A mediados de julio comenzó en Montilla-Moriles (Córdoba) la primera vendimia de 2023 en toda Europa continental. Se adelantó casi dos semanas respecto a las fechas habituales de otros años. El 1 de agosto comenzaron los trabajos en Cebreros, Ávila. De nuevo, antes de tiempo. Lo mismo ha ocurrido en Navarra, en La Rioja, en Ciudad Real o en Galicia. En todos los territorios, por el mismo motivo: el calor, las altas temperaturas y la sequía han hecho que el calendario de maduración de la uva vaya más rápido que nunca. Toca recoger la cosecha y hay que hacerlo en plena ola de calor, con el termómetro por encima de los 40 grados en buena parte de España.
La vendimia es un síntoma de cómo está evolucionando la realidad del campo, que tiene que adaptarse a las condiciones que impone el cambio climático. Por un lado, muchas cuadrillas de trabajadores ven alteradas sus campañas, tradicionalmente escalonadas y con tiempos diferentes para los frutales, la uva y, después, el olivar. Por otro, las temperaturas anormalmente altas llevan a rediseñar las jornadas, los horarios y, a más largo plazo, a repensar las cosechas, qué se cultiva y en qué suelos, en un territorio donde el regadío es cada vez más difícil.
“El cambio climático afecta a todos los trabajos, pero el sector agrario es donde más se está notando porque estamos más expuestos”, asume Andrés Góngora, responsable de Relaciones Laborales de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG). Cabe recordar que el pasado 11 de agosto falleció un hombre de 58 años en la localidad cordobesa de Nueva Carteya mientras vendimiaba en una jornada en la que había aviso rojo por calor; y en junio, otros dos agricultores, uno en Aznalcóllar (Sevilla) y otro en Cinco Casas (Ciudad Real), fallecieron mientras trabajaban en el campo también en plena ola de calor.
Antes de que salga el sol
“Vamos a necesitar adaptarnos. Hay que repensar el regadío, los cultivos, las variedades y las jornadas laborales. Hay que hablar de replantear los horarios. Aún suena extraño pero hay que pensar en implantar el trabajar de noche”, apunta el responsable de la organización agraria. “Ya hay trabajos que se están haciendo a las 4 o 5 de la mañana, porque la tecnología Led permite iluminar zonas de trabajo. No está generalizado, pero hay tareas de recolección que se pueden hacer. Recoger la fruta antes de que salga el sol”.
En el caso de la vendimia, madrugar y recoger la uva en los albores del día no es nuevo y no es solo por las condiciones en las que se trabaja. También se intenta evitar que la uva se caliente una vez recogida. Góngora asume que “no todas las tareas se pueden hacer de noche” y que, en esos casos, el cambio de modelo pasa por dar más flexibilidad a las jornadas. “Si hoy no se puede trabajar, porque estamos en ola de calor o si solo se pueden hacer cinco horas, que se puedan recuperar, que se recorte la jornada laboral no sólo en julio y agosto, también en junio y septiembre. Eso hay que abordarlo”. Algo que toca tratar, asume, con el Ministerio de Trabajo.
“En el campo los trabajos se adaptan a las circunstancias meteorológicas”, argumenta Diego Juste, portavoz de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA). “El mayor riesgo es el calor, pero también lo es el frío en invierno”, añade.
Juste señala que ya se ha llevado a cabo una adaptación del trabajo, por ejemplo, a la hora de prevenir los incendios que puedan causarse por las labores en el campo. “Las autoridades prohíben hacer determinadas tareas en momentos de alto riesgo, con mucho calor, viento y clima muy seco”. Entre ellas, por ejemplo, trabajar con un tractor de apoyo que pueda ir desbrozando, cosechar primero las zonas de perímetro o tener en cuenta el terreno y si hay masas forestales cercanas.
Cambios en los calendarios de las cosechas
La realidad de repensar las jornadas agrarias va en paralelo a unas cosechas que cada vez son más tempranas y, también, más reducidas. Es lo que ocurre este año con la almendra, que ya se ha comenzado a recoger y se está quedando entre un 30% y un 50% por debajo de las previsiones que manejaban las organizaciones agrarias. Lo mismo ocurre con el aguacate o con el mango, que encadenan varios años de caída de producción en unos cultivos que necesitan riego. Sin olvidar el aceite de oliva, donde los consumidores ya perciben que los precios están disparados y sin visos de caer. La última cosecha se redujo a mínimos históricos por la sequía y no hay mucho optimismo de cara a la campaña que está a punto de comenzar.
Además, si la aceituna se adelanta, puede coincidir con otros trabajos, que se solapen las cosechas de la recta final del año como está ocurriendo en verano. “Normalmente, cuando la campaña de la fruta va terminando, los temporeros que trabajan en ella se desplazan a la recogida de la uva. Este año, sin embargo, la vendimia se ha adelantado, dos semanas o un mes, y la campaña de fruta en Catalunya, Aragón o La Rioja aún no ha terminado, aunque está en su recta final”, asegura Andrés Góngora. “Esto, probablemente, va a ocurrir con el olivar, que va a empezar antes. Se solapará con los trabajos de otoño, como las hortalizas”.
Las organizaciones agrarias consultadas asumen que no hay una falta de trabajadores en el campo, algo que sí ocurre en otros sectores, como el turismo, donde las empresas tienen problemas para cubrir vacantes. Este año, explican, lo que ha ocurrido son “desajustes”, cuadrillas que no están completas porque los temporeros no siempre han llegado a tiempo.
La figura del temporero, en realidad, no existe
En realidad, ese concepto del temporero ya no es tal. “Seguimos utilizando esa figura, pero no existe. En su inmensa mayoría, son fijos discontinuos”, explica el responsable de Relaciones Laborales de COAG. Góngora reconoce que “no hay un registro” y es difícil saber cuántos trabajadores van de una cosecha a otra. “En torno a 250.000”, indica.
Son trabajadores que enlazan campañas y pueden trabajar para varias empresas y que lo mismo están en la vendimia que en la recogida de fruta en el sureste de España.
Los datos de la Tesorería General de la Seguridad Social indican que, en el mes de julio, había 650.495 personas afiliadas en el régimen especial agrario. De ellos, 380.769 son hombres.
El perfil de quienes tradicionalmente se han llamado temporeros son varones, menores de 40 años y de origen extranjero. “Las nacionalidades han ido cambiando. Hace unos años procedían de Europa del Este, de Marruecos y de Argelia. Ahora, hay más subsaharianos, de Mali o de Níger y de Europa del Este casi no hay”, apunta el responsable de COAG.
Unas cuadrillas que, en su inmensa mayoría, cobran el salario mínimo, marcado por convenio. Y ahí entra otro debate, reconocen las organizaciones agrarias, el de cómo hacer más atractivos los salarios en un escenario de costes que presionan al alza mientras las cosechas menguan.