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Votar, ¿para qué?

Patricia Horrillo @PatriHorrillo

periodista independiente —

En los últimos años, las conversaciones relacionadas con la política han ido evolucionando de un simple (aunque, no por ello, ni elaborado ni justificado) ataque a la clase política a un cuestionamiento sobre lo que la ciudadanía puede hacer para cambiarla. Aunque todavía hay reminiscencias, cada vez queda más atrás aquello de “hija, no te signifiques” que me decía mi padre. Obviamente, hablaba el miedo. Ese miedo ha tenido paralizada a una parte importante de la sociedad, que prefería mirar hacia otro lado porque “mientras los políticos nos roban, nos dejan tranquilos”.

Este pensamiento conformista con una clase política que no ha sentido que debiera dar explicaciones a la ciudadanía para la que gobernaba ha sido transmitido durante, al menos, dos generaciones: la de nuestros abuelos y la de nuestros padres. El problema ha llegado cuando la de los que nacimos en democracia, con educación y trabajos y la expectativa de una vida mucho mejor que la de nuestros padres (si cabía), se ha dado de bruces con una realidad muy diferente. Seguir la rueda que nos indicaron (estudiar, trabajar, no llamar la atención, alquilar una habitación, hipotecarse con un piso, pagar los impuestos…) no ha servido para tener una vida acomodada, porque esa supuesta prosperidad no existía.

Ante esta situación, que nos tiene a demasiadas personas viviendo en la precariedad (cuando no en la miseria), puede haber todavía muchas que piensen “Votar, ¿para qué?”. Cuando leo por redes sociales el argumento de que “si votar sirviera de algo, no nos dejarían hacerlo” es importante recordar que en España, durante los cuarenta años de la dictadura franquista, no existía este derecho ni había elecciones para elegir a nuestros representantes. Otra cosa es que pensemos que unas elecciones generales cada cuatro años sean ahora mismo insuficientes para hablar una democracia madura y saludable, o que la propia ley electoral necesite ser revisada para que no se produzcan desequilibrios. Parece claro que debemos conseguir que existan más mecanismos de participación ciudadana que nos permitan incidir en la vida política de nuestro país más allá de las urnas.

Paralelamente a ese deseo de aumentar la participación, tenemos ahora a la vista unas elecciones generales y debemos hacernos responsables de nuestro voto. Es importante hablar sobre las implicaciones que tiene votar y también no hacerlo. Y, si votamos, a quienes votamos y por qué, cuáles son los programas electorales de los partidos, qué promesas cumplieron y cuáles no aquellos que llegaron al gobierno, etc. También es necesario que sepamos qué representa el voto en blanco y el voto nulo, para entender a quién beneficiamos o perjudicamos.

Todo esto nos lo planteamos muchas en muchos ámbitos y algunas hemos querido tener esa reflexión en persona y le hemos puesto fecha: el miércoles 2 de diciembre simultáneamente en Madrid, BarcelonaBarcelona y BilbaoBilbao. Así hemos convocado el #DaTactic3, un encuentro de activistas en el que se combinan datos, análisis y tácticas de redes y acción en social media orientado a fomentar un voto consciente e informado para las Elecciones Generales del próximo 20 de diciembre. ¿Quieres participar?

En los últimos años, las conversaciones relacionadas con la política han ido evolucionando de un simple (aunque, no por ello, ni elaborado ni justificado) ataque a la clase política a un cuestionamiento sobre lo que la ciudadanía puede hacer para cambiarla. Aunque todavía hay reminiscencias, cada vez queda más atrás aquello de “hija, no te signifiques” que me decía mi padre. Obviamente, hablaba el miedo. Ese miedo ha tenido paralizada a una parte importante de la sociedad, que prefería mirar hacia otro lado porque “mientras los políticos nos roban, nos dejan tranquilos”.

Este pensamiento conformista con una clase política que no ha sentido que debiera dar explicaciones a la ciudadanía para la que gobernaba ha sido transmitido durante, al menos, dos generaciones: la de nuestros abuelos y la de nuestros padres. El problema ha llegado cuando la de los que nacimos en democracia, con educación y trabajos y la expectativa de una vida mucho mejor que la de nuestros padres (si cabía), se ha dado de bruces con una realidad muy diferente. Seguir la rueda que nos indicaron (estudiar, trabajar, no llamar la atención, alquilar una habitación, hipotecarse con un piso, pagar los impuestos…) no ha servido para tener una vida acomodada, porque esa supuesta prosperidad no existía.