Hace diez años, Lehman Brothers era uno de los cuatro principales bancos de inversión de EEUU. Una semana después, protagonizaba la bancarrota más sonada de la crisis de las hipotecas basura. Luego vinieron la gran recesión y la crisis del euro.
Lo extraordinario del caso Lehman Brothers es que, a pesar de su importancia, se le dejó caer. Seis meses antes la Reserva Federal americana había engrasado con 30 millones de dólares la compra por JP Morgan de Bear Stearns, el quinto gran banco de inversión americano, por el precio simbólico de 2 dólares. Pero la Fed se negó a hacer lo mismo por Lehman Brothers. Sus potenciales compradores, que eran Barclays y Bank of America, se retiraron. El resto es historia.
La caída de Lehman Brothers desató un pánico no sólo en los mercados sino entre las autoridades de EEUU. A la vez que fallaba Lehman Brothers, Bank of America anunciaba que compraba Merrill Lynch, el tercer gran banco de inversión americano. Más tarde se supo que lo hizo presionado por Ben Bernanke y Hank Paulson, entonces presidente de la Fed y secretario del Tesoro respectivamente. En los días sucesivos las acciones de los restantes dos grandes bancos de inversión americanos, Morgan Stanley y Goldman Sachs, sufrieron grandes pérdidas en bolsa. Y entonces Paulson, que provenía de Goldman, convenció al congreso americano de aprobar un plan de compra de activos tóxicos por 700.000 millones de dólares, el TARP. Para ello contó con la inestimable colaboración de Bernanke, que dijo a los legisladores que o hacían lo que se les pedía o “a lo mejor no tenemos economía el lunes”.
Por sorprendente que pueda parecer, el hecho es que en el momento de caer Lehman Brothers las autoridades financieras americanas no tenían poderes para rescatarlo. Lehman Brothers era un banco de inversión, no una entidad de crédito que captase depósitos, y por tanto el fondo de garantía de depósitos americano FDIC no tenía autoridad para intervenir. Mientras Bernanke y Paulson presionaban al congreso americano, Goldman Sachs y Merrill Lynch se compraron unos banquitos de nada para convertirse en holdings de entidades de crédito y caer así bajo la protección de la FDIC. Hasta ese punto se temía por la estabilidad del sistema.
Actualmente las autoridades tanto en EEUU como en la UE tienen los poderes necesarios para intervenir en todo tipo de bancos. Se han identificado entidades globalmente sistémicas, a las que se exige tener mayor capital. Los supervisores exigen a los bancos tener planes de contingencia (llamados testamentos vitales o 'living wills' en EEUU y planes de resolución en la UE) para liquidarse ordenadamente en caso de fallar. Así que parece poco probable que algo parecido a la debacle de Lehman Brothers pueda volver a suceder. Y, sin embargo, la fatiga por los rescates bancarios a cargo del erario público vuelve a hacer posible que las autoridades dejen caer un banco si el sector privado no participa en su rescate. No se puede evitar la pregunta de qué hubiese pasado el año pasado si Santander se hubiese negado a comprar Banco Popular por un euro.
¿Puede pasar algo similar de nuevo?
Otra pregunta que se plantea es si puede ocurrir otra crisis similar. Crisis sistémicas como la que se vivió hace diez años no suelen pasar con más frecuencia que cada cuarenta años aproximadamente. Pensemos que las anteriores fueron en las décadas de los años 70 y 30 del siglo pasado. Lo cual no implica que no pueda vivirse una recesión que no revista la misma gravedad. El economista John Kenneth Galbraith prologó la segunda edición de su historia del Gran Crash de 1929 con la observación de que “la memoria sirve el mismo propósito que el regulador bursátil y, como consta, es más efectiva”. La memoria de la crisis de las hipotecas basura aún perdura.
Y preguntarse si habrá otra crisis bancaria propagada por bonos sintéticos (CDOs) basados en hipotecas basura es prepararse para luchar la guerra que empezó hace diez años. En una entrevista esta semana Danièle Nouy, presidenta del Mecanismo Único de Supervisión, dijo que el mercado inmobiliario podría causar la próxima crisis, por la sencilla razón de que lo ha hecho en el pasado. Pero hay otros excesos de crédito, otros mecanismos de propagación, y otros sectores vulnerables.
Por ejemplo, en EEUU el sector de los préstamos que se dan dan a empresas ya fuertemente endeudadas, ya excede el billón de dólares y es más grande en volumen que el mercado de bonos de alta rentabilidad (también llamados bonos basura). En la zona euro, la encuesta sobre préstamos bancarios del BCE para el segundo trimestre de este año muestra que los criterios de concesión de crédito se están relajando tanto en préstamos a empresas como en crédito al consumo o para vivienda.
Respecto a los mecanismos de propagación de inestabilidades financieras, las titulaciones y otros bonos sintéticos adquirieron tan mala reputación con la crisis que el mercado se colapsó y todavía no se ha recuperado. La UE pretende revivir este mercado con la idea de animar a que el capital privado fluya a inversión productiva. Para ello ha legislado un marco de “titulaciones simples, transparentes, y normalizadas”. Pero éste no entra en vigor hasta enero de 2019.
Otro mecanismo de propagación que jugó un papel relevante en la anterior crisis fue el mercado interbancario - incluyendo los casos sonados de manipulación de los estándares de mercado Libor y Euribor. La liquidez en el mercado interbancario se secó con la crisis y no ha vuelto. Esto es causa y consecuencia de las abundantes inyecciones de liquidez por parte de los bancos centrales. Pero, aunque el BCE reduzca a cero sus compras netas de bonos al final de este año, seguirá manteniendo unos 3 billones de euros en su balance. Con semejantes niveles de reservas el mercado interbancario es casi irrelevante.
Prestar con una mano lo que pido prestado con la otra
El principal mecanismo de propagación activo actualmente es el mercado llamado de repos, donde entidades financieras y no financieras, reguladas y no reguladas, intercambian liquidez a cambio de bonos. Lo que hace peligroso a este mercado como correa de transmisión es la práctica de prestar con una mano lo que se pide prestado con la otra, dando lugar a largas cadenas que conectan a gran cantidad de entidades de todo tipo. En Europa este mercado tiene un tamaño de 6 billones de euros, y se basa principalmente en bonos de los gobiernos de la zona euro. Cualquier susto en este mercado, como el que dio Italia en mayo en torno a la formación del gobierno de coalición entre Movimiento Cinco Estrellas y la Liga Norte, puede resonar a lo largo y ancho del mercado de repos. Una de las reformas propuestas para la Unión Monetaria, y que Angela Merkel y Emmanuel Macron incluyeron en su acuerdo de Meseberg en Junio, es introducir cláusulas que permitan quitas de deuda pública de los estados miembros de la zona euro. Es más que probable que Italia se oponga, pero la UE juega con fuego si introduce la posibilidad de quitas en la deuda pública que sustenta 6 billones de repos, sin introducir un eurobono seguro ni nada que se le parezca.
Y, finalmente, no todas las crisis financieras tienen que venir por el lado de los bancos. Uno de los sectores más grandes, más internacionalizados, y más vulnerables al entorno persistente de bajos tipos de interés, son las aseguradoras. En el caso de los bancos hizo falta una crisis sistémica para que la UE introdujese la supervisión y resolución únicas, y todavía no hay una garantía de depósitos común. No es de extrañar, por tanto, que en el ámbito de los seguros no se haya avanzado ni en la supervisión única.
Las consecuencias de esto se han visto recientemente con el caso de una pequeña aseguradora chipriota que, al quebrar, dejó sin seguros de automóvil a 200.000 personas en Bulgaria.
En resumen, seguirán fallando bancos individuales, y el caso del Popular indica que aún pueden hacerlo sin control a pesar de todas las medidas tomadas desde la crisis. Pero hay otras burbujas de crédito además del ladrillo, otros mecanismos de propagación además de las titulizaciones, y otros sectores financieros vulnerables además de los bancos. No caigamos en el error de prepararnos para la guerra pasada.