La precipitación del PIB alemán a los números rojos parece cada vez más irreversible. La elevada dependencia energética de Rusia condena a los países de la UE a una emergencia productiva de consecuencias inciertas y, con el paso del tiempo, con vestigios sombríos y perspectivas demoledoras. De hecho, el discurso oficial de Bruselas ya habla de una weaponización de la energía por parte del Kremlin. El término acuñado hace meses para definir el elenco de sanciones económicas occidentales a Moscú por la invasión de Ucrania destinado a aislar la capacidad financiera del país y precipitar a su servicio de deuda, a sus empresas y a sus operaciones comerciales en el exterior a la quiebra. Desde luego, sin el éxito temprano que los responsables de la Política Exterior y de la diplomacia económica de EEUU y sus aliados europeos auguraban tras su puesta en liza.
La queja del club comunitario hacia Moscú empezó a emitirse con la interrupción técnica del Nord Stream 2 y los sucesivos retrasos en la reanudación del flujo de gas procedente de Siberia, aunque se ha agudizado menos de una semana después de la reanudación por un nuevo retraso anunciado por Gazprom para la sustitución de una segunda turbina del oleoducto y por nuevos trabajos de mantenimiento. Es lo que el recién dimitido Mario Draghi como principal mandatario italiano definió como “las mentiras reiteradas” que “siempre ofrece” Moscú para justificar “sus recortes de gas y petróleo” y que empujan a los tres grandes socios del euro en un “pozo que amenaza con un periodo recesivo” en Alemania, Francia e Italia.
Gazprom parece estar ejecutando el ultimátum lanzado hace semanas por Lukoil, la petrolera rusa en la que varios de sus ejecutivos se muestran partidarios de recortar en un 30% sus cuotas de venta a los socios comunitarios con el único propósito de desencadenar un segundo ciclo de precios que contagie al mercado interior. De ahí que las críticas de Bruselas y de las cancillerías europeas a Moscú hablen ya de militarización de la energía, el paso siguiente a su empleo como arma de acción exterior.
Este acelerón hacia la hibernación energética rusa de Europa se produce, paradójicamente, a través de una herramienta auspiciada por el propio Draghi junto a la que fue su homóloga en la Reserva Federal la década pasada y ahora secretaria del Tesoro, Janet Yellen: la dolarización de las transferencias de pagos de Rusia para cercar sus finanzas.
Pero, además, la maniobra estratégica de Gazprom apunta a que las poderosas firmas estatales de energía rusas se han alineado con la doctrina de Vladimir Putin. Como siempre desde la desintegración de la extinta URSS. Berlín respondió con un elocuente “no hay razones técnicas” que justifiquen la decisión de la gasística de paralizar el Nord Stream 1.
A pesar de que el canciller germano Olaf Scholz decretara el cierre de la versión 2.0 del conducto al inicio del conflicto armado en Ucrania, marcara como objetivo oficial de Alemania conseguir el 100% de su mix energético de fuentes renovables en 2035 y de que capitanee las medidas de la Unión para la reducción de la dependencia energética rusa.
Europa adquiere el 40% del gas ruso y la tercera parte de su petróleo y el consumo de Alemania navega por encima de estos parámetros medios de la UE. De ahí la persistencia de Berlín en un recorte del 15% del consumo gasístico ante los colapsos unilaterales del flujo desde Moscú al que países como España se han opuesto y logrado una reducción de menor cuantía; en concreto, del 7%.
Desde entonces, los intentos de las mayores economías de que el embargo energético no dañe sus sistemas productivos han sido en vano. En las capitales del este de la Unión se enfatiza que la idea de Putin de cobrar en rublos por las rúbricas de gas y crudo procedentes de Europa fue el inicio de la militarización de su energía y del robustecimiento de sus reservas de divisas. El ostracismo de Rusia tiene un precio demasiado alto. Javier Blas, columnista de Energía de Bloomberg y coautor de El Mundo está en Venta junto a Jack Farchy, cifra la factura en 200.000 millones de dólares y “probablemente más”, el coste de rescatar a los europeos de las inclemencias invernales por las disrupciones en el suministro de la energía en el mercado interior y las carencias de la oferta en el mercado.
