El rendimiento o interés que se exige a la deuda de referencia de Italia en el mercado secundario (donde se compran y se venden los bonos después de haber sido colocados por los estados) supera el 4,7% por primera vez desde 2013. Esto quiere decir que los bancos, las aseguradoras, los fondos de inversión, de pensiones o los soberanos, que son los principales tenedores de bonos de los países junto a los bancos centrales, piden tanta rentabilidad por financiar a Italia como lo hacían en la crisis de deuda que sucedió al estallido de la burbuja inmobiliaria de 2008.
En el mercado preocupa (y se está poniendo en precio, principalmente en las últimas semanas) la imprevisibilidad, el proteccionismo nacionalista o el euroescepticismo de un Gobierno de ultraderecha liderado por Giorgia Meloni. Sobre todo, al tratarse del estado más sobreendeudado entre los cuatro grandes de la eurozona (junto a Alemania, Francia y España). Una economía que todas las previsiones apuntan, además, que caerá en recesión en 2023 por su dependencia energética de Rusia y el golpe de la inflación, especialmente sobre su industria.
El interés para la deuda con vencimiento a 10 años (la que se usa de referencia) de Italia se situaba en el 0,5% a principios de 2021. Entonces, el de España incluso estaba en el 0% por el apoyo masivo del Banco Central Europeo (BCE) para favorecer la recuperación económica tras el histórico shock de la pandemia. Ahora, el rendimiento que se exige al bono de nuestro país ronda el 3,5% (exactamente 1,25 puntos por debajo de Italia, 125 puntos básicos).
La tendencia al alza es generalizada por la decisión de los bancos centrales de endurecer la política monetaria para “enfriar” la economía y luchar así contra la inflación disparada por la crisis energética y la invasión rusa de Ucrania. Una estrategia que asume el riesgo de provocar una recesión más larga y profunda, que implique un aumento del desempleo.
Si las familias de toda la eurozona ya sufren las subidas de los tipos de interés oficiales del BCE en las hipotecas o las empresas en los préstamos, los estados están viendo cómo se incrementa el coste de los bonos para financiar el déficit (la diferencia entre el gasto público y los ingresos). La prima de riesgo mide normalmente cuánto más se le encarece la deuda de referencia a Italia o España frente a Alemania, que es considerado el deudor más fiable, el mejor pagador de la eurozona.
De momento, en la crisis actual este diferencial se ha mantenido estable en el caso de nuestro país, en alrededor de 110 puntos básicos porque el interés del bono de Alemania (el 'Bund') se ha incrementado en paralelo y porque el propio BCE ha acentuado su preocupación por las primas de riesgo, presentando nuevas herramientas “anti fragmentación”. Sin embargo, en el caso de la otra gran economía mediterránea sí que ha aumentado a niveles preocupantes: a casi 235 enteros.
Así, si se observa la diferencia de las primas de riesgo italiana y española, de 125 puntos básicos (como se indicaba anteriormente), la brecha entre la tercera y la cuarta economías de la eurozona alcanza máximos de los últimos cuatro años. Una diferencia solo vista tras los primeros casos de COVID-19 en Italia en 2020, en las primeras semanas de la pandemia, y tras las elecciones generales de marzo de 2018.
Aquellos comicios los ganó el Movimiento 5 Estrellas y sirvieron para confirmar el avance de la ultraderecha, en aquella ocasión con un buen resultado del partido de Matteo Salvini, La Lega. El tablero político quedó en ese momento condenado a los populismos, con discursos anti euro a uno y al otro lado.
El mercado mantuvo su intranquilidad durante meses, incluso tras la elección en junio de 2018 de un político supuestamente independiente como primer ministro: Giuseppe Conte. Italia se ha financiado en este tiempo mucho más caro que España, cuando normalmente ha sido al revés. El rendimiento que se viene pidiendo a los bonos de uno y otro país solo se acercó en 2021, en el arranque del mandato de Mario Draghi, tras la enésima crisis política en Roma (se han formado 70 ejecutivos en 80 años). Pero la diferencia entre las primas de riesgo de ambos países volvió a dispararse con la guerra en Ucrania. Y después, con la dimisión del ex presidente del BCE en julio.
“Muchos italianos (y esto incluye a muchas personas de clase trabajadora) realmente no saben a quién deberían votar. Solo ven que, en uno u otro partido parlamentario, se cuece más o menos el mismo caldo: empeoramiento del nivel de vida, recortes en el gasto público, una sanidad que ya no es gratuita, precariedad, paro y edad de jubilación cada vez mayor”, lamenta Marco Gabbas, historiador contemporáneo italiano, en un artículo reciente, que hace hincapié en la elevada abstención de las últimas elecciones, las que ganó Meloni en septiembre.
El sobreendeudamiento de Italia supera el 150% del PIB. Mientras, en España se espera que cierre el año en el 115%. Al final del primer trimestre de este 2022, la deuda de la tercera economía de la eurozona duplicaba la de nuestro país. Casi 2,8 billones de euros.
El BCE afronta la difícil tarea de endurecer la política monetaria, según su estrategia, sin permitir que los buitres del mercado intenten sacar provecho de las debilidades de Italia, especulando con su deuda.
Los problemas del país no se limitan al plano político y al financiero. La dependencia de las importaciones de gas ruso se situaba algo por encima del 40% antes de la guerra. Cuatro veces más en comparación con España. Este factor y el daño de la inflación desbocada hacen que el FMI proyecte una contracción de la actividad económica en 2023 similar a la de Alemania. En nuestro país aún prevé un crecimiento del 1,2%. Aunque bien es cierto que ambos estados han completado la recuperación del golpe de la COVID-19 y España, todavía no.
“La situación política en Italia representa una fuente adicional de incertidumbre”, reconoce el equipo de analistas de Caixabank Research. “Es cierto que los partidos de la coalición de derechas, encabezada por el ultranacionalista Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni, han suavizado sus mensajes euroescépticos, pero siguen siendo partidarios de rebajar impuestos y aplicar medidas de gasto de corte populista”, observan en el banco.
“Además, parece que se oponen a reformar el sistema fiscal y liberalizar la competencia, dos reformas claves comprometidas por Draghi en el marco de los fondos europeos. Por tanto, la primera prueba de fuego para el nuevo Gobierno serán los presupuestos que deben ser aprobados antes de que acabe el año y que podrían ser una fuente de tensión con Bruselas”, continúa este equipo de expertos.
“Este aumento de la incertidumbre podría limitar la capacidad del BCE para contener las primas de riesgo, lo que resulta especialmente preocupante con una deuda pública que supera el 150% del PIB”, concluye.
El sobreendeudamiento no es el único rasgo comparativamente negativo de Italia. Pese a implementar medidas de choque que rozan el 4% del PIB, según el cálculo de Oxford Economics que deja el esfuerzo de España en alrededor del 3%, el FMI espera que el IPC (Índice de precios de consumo) cierre este año en el 8,7% y el próximo en el 5,2%, por encima del 4,9% estimado para nuestro país.
Meloni y la Comisión Europea
“Los mercados financieros pondrán a prