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2022, el año del apagón nuclear alemán

La central eléctrica de Grohnde, que dejó de operar el 31 de diciembre de 2021.

Aldo Mas

Berlín —

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El debate sobre la energía atómica es un debate superado en Alemania. De lo contrario, no estaría previsto que este año dejen de funcionar las tres centrales nucleares que aún permanecen en funcionamiento en suelo germano. 

Desde que en 2011, a raíz del desastre en la central nuclear japonesa de Fukushima, la canciller Angela Merkel decidiera poner punto y final a esta tecnología en Alemania, la relevancia de la energía nuclear en el mix energético teutón no ha parado de ir a menos. Según datos del portal de estadística alemán Statista, en 2020 un 11,2% de la energía eléctrica producida en Alemania venía de reactores nucleares. En el año 2000, el porcentaje rondaba el 30%.

En un primer momento, Alemania iba a compensar el apagón nuclear con el uso de energías fósiles. Actualmente, Alemania es uno de los grandes consumidores de carbón a nivel mundial. En 2021, el carbón seguía representando casi un 30% en el mix energético alemán. Sin embargo, la intención del Gobierno alemán, ahora en manos del socialdemócrata Olaf Scholz gracias a una coalición a tres bandas con Los Verdes y los liberales del FDP, es de hacer posible que en 2030 el 80% de la energía consumida en el país venga de energías renovables. Para ese año, Scholz y compañía consideran que “lo ideal” sería abandonar también el uso del carbón. 

Con el nuevo gobierno – Scholz fue nombrado canciller el pasado mes de diciembre –, Alemania, la mayor economía europea y la cuarta más grande del mundo, se dirige a hacia la “descarbonización”. Este proceso, aunque pase por el uso del gas natural y del carbón hasta 2030, supone una transformación energética en la que la energía nuclear no tiene cabida. Por eso el Ejecutivo alemán ya ha dejado por escrito a la Comisión Europea (CE) su rechazo a la idea de la autoridad que preside Ursula von der Leyen de considerar a la energía atómica y al gas natural como “energías verdes”. 

“La propuesta de la CE rebaja el significado de la etiqueta sostenible”, ha criticado el vicecanciller alemán y ministro para la Economía y la Protección Climática, el ecologista Robert Habeck. La también ecologista y ministra de Medioambiente, Steffi Lemke, es igualmente clara en su rechazo a lo propuesto desde Bruselas. “Estoy convencida de que ni el gas ni la energía atómica deben ser considerados renovables”, ha señalado Lemke.

Apagadas las centrales, la apuesta es el gas de Putin

El gas, sin embargo, se ha convertido en una pieza fundamental para la estrategia de Habeck, Lemke y compañía. A ellos les toca defender ahora ese hidrocarburo como energía de “puente” a utilizar mientras se opere la “transformación energética” que supone la “descarbonización”. Esto implica hacer que no peligre el suministro del gas natural ruso en estos tiempos de tensión geopolítica extrema entre Rusia y Ucrania.

Prácticamente la mitad del gas natural que recibe Alemania procede de Rusia. Los hogares alemanes y la industria alemana, de hecho, no se calentarían ni funcionarían como lo hacen ahora sin el gas ruso. Este es tan importante para Berlín que precisamente por eso ha prosperado un proyecto como el Nord Stream 2, un gasoducto que une directamente Rusia a Alemania por el mar Báltico evitando países de tránsito, como Ucrania.

El Nord Stream 2 está pendiente de recibir los últimos permisos para poder entrar en funcionamiento, algo que genera preocupación, en el este europeo y también en otros países continentales como Francia e incluso en Estados Unidos. Uno de los reproches que se hacen a ese proyecto es que acentúa la dependencia alemana del gas de Rusia, un país al que se sigue acercando el Gobierno alemán pese a que en los últimos años el régimen del presidente Vladimir Putin ha demostrado un más bien escaso respeto por los derechos humanos y la legalidad internacional.

“Se puede pensar que muchos políticos en Alemania creen que el modo de concebir la relación con Rusia es que, para rebajar la tensión, lo que hay que hacer es ceder. Es decir, que sólo siendo buenos con ellos, ellos van a ser buenos con nosotros”, explica a ElDiario.es Marcel Dirsus, experto del Instituto para la política de Seguridad de la Universidad de Kiel.

Con esto en mente, se entiende que primero con Angela Merkel en el poder, y ahora con Olaf Scholz, desde la Cancillería Federal se defienda al Nord Stream 2 como un “proyecto puramente económico”. Dicho esto, y ante la acumulación de tropas rusas en la frontera con Ucrania, Scholz ha dicho recientemente que valora represalias que conciernan al polémico gasoducto en caso de una entrada militar de Rusia en suelo ucraniano.

La cuestión de los residuos

Sea como fuere, aún habiendo decidido el apagón nuclear, Alemania todavía tiene mucho por lo que preocuparse debido al uso de la energía atómica. El país de Olaf Scholz comenzó a utilizar la energía nuclear para sus necesidades eléctricas en 1962, con la conexión a la red de la central nuclear de Kahl, en Baviera. Desde entonces, una buena treintena de reactores han estado en funcionamiento.

Con la decisión de Angela Merkel 2011, que no hizo más que acelerar la llegada del futuro sin centrales nucleares que planteó en su momento la coalición de socialdemócratas y ecologistas que liderara el canciller Gerhard Schröder, la cuestión de los residuos radiactivos sigue por resolver. Se supone que de aquí a 2031 ha de encontrarse un lugar para depositarlos.

“Dónde van a acabar los residuos altamente radiactivos de forma permanente es algo incierto. Ha de encontrarse aún un lugar de aquí a 2031, pero ese lugar tal vez no exista nunca”, han constatado recientemente en el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung. Se supone que las instalaciones de la mina de Schact Konrad, en Baja Sajonia, servirán a partir de 2027 de depósito de sólo parte de los residuos nucleares alemanes.

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