El gigante europeo de chips enferma del ‘mal holandés’

ASML Holding NV podría haber contraído el mal holandés, virus que provoca daños económicos colaterales por incrementos significativos de ingresos procedentes de una industria emergente con alta demanda global y que surge cuando algún sector productivo muere paradójicamente de éxito. El término se acuñó en los años sesenta, precisamente en Países Bajos, a raíz del descubrimiento de yacimientos de gas natural en Slochteren, cerca del Mar del Norte, que propició la revalorización del florín hasta tal nivel que no solo hizo saltar por los aires la relación cambiaria con el marco alemán, sino que acabó perjudicando seriamente la competitividad de las exportaciones no energéticas neerlandesas.

Los síntomas de entonces parecen haber aflorado ahora en su compañía de circuitos integrados, que se ha encaramado al top-ten de firmas tecnológicas globales. ASML ha enviado un serio acuse de recibo al Gobierno en funciones de La Haya para advertirle de su intención de trasladar sus sedes productivas a la vecina Francia.

Toda una ironía del destino, en uno de los mercados europeos que más intensamente promueve vacaciones fiscales a empresas foráneas como Ferrovial, con su modelo de dumping tributario y su permisividad bursátil con la ingeniería financiera.

Tras esta declaración de intenciones, ASML menciona el “deterioro del clima político” en un país que navega sin poder ejecutivo desde las elecciones de finales de noviembre pasado, en las que venció el nacional-populista Partido por la Libertad (PVV, en neerlandés) de Geert Wilders, quien acaba de reconocer que carece de apoyos suficientes para convertirse en primer ministro. Lionel Laurent, columnista de Bloomberg, incide en que este mensaje de deslocalización es “un extraño caso del mal holandés”, que tiene que ver con la explosión bursátil de las compañías suministradoras de semiconductores y, sobre todo, de los activos vinculados a la Inteligencia Artificial (IA).

Estos fenómenos -precisa- “están generando fuertes convulsiones en los flujos de mercancías y de servicios globales y virajes en la metodología de acuerdos comerciales tanto bilaterales como multilaterales”, además de una “reordenación de sectores” mediante recetas proteccionistas y subvenciones dirigidas a “garantizar” la producción y el abastecimiento de materias primas y de materiales de primera necesidad industrial.

Pérdida de atractivo de Países Bajos como hub empresarial

El mensaje de ASML ha dejado a Países Bajos en estado de pánico y a Europa en alerta ante las repercusiones de este mal de altura. Porque ha arraigado una inquietante competencia entre hubs regionales -en este caso, entre centros empresariales holandeses y franceses- por captar flujos de capital y facilitar visas profesionales a trabajadores de alta cualificación.

El presidente galo, Emmanuel Macron, respira aliviado por la mayor receptividad y prioridad que el holding de semiconductores parece otorgar a sus reformas pro-empresariales y a sus subsidios manufactureros, después de largos meses de protestas laborales por toda Francia. Entre otras razones, porque ASML critica las restricciones a las ventajas fiscales de las que hasta ahora han disfrutado los empleados expatriados en Holanda y la creciente hostilidad hacia los inmigrantes, -un mensaje directo a la doctrina de ultraderecha con la que también comulga Marine Le Pen y su Frente Nacional- y la elección como destino de nación que primero instauró en la UE las 35 horas semanales.

El premio francés no es baladí. ASML habla de recolocar a su plantilla de 23.000 empleados en suelo galo.

Por contra, el castigo a Países Bajos es de cierta gravedad. Esencialmente, porque a su mercado se le considera el reducto neoliberal de la zona del euro después de los trece años de Mark Rutte al frente de gabinetes de una amplia coalición de partidos, en los que ha acentuado su estatus de refugio fiscal, societario y financiero dentro del espacio del euro.

La capacidad de imantación de inversiones y atracción de sedes de corporaciones de Holanda -y su papel de liderazgo como hub de empresas- se intensificó con el Brexit. La fuga de negocios de la City eligió Ámsterdam como uno de sus destinos con mayor afinidad cultural al british doing business en el mercado interior. Quizás por ello sorprenda aún más el hipotético salto de ASML a Francia, una economía que, según la jerga liberal, opera con leyes laborales demasiado restrictivas y tan alejada como Holanda de sus grandes clientes: EEUU y varias naciones asiáticas.