Alemania se sitúa como epicentro del tsunami
La tarifa para las calefacciones en Alemania, donde los contratos anuales de electricidad acaban de rebasar los 350 euros por MegaWatio hora, pueden marcar récords históricos después de la subida del 750% entre 2010 -cuando el promedio del recibo era de 41 euros por MW- y 2020.
Bajo un clima en el que los precios del gas para 2023 siguen al alza, con las previsiones del PIB en descenso libre y señalando los meses otoñales e invernales como los más propicios para caer en recesión. Uniper, la mayor firma importadora de gas ruso del mercado alemán, ha solicitado un rescate urgente al Ejecutivo de Scholz cercano a los 10.000 millones de euros tras reconocer su proximidad a una suspensión de pagos.
“El asunto crucial ahora para Europa es el ahorro radical y constante de energía”, explicaba esta semana pasada Kadri Simson, responsable del ramo en la Comisión Europea, porque “el impacto sobre el PIB [de los cortes de suministro rusos] será significativamente inferior si empezamos a economizar y no esperamos a que Moscú nos fuerce a hacerlo en el futuro”. La comisaria estonia se hizo eco, no por casualidad, de las “disrupciones del mercado” y de la urgente necesidad de “racionalizar la distribución de las cantidades de gas” en Europa. Dos apuntes con denominación de origen alemán porque Gazprom plantea una disminución del 20% en el Nord Stream 1 con su nueva “parada técnica”, lo que dificulta que los socios de la Unión -unos más que otros, pero Alemania entre los primeros- certifiquen unos inventarios de gas del 80% de su capacidad, la cota con la que se podría abordar un invierno con mínimas garantías.
Esta atmósfera tan enrarecida desde la óptica inversora, económico-financiera y, por supuesto, geopolítica, ha intensificado los signos de contracción en Alemania. Hasta el punto de que el FMI acaba de señalar a este país por el crecimiento más bajo de entre las potencias del G-7, sin que haya perspectivas de revitalización hasta bien entrado 2023. El principal motivo esgrimido por el organismo multilareal es la energía, cuya carestía acelera la espiral inflacionista, deteriora la capacidad adquisitiva y de gasto de los hogares y retardará proyectos de inversión empresarial e industrial para abordar medidas de seguridad que garanticen el abastecimiento de gas y electricidad.
El FMI no es la única institución que se aventura a presagiar números rojos a Alemania. En el ámbito privado, Credit Suisse y Deutsche Bank señalan una senda recesiva desde ahora hasta la próxima primavera. En sus servicios de estudios se insiste en que este mes de julio registra los primeros movimientos sísmicos, con profit warnings en corporaciones industriales como BASF o Thyssenkrupp AG, con recortes de ventas en multinacionales del e-commerce como Zalando y nuevas remesas sin entrega de chips y de componentes electrónicos, que no han logrado nunca alcanzar los flujos comerciales de 2019.
“Una de las décadas prodigiosas de Alemania acaba de tocar a su fin” se aventura a decir Andreas Scheuerle, de Dekabank antes de pronosticar una “recesión técnica en invierno”. A su juicio, y sin que sirva de precedente, “la locomotora europea es el núcleo esencial del problema actual”, porque en ningún otro socio de la Unión confluyen de forma tan nítida cortes de suministro que perjudican la producción federal, un déficit de trabajadores de alta cualificación tan alarmante y una dependencia tan extrema del gas ruso.
Los cálculos de los expertos de Bloomberg se mueven en una horquilla entre unos números rojos del 0,5% y un avance mínimo, de una décima, entre abril y junio. Mientras que patronales como la Cámara de Comercio e Industria de Alemania afirman que una de cada seis firmas industriales ha suspendido total o parcialmente sus operaciones por cortes en el suministro eléctrico y que esta proporción se duplica entre las empresas con alta intensidad de consumo energético.
“Las expectativas económicas de Alemania se están deteriorando rápidamente”, alerta Veronika Roharova, de Credit Suisse International, para quien “los indicadores de actividad han penetrado en zona de colapso y sugieren que la economía podría estar ya en contracción”. “Después de sortear la recesión entre enero y marzo tras los números rojos de finales de 2021 por la variante Ómicron, la economía germana ha colisionado y se ha precipitado en julio hacia la recesión”, resalta Paul Smith, economista de S&P Global.