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“La globalización siempre ha sido una ideología, no una idea científica”

John Ralston Saul, izquierda, junto a Hori Takeaki, en un congreso de PEN en Tokio. Foto: www.johnralstonsaul.com

David Dusster

Barcelona —

La globalización fue una idea romántica equivocada. Con esa rotundidad habla el canadiense John Ralston Saul (Ottawa, 1947), ensayista, novelista y profeta ideológico. Su mérito consiste en haberlo advertido ya a finales de los noventa. Doctorado en filosofía y presidente del Pen Club internacional desde 2009, sus cinco novelas y once ensayos, entre los que destacan Muerte de un general, Diccionario del que duda, y La civilización inconsciente, destilan ese humanismo que se resiste a las luchas armonizadoras universales. De visita en Barcelona para presentar El colapso de la globalización y la reinvención del mundo (2012, RBA), Saul habla de alternativas al mundo en crisis.

Imagínese, yo, con treinta años, después de haber estudiado tres años en París. Creía que lo sabía todo, pero no era más que un idiota.

¿Y cómo llegó a ese punto?

Por muchos factores, pero, por ejemplo, cuando empecé a tener contacto con los nativos canadienses, me di cuenta de que todo lo que me habían enseñado de ellos era falso. Y yo hablaba de lo que sabía. Creía saber mucho, pero era un ignorante.

¿Y por eso decidió viajar por todo el mundo?

Decidí que quería aprender, que si quería saber, tenía que ir a los sitios, no podía fiarme mucho de lo que me habían enseñado o de lo que decían los medios.

Polisario, guerrillas birmanas, escritores perseguidos de todos los continentes. Una vida poco convencional.

Tras licenciarme creé una empresa de consultoría de petróleo y cuando mi socio y yo la tuvimos que vender, ya nunca más tuve un trabajo. El éxito de mis novelas también me ayudó.

¿Y qué ha aprendido?

Que hasta que no hablas con la gente no puedes opinar. Mire, una vez en Birmania, en el territorio shan, pasé unas semanas con una guerrilla. Les hablé de los valores occidentales, de la democracia y otras cosas. ¿Y sabe qué me preguntaron?

¿Qué?

Que si Margaret Trudeau continuaba casada con Pierre, el primer ministro de Canadá. Y yo les pregunté por qué les interesaba eso y me contestaron que cada vez que les visitaba un extranjero les llevaba regalos y cosas como revistas y que el último que pasó por allá llevaba una revista en la que se hablaba de los problemas del matrimonio Trudeau y estaban ansiosos por saber cómo había continuado la historia.

¿Y?

Nada, cuando les dije que conocía personalmente a Margaret, decidieron que era amigo suyo y a partir de entonces me dieron protección armada allá donde fuera.

No se dejaban adoctrinar.

A menudo nos pensamos que la gente necesita nuestra ayuda y no es así. Fíjese en nosotros, no creo que envidien nuestros valores, nuestra deriva hacia el dios de la economía.

John Ralston Saul, con guerrilleros sham en Birmania a principios de los 80. Foto: www.johnralstonsaul.com

¿Cómo hemos llegado a eso?

En los últimos cuarenta años, auspiciado por las organizaciones internacionales, se ha ido aposentando la idea muy revolucionaria de que lo más importante del mundo es la economía y que todo debe ser visto desde la óptica de la economía. Y nadie había dicho eso antes, ni siquiera Marx o Adam Smith.

¿La globalización fue una opción deliberada?

Sí, y de repente, todo, de forma lenta pero constante, desde el lenguaje institucional al sistema educativo pasando por la forma de gestionar las cosas, todo debía satisfacer a la economía. Y eso socava la idea misma de democracia, de ciudadanía, de pertenencia a los partidos políticos, la idea de que la política tiene una razón propia de existir, de que la cultura tiene un propósito.

Y eso explica la actual crisis.

La globalización se hunde, pero no ahora, lo lleva haciendo desde el principio porque fue una idea equivocada. Por eso vuelven ahora los nacionalismos, que pueden ser positivos o negativos. Por eso el racismo vuelve a estar presente en la política, en el lenguaje de determinados partidos políticos. Todo eso es el resultado de tres décadas de hacer girar el mundo a través del criterio económico, de considerar a la gente consumidores y no ciudadanos.

¿La globalización ha tocado fondo, ya se ha hundido?

Para mí, la globalización está acabada. Y hemos perdido. Ya lo empecé a decir en 1999 y lo he ido repitiendo. Tuvimos la oportunidad de cambiar el rumbo y no lo hicimos. Y ahora no sabemos qué nos depara el futuro. Los líderes que tenemos son muy mediocres y siguen al pie de la letra las teorías de los últimos cuarenta años que nos han llevado a donde estamos. Y, mientras, se desatan fuerzas incontrolables, como los nacionalismos o los populismos. Por suerte, también hay gente que cree en el cambio y que quiere trabajar para convertir las democracias en verdaderas democracias.

¿Sabe que el nacionalismo ha aumentado en Cataluña hasta el punto de plantearse la separación de España?

Sí, estoy al corriente, pero ese es un asunto interno que deben resolver en España y en Cataluña. Ya le he dicho que los nacionalismos pueden ser positivos o negativos, depende de cómo se construyen y cómo evolucionan. Pero si Cataluña se separa, sería hasta cierto punto culpa de los gobiernos y de las políticas de la globalización, que son incapaces de identificar las realidades de la sociedad, que no son otras que gente viviendo en un espacio con necesidades culturales, un lenguaje común y expresiones artísticas.

¿Los gobiernos no saben reaccionar ante los nuevos retos?

No tienen ni idea de lo que hacer porque creen que los ciudadanos deberían reaccionar como consumidores, como gente sin cultura porque para eso recortaron los presupuestos culturales. Los gobiernos piensan que no tenemos que preocuparnos de la cultura, sino de la economía. Piensan que nos hemos vuelto locos.

¿La cultura es la clave?

Pero todo es más profundo que los recortes culturales, tiene que ver con las relaciones entre los gobiernos y la gente, entre la política y la gente, entre la administración y la gente. Tiene que ver con las formas de pensar, con las prioridades. Si nadie, al despertarse por la mañana, piensa que lo más importante que hay que hacer es salvar un banco, ¿por qué lo hacen los gobiernos? Los bancos aparecen y desaparecen, es la ley del mercado. Y aunque los bancos fueran importantes, aún sería más importante la gente. La gente necesita dinero, pero el dinero se ha organizado de formas muy diferentes a lo largo de la historia humana y eso no ha sido un problema. El problema principal es cómo vive la gente, cómo se relacionan las personas entre ellas, cómo conviven. Las sociedades consisten en eso, tratan de gente que convive o que decide no convivir.

Europa se construye sin pensar demasiado en la gente.

Ese es el error. La Unión Europea era una buena idea, pero se decidió que lo primero era la economía, luego la administración y finalmente la gente ya aprendería a convivir. ¿Sabe lo que es más importante de la UE?

¿Qué?

Los programas Erasmus.

Pues los recortes se están cebando con ellos.

Pues son claves y aún se quedan cortos. Lo que habría que hacer son programas de intercambio de estudiantes de primaria. Niños de Francia que fueran tres o cuatro meses a estudiar a España y al revés. Y le aseguro que la gente crecería pensando de otra manera.

¿La crisis surge porque nos hemos desviado de las cosas importantes?

La globalización siempre ha sido una ideología, no una idea científica. Podríamos decir que ha sido una ideología romántica surgida del siglo XIX y que se ha convertido en una religión. Eso defiendo en mi libro. Una religión con sus creyentes, su iglesia, su jerarquía… La globalización ha creado una teocracia.

¿La teocracia de la economía?

Obviamente. Dios es la mano invisible a la que se refería Adam Smith, pero ya es curioso que se hayan acogido a esa idea, que no dejaba de ser una nota marginal dentro de la obra de Smith, una idea a la que sólo dedicó una línea. La economía viene a desempeñar hoy el papel que ejercía la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, el organismo vaticano que presidía Ratzinger hasta que fue nombrado Papa, y las escuelas de negocios hacen hoy el papel que hacían los jesuitas en la antigua Inquisición.

¿Y qué papel cumplen los tecnócratas en esa teocracia?

Las sociedades siempre precisan de una administración, pero se supone que esta no tiene que controlar el timón de una sociedad o de una civilización como se pretende ahora. Por eso se ha ido derivando hacia ministros que son tecnócratas.

¿Hay alguna esperanza en el futuro, ante este panorama?

Muchas esperanzas. Mire, cada vez que voy a ciudades como esta, Barcelona, me convenzo de ello.

¿Por qué lo dice?

Porque Barcelona es una ciudad de mezcla, de mestizaje, como pueden ser Toronto, Vancouver o Melbourne. Son ciudades en las que las personas han aprendido a vivir y a disfrutar juntas.

La inmigración está bastante estigmatizada últimamente.

Pues piense que los suramericanos no se fueron a Barcelona por la globalización, llegaron empujados por las dictaduras y el colapso económico. Los africanos no emigran por la globalización, lo hacen por los desastres o la miseria. Y la gente que vive desastres se hace muy fuerte. Quien emigra ya tiene un país y pese a ello decide irse y eso requiere coraje, valentía, conciencia, valores positivos.

¿Qué viene después de la globalización?

Pues todas las iniciativas nacidas de la inmigración, del mestizaje, de la cultura, de la descentralización, van a contribuir. La cultura ha jugado un rol importante como reacción a la globalización. La gente ha creado un inconsciente colectivo, ha reaccionado a la economía y las tecnocracias fortaleciendo las redes locales y culturales. Y toda la energía que la gente antes canalizaba en los lobbys y las ong, que eran trampas de los globalistas, toda esa energía se puede canalizar ahora en la política y ayudar a cambiar muchas cosas. Y estamos hablando de millones de personas con energía.

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