Decoupling’ a la vista entre mercados y economía

En medio, además, de una carrera competitiva, con rivales como la californiana Nvidia o la taiwanesa TSMC protagonizando ascensos espectaculares y tuteando la capitalización de las poderosas bigtechs. Este comportamiento ha propiciado otra especie de decoupling -o fragmentación- entre unos efervescentes mercados de capitales y unas anémicas economías, con indicadores como el DAX Xetra de los 30 mayores valores germanos o el Nikkei japonés en cotizaciones históricas, a pesar de que sus datos de PIB -tercero y cuarto del planeta- registran sendas en números rojos.

El boom de los activos tecnológicos e industriales vinculados a los chips o a la IA se justifica por una descontada escalada de productividad que los mercados y destacadas voces como la de Bill Gates o Sam Altman, fundador de Open AI, la firma propietaria de Chat GPT.

ASML exhibe músculo bursátil: acapara el 20% del valor de la bolsa de Países Bajos, el 10% de la capitalización de las llamadas blue-chip -o compañías tradicionales- europeas o el 2,5% del MSCI, el índice tecnológico global. Igualmente, exporta presiones inflacionistas. A varios sectores de su economía, debido a la intensidad de sus centros fabriles, que ya está atrofiando cadenas de valor por el repunte de los precios de las materias primas y de los gastos productivos. Mientras, la contratación masiva de trabajadores para sus plantas ha contribuido a disparar los precios de la vivienda en nada menos que un 65% en los últimos cinco años.

En la zona del euro se teme que el contagio del síndrome holandés de ASML pueda engendrar una nueva espiral inflacionista y empujar al BCE a acompasar sus bajadas de tipos.

Por si fuera poco, en las filas liberales del dimisionario Rutte -a quien sitúan como el presumible futuro secretario general de la OTAN- señalan a la multinacional de su país como la causante de la pérdida de apoyo social de su partido por otro fenómeno que rememora la edad dorada de los yacimientos gasísticos de Groningen de hace medio siglo. Como entonces con las poderosas energéticas, las grandes techs de ahora -y ASML no es la excepción- concentra una parte más que substancial de la creación de empleo.

Aunque en esta ocasión, la captación del talento y de las habilidades técnico-profesionales llega del exterior. Nada menos que el 40% de su plantilla no dispone de pasaporte de Países Bajos, asunto que Wilders supo rentabilizar en campaña con mensajes contrarios a la globalización y hacia los estudiantes extranjeros que se benefician del sistema académico holandés.

EEUU busca proteger a su industria en los tratados comerciales

Estos temores a los daños colaterales que los casos del mal holandés puedan crear en empresas y sectores llevan tiempo bajo el análisis de la Casa Blanca, advierte Peter Harrel, investigador en Carnegie Endowment for International Peace. El analista enfatiza la conveniencia de que Washington acometa una revisión general y urgente de sus tratados de libre comercio en esta dirección que -dice- “curiosamente, obtiene un cierto consenso entre los dos aspirantes presidenciales”.

Pero, por encima de todo -afirma Harrel- este cambio conceptual de incorporar reivindicaciones sectoriales a los acuerdos de libre comercio “es una herramienta sumamente eficaz para crear coaliciones geopolíticas” y un “arma competitiva frente a China” que añadirá prosperidad futura a EEUU. Porque sin nuevos tratados comerciales desde el inicio del ciclo post-Covid, el comercio transnacional se ha ralentizado y las cadenas de valor se han visto más amenazadas que nunca.

Acordar nuevas reglas, tarifas y subsidios para garantizar, por ejemplo, la transición energética o la economía digital, pero también en el negocio médico-sanitario que resultó esencial en la pandemia o en la reconfiguración de las estructuras productivas o la relocalización de fábricas de chips. Todo ello exige renegociar tratados, debates constantes entre sindicatos y directivos para fijar tarifas y con estratos sociales favorables al combate climático.

Esta recomposición, enfocada a sectores específicos, “impulsaría el comercio, acabaría con el infructuoso choque entre economía y geopolítica y generaría nuevas capacidades para resolver conflictos globales”. Siempre que “se calibren con creatividad y con precisión los incentivos”, alerta Harrel, para quien, “de apostar por esta iniciativa, quien quiera que sea el futuro inquilino de la Casa Blanca alineará el poder comercial e inversor de EEUU a sus intereses geopolíticos”.