Yemen, tras la escalada de violencia: “Mi casa fue atacada con niñas y niños dentro”

Abdallah tiene 27 años y su más reciente viaje desde Yemen le costó sesenta horas llegar a su destino, Beirut, por tierra a través de Omán y por aire surcando espacio iraní y turco. Su rostro irradia simpatía y calma. Habla un inglés casi perfecto con un tono bajo, no le gusta llamar la atención. Ni siquiera exterioriza su preocupación un día como este, después de que su casa y la de su tío hayan sido bombardeadas tras la última escalada de violencia que ha azotado la capital, Saná.

El conflicto armado en Yemen puede reavivarse tras la muerte del expresidente Ali Abdalá Salé, que fue asesinado este lunes por sus hasta ahora aliados, los rebeldes hutíes, después de varios días de violentos enfrentamientos entre los dos bandos en Saná. Los enfrentamientos que tuvieron lugar en los barrios del sur obligaron a los residentes a permanecer encerrados en sus casas durante varios días.

La familia de Abdallah estaba a cubierto en un sótano, pero no a salvo, dice, tras ser atacada en su propia casa el mismo día en el que comenzaron los bombardeos.

“El 2 de diciembre estalló una escalada en Saná. Mi familia vive ahí. En la casa había niñas y niños. En las calles hay caos, enfrentamientos, ataques a casas”, asegura Abdallah. Saná es la localidad más poblada de Yemen.

Cerca de tres millones de personas en Yemen se han visto forzadas a abandonar sus casas. Más de dos millones están todavía desplazadas, el 70% lleva dos años fuera de sus hogares y el 23% no tiene adónde ir y se refugia en escuelas, hospitales o edificios públicos. La gran mayoría sufre escasez de comida y alimentos.

El estudiante yemení es originariamente de Al-Bayda donde su tribu, armas en mano, “pero sin atacar” como él indica, blindaron la entrada a hutíes.

“En mi zona se organizaron para no permitir entrada de milicias. No quieren problemas”, dice el joven yemení. La postura de su clan es antisaudí y antihutí, algo que, según cuenta, ocurre también en otras zonas.

“Todo estaba yendo hacia atrás”

Abdallah está familiarizado con la política y la justicia internacional. Es su especialidad. Ahora está en Beirut cursando un máster en Dirección de Empresas. Así lo quiere su familia, que reside en Yemen. Es el único hijo estudiando una carrera y él mismo se costea los gastos. A pesar de que en los más duros momentos de la guerra quiso volver junto a su gente, su madre y su padre no se lo permitieron.

“Primero me fui a Malasia a estudiar un grado. Al volver de visita a Yemen en 2012 me encontré todo hecho cenizas y un vacío en el cuerpo de seguridad”, recuerda el joven. En 2015 partí de nuevo de mi país. Me fui con la sensación de que todo estaba yendo hacia atrás. Había visto mujeres mendigando, hombres comiendo de las basuras, niños y niñas muriendo“.

El desarrollo de los acontecimientos en Yemen empeoró cada vez más. En 2016 llegó la primera gran conmoción de Abdallah al perder varias de sus amistades en bombardeos. Tuvo miedo e intentó convencer a su familia de que debía volver. Su familia, en medio de una guerra, siguió animándolo para que continuase estudiando. Quizás porque sabía que un día u otro les tocaría convertirse en gente desplazada por la guerra.

Hambruna y enfermedad en Yemen

“Yemen tiene una población de poco más de 29 millones, 17,2 millones no come lo suficiente y no puede obtener alimento suficiente. Hasta ocho millones podrían morir de hambre en cuestión de meses”, dice Suze van Meegen, de la organización humanitaria Norwegian Refugee Council (NRC) que después de pasar la noche en un sótano para protegerse de los bombardeos en Saná responde a eldiario.es sobre la situación actual.

Tanto van Meegen como Abdallah hablan de falta de recursos económicos. No hay salarios desde hace más de un año y el funcionariado público ha dejado de ir a trabajar. En casa y en los lugares de refugio 400.000 niñas y niños yemeníes sufren de malnutrición severa. Están al borde de la muerte.

Lo más preocupante es, junto a la alimentación, la salud y la epidemia de cólera que afecta principalmente a niñas y niños. El cólera se ha cobrado la vida de más de 2.156 personas y la Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte de que se están detectando 4.000 casos sospechosos al día.

“Solo el 50% de los servicios de salud son completamente funcionales y más de 16 millones de personas no pueden acceder a agua potable. Esto creó un ambiente perfecto para el cólera. 945.000 casos sospechosos han sido identificados desde abril de este año”, informa van Meegen. La gente, cansada de tanta violencia, ha dejado de dormir y el frío invierno se aproxima.

“No pueden conciliar el sueño con las fuertes explosiones y los disparos. Más allá de la amenaza directa de los bombardeos están los impactos más insidiosos de la violencia, la destrucción de hogares e instalaciones, obligando a las personas a huir, separando comunidades y dejando a las personas sin red de seguridad”. Señala la asesora de NRC.

Llamamiento de la ONU para levantar el bloqueo

“La crisis que describimos como inminente ahora ha llegado en gran medida. La violencia, los bloqueos y la privación de las necesidades básicas impuestas a civiles yemeníes por las partes en este conflicto y quienes los apoyan son injustos, innecesarios e inaceptables”, denuncia NRC.

Las agencias humanitarias no escatiman en esfuerzos, pero la situación a veces va más allá de sus posibilidades. El 2 de diciembre, líderes de la ONU firmaron una demanda pública para que Arabia Saudí levantara completamente el bloqueo sobre los puertos marítimos del mar Rojo en Yemen, vías de entrada del 90% del alimento.

“Quiero volver a Yemen”, afirma el estudiante Abdallah. “Quiero apoyar la reconstrucción, igual incluso ser político. Soy optimista y pienso que 2018 será el año que esto ocurra. La prioridad es vivir, no luchar”.