Esther Duflo, la economista que tiene soluciones concretas para erradicar la pobreza
En apenas unos meses, tres economistas franceses han tenido protagonismo en las portadas de la prensa internacional: Jean Tirole por la obtención del Premio Nobel 2014, Thomas Piketty por el eco sin precedentes de “El capital en el siglo XXI” (editado en castellano a finales de 2014) y ahora Esther Duflo por el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2015.
Tres personalidades académicas cuyos trabajos comparten rigor científico, amplitud de miras y reconocimiento internacional. Tres economistas que han vivido la experiencia americana y frecuentado los pasillos del Massachusetts Institute of Technology (MIT). Tres maneras diferentes de abordar grandes problemas económicos: la economía industrial y la regulación de los mercados, en el caso de Tirole; la distribución de la riqueza, en el caso de Piketty; y la economía del desarrollo y el estudio de la pobreza, en el caso de Duflo. Tres perfiles diferentes que no son, al menos en lo metodológico, el fruto de una misma Escuela de pensamiento.
Cuando Tirole salió de la más prestigiosa de las escuelas de ingeniería de Francia, Piketty y Duflo aún no habían aprendido a hablar. De la école polytechnique pasó al MIT, donde se doctoró en economía bajo la tutela de Eric Maskin, para regresar posteriormente a Toulouse. Allí, en duo con Jean-Jacques Laffont, levantó una institución académica prácticamente de la nada. La consolidación internacional de la Toulouse School of Economics, al margen de los círculos parisinos y sobreviviendo a la asfixiante administración francesa, es de una rareza inusitada. Introvertido, poco amigo de los fastos mediáticos, extraordinariamente brillante, Tirole es el prototipo de economista académico. Sus trabajos seguirán influyendo a sucesivas generaciones de economistas en todo el mundo.
Piketty llegó al MIT con el doctorado recién obtenido en la London School of Economics, previo paso por la École normale supérieure de París. Al cabo de tres cursos regresó a Francia, satisfecho pero con cierto desencanto, y se incorporó al CNRS (equivalente francés del CSIC) y a la École des hautes études en sciences sociales. Posteriormente se convirtió en la cabeza visible de la recién creada Paris School of Economics, un conglomerado de laboratorios y departamentos nacido con el propósito de rivalizar con su homóloga londinense, de muy larga tradición. Autor de trabajos académicos de primer nivel, coescritos algunos con Emmanuel Saez (economista francés de la misma generación, merecedor de figurar en los primeros puestos de cualquier ranking académico), Piketty es conocido sobre todo por su omnipresencia mediática. Es la rock star de los economistas, el enfant terrible, el economista sobre cuyo trabajo no se puede no opinar.
Un año menor que Piketty, Duflo cursó el bachillerato en el monumental Lycée Henri IV, uno de los viveros de la futura élite francesa, situado en la parisina plaza del Panthéon, y posteriormente en la laureada École normale supérieure, donde obtuvo sendos grados en Historia y Economía. En más de una ocasión ha afirmado que primero se interesó por las políticas de desarrollo y sólo después por la economía. En 1993, mientras trabajaba para el Ministerio de Hacienda ruso sobre la transición hacia la economía de mercado, se encontró con Piketty en Moscú (entonces en el MIT), quien le habló de las oportunidades que podría encontrar en Estados Unidos.
Tras obtener un posgrado en economía en la École des hautes études en ciencias sociales, como Piketty, cruzó el charco y, como Tirole, se doctoró en el MIT. Allí sigue. Franco-americana, actualmente es profesora de economía y trabaja en el Jameel Poverty Action Lab (laboratorio de acción contra la pobreza conocido como J-PAL) institución que ella misma contribuyó a fundar, donde conduce investigaciones sobre el comportamiento de los hogares, la escolarización, la evaluación de las políticas de ayuda al desarrollo y la microfinanciación.
Duflo ha recibido numerosos premios y distinciones, entre los que destaca la medalla John Bates Clark en 2010 (que distingue al mejor economista estadounidense menor de cuarenta años), la mitad de cuyos galardonados termina por recibir el Nobel dos décadas después, y el reciente Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. En 2011 la revista Time la incluyó en la lista de las 100 personalidades más influyentes del mundo. The New Yorker la ha definido como una intelectual “de centro-izquierda que cree en la redistribución y que suscribe la idea optimista de que el mañana puede ser mejor que el presente”.
Observación cotidiana de hechos concretos
Los numerosos reconocimientos a Duflo se deben a su trabajo en el ámbito de la microeconomía experimental, disciplina que parte de la observación cotidiana de problemas concretos a los que trata de dar respuestas sencillas y prácticas. Desde este punto de vista, las investigaciones de Duflo sobre la pobreza y el desarrollo se asemejan a las que realizó Elinor Ostrom (única mujer en haber recibido hasta la fecha el Nobel de economía) en la década de los 90 sobre la teoría de la acción colectiva y la gestión de los bienes comunes.
Duflo argumenta que gran parte de las políticas de lucha contra la pobreza no logran sus objetivos debido a una comprensión inadecuada del problema. Se pregunta, por ejemplo, por qué alguien que no tiene lo suficiente para alimentarse se compra un televisor, o por qué el aprendizaje de los niños en situación de pobreza es difícil incluso cuando asisten a la escuela, o por qué la gente más pobre del Estado de Maharashtra en India destina el 7% de su presupuesto en alimentos a comprar azúcar. La pobreza, concluye, no es solamente una cuestión de ingresos sino también de falta de educación, de sanidad y de control sobre la propia vida.
Junto a otros miembros de J-PAL, Duflo ha trabajado en decenas de países durante años, estudiando sobre el terreno los determinantes de la pobreza y experimentando la mejor manera de resolverlos en cada caso. Cree que los políticos, como los investigadores, son prisioneros de la ambición de querer hacer demasiado y resolver el problema de una sola vez. La batalla contra la pobreza se puede ganar, en su opinión, a condición de respetar tres condiciones básicas: tener paciencia, trabajar de manera rigurosa y aprender de la evidencia empírica.
“Un ejemplo del tipo de trabajo realizado por J-PAL acaba de ser publicado en el último número de la revista Science. Durante dos años se trabajó de manera directa con más de 20.000 personas en situación de extrema pobreza en seis países diferentes. Se les propusieron distintas actividades agrarias en función del entorno y de cada cultura, además de formación, asesoramiento continuado y una ayuda económica suficiente como para que pudieran dedicarse de lleno a la actividad que habían elegido. El tercer año se les dejó en situación de completa autonomía. El resultado fue que, por cada euro invertido en este programa de desarrollo, se generaron entre 1,3 y 4,3 euros. La gente encontró un medio de subsistencia.”
Sobre el papel de los economistas a la hora de analizar el problema de la pobreza, Duflo opina que su labor principal debería consistir, por un parte, en identificar y proponer soluciones concretas y, por otra, en evaluar su aplicación de una manera rigurosamente científica. En este sentido preconiza la evaluación aleatoria de las políticas de ayuda al desarrollo, metodología que J-PAL aplica de manera sistemática.
En sus intervenciones públicas, Duflo insiste en la economía como una verdadera ciencia humana, matizando cada una de estas palabras. El estudio de la economía tiene que hacerse a través de la ciencia: riguroso, imparcial y metodológico. Entiende que se trata de una “ciencia del Hombre”, en toda su imperfección y complejidad, y también de una “ciencia humana”, humilde y condenada al error, generosa y comprometida.
En 2012, Duflo se incorporó al Global Development Council, institución encargada de asesorar al Presidente de los Estados Unidos sobre la ayuda a los países en desarrollo. En una entrevista publicada en 2013 en Libération, diario en el que ha sido columnista, Duflo reconoce que nunca podría trabajar en política porque “eso exige que una esté convencida de su verdad o que sea completamente cínica.” Además, señala, “nunca he tenido el carisma ni la personalidad para ponerme en primera línea”.
Duflo no se prodiga en los medios de comunicación. Es una carga que acepta como parte de su trabajo, con una sonrisa apretada en la comisura de los labios, a menudo distante. Y no es por timidez. Es que no es Teresa de Calcuta. Ni una estrella de Hollywood buscando la foto en un campo de refugiados. Es una economista, científica social, que disfruta con el trabajo que hace.