguno de nosotros... Empezaron a saltar [los rescatados] y ya corrimos todos a abrazarnos”, añade el fotógrafo, quien tiró la cámara en el suelo y se unió a bailar junto al resto.
Francisco y Anabel coinciden en uno de los momentos felices destacados a bordo. Durante ese instante de exaltación de la alegría, de música, lloros, abrazos y cantos de “boza” (victoria), Lamin agarró el micrófono.
Hacía 20 días había sido rescatado en plena noche, el socorrista se acercó a él, le tranquilizó, le explicó el proceso. Hablaba con él porque sabía inglés y actuó como intérprete con el resto de los ocupantes de la embarcación. Tras más de dos semanas, esa última noche Lamin decidió decir unas palabras que emocionó a toda la tripulación: “Quiero poner una canción para vosotros. 'Freedom fighters' [Luchadores de la libertad]. Vosotros sois los luchadores de la libertad”. Todos empezaron a bailar en la cubierta del Open Arms, escasas horas antes de tocar tierra.