Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.
Cuidado con la ciudad influencer
El domingo me pasaron un vídeo en el que Bob Pop demostraba a Buenafuente que “nosotros tenemos la culpa de la concentración de la riqueza”. Lo explicaba diciendo que antes íbamos al mercado y hacíamos la compra en distintos puestos y repartíamos así entre diversas personas y pequeñas empresas nuestro gasto, mientras que ahora lo compramos todo en un solo sitio, el súper, dándole la pasta a una misma empresa multinacional. Bob Pop expresaba con este argumento de partida —y poniendo la ironía en el sujeto— cómo la precariedad y la obligada extensión de la jornada laboral nos quitan tiempo y nos conducen a apoyar, con nuestras formas de consumo, una evolución de hábitos que lleva a más precariedad y a más concentración de dinero y poder. El ejemplo sirve también para mostrar lo que está ocurriendo en muchas ciudades
Por ejemplo, cuando hablamos de la uniformización de los centros urbanos —y de las periferias, aunque de esto se habla desgraciadamente menos— no estamos hablando tanto de un asunto estético como de uno económico. A pesar de la caricatura habitual, la gentrificación no sucede porque un par de tipos con barba ponen una tienda de cereales decorada con tipografía manual, la gentrificación ocurre porque los capitales inmobiliarios adquieren los bienes de un barrio, tanto residenciales como comerciales, suben los alquileres, expulsan así a los antiguos residentes y comerciantes y convierten la zona en una reserva para gentes con posibles. La propiedad inmobiliaria se va concentrando, la de las tiendas, también. Y la oferta se reduce, porque sólo las que pertenecen a fondos y multinacionales o las franquicias, que viene a ser lo mismo, pueden sobrevivir a esas rentas. El intercambio económico va cayendo cada vez en menos manos, como bien mostraba el ejemplo de Bob Pop, y la ciudad se va segregando y, al mismo tiempo, haciéndose igual, previsible.
El mismo domingo, El País Semanal se vistió de especial ciudades. Algo que también han hecho hace poco National Geographic, con un número completo y una amplia cobertura online, y La Vanguardia, con un suplemento sobre la Barcelona metropolitana. Es buenísima noticia que los grandes medios de comunicación estén cambiando su enfoque sobre los asuntos ciudadanos. Hasta hace muy poco, las noticias y suplementos sobre ciudades eran hermanos pequeños de la sección de Nacional. Los titulares no se salían de la riña diaria de la política de partidos, todo era mandanga electoral incluso fuera de campaña, como manda la información de aquí. Ahora, sigue habiendo mucho de eso, pero se ha ido ganando espacio para el relato de los asuntos que de verdad importan.
Como todos estos suplementos dicen nada más empezar, la mitad de la gente del mundo vivimos en ciudades. Y la cosa va a más, por lo que está muy bien que vayamos conociendo las instrucciones de uso de los lugares donde habitamos. El único pero a esa pasión reciente es que el punto de vista, quizás precisamente por reciente, es también bastante uniforme. Ahora que por fin se habla de ciudades, en realidad se está hablando sobre todo de un solo tipo de ciudad: del modelo de ciudad global que definió Saskia Sassen y que ella misma menciona en su texto para el suplemento de El País.
Viva la urbanización manque perdamos
En general, se percibe una visión deslumbrada y un pelín acrítica de la urbanización, muy en la línea de la que se ofrece habitualmente desde los foros oficiales. Se aplauden las grandes cifras, se celebra la inversión, se ovaciona el crecimiento. Se pone a este tipo de ciudad influencer como modelo único sin mostrar una diversidad que no sólo existe, sino que es absolutamente necesaria. Diversidad de ciudades, que no todas son ni deben ser grandes y triunfadoras. Y diversidad dentro de las mismas ciudades, que es la propia esencia del habitar urbano y lo que está desapareciendo. Me parece peligrosa esa visión unitaria que impone que a lo que debe aspirar cualquier urbe es a ser Nueva York, Londres, París, Madrid o Barcelona. Peligroso por imposible y porque no necesariamente esos ejemplos son buenos.
Hoy mismo leo Distantes y desiguales: el declive de la mezcla social en Barcelona y Madrid, un artículo académico de los sociólogos Daniel Sorando y Jesús Leal cuyas conclusiones empiezan de la siguiente y rotunda manera: “El incremento de la desigualdad es el vector de cambio más notable en las sociedades urbanas contemporáneas”. Según esta investigación, la distancia social en Barcelona y Madrid es cada vez mayor; y también la física, por eso de la gentrificación y la “centrifugación de la pobreza y la precariedad” (las palabras entre comillas son de un tuit de Sorando). La concentración de la propiedad y de los capitales fomentada por el libre mercado y la globalización es el agujero negro por el que se van ahogando las ciudades, también las triunfantes.
Y es malo que los medios, incluso en sus suplementos más urbanitas, no den a esta brecha la importancia que tiene, pero es mucho peor que los candidatos tampoco la mencionen. Sí, no puedo evitar mencionar el periodo electoral que vivimos; un periodo decepcionante en el que, en general, tanto los que están como quienes quieren estar siguen sacando a bailar la ciudad influencer y sus números de éxito. Lo dicho: se aplauden las grandes cifras, se celebra la inversión, se ovaciona el crecimiento y casi nadie menciona lo que viene detrás de todo ello.
El domingo me pasaron un vídeo en el que Bob Pop demostraba a Buenafuente que “nosotros tenemos la culpa de la concentración de la riqueza”. Lo explicaba diciendo que antes íbamos al mercado y hacíamos la compra en distintos puestos y repartíamos así entre diversas personas y pequeñas empresas nuestro gasto, mientras que ahora lo compramos todo en un solo sitio, el súper, dándole la pasta a una misma empresa multinacional. Bob Pop expresaba con este argumento de partida —y poniendo la ironía en el sujeto— cómo la precariedad y la obligada extensión de la jornada laboral nos quitan tiempo y nos conducen a apoyar, con nuestras formas de consumo, una evolución de hábitos que lleva a más precariedad y a más concentración de dinero y poder. El ejemplo sirve también para mostrar lo que está ocurriendo en muchas ciudades
Por ejemplo, cuando hablamos de la uniformización de los centros urbanos —y de las periferias, aunque de esto se habla desgraciadamente menos— no estamos hablando tanto de un asunto estético como de uno económico. A pesar de la caricatura habitual, la gentrificación no sucede porque un par de tipos con barba ponen una tienda de cereales decorada con tipografía manual, la gentrificación ocurre porque los capitales inmobiliarios adquieren los bienes de un barrio, tanto residenciales como comerciales, suben los alquileres, expulsan así a los antiguos residentes y comerciantes y convierten la zona en una reserva para gentes con posibles. La propiedad inmobiliaria se va concentrando, la de las tiendas, también. Y la oferta se reduce, porque sólo las que pertenecen a fondos y multinacionales o las franquicias, que viene a ser lo mismo, pueden sobrevivir a esas rentas. El intercambio económico va cayendo cada vez en menos manos, como bien mostraba el ejemplo de Bob Pop, y la ciudad se va segregando y, al mismo tiempo, haciéndose igual, previsible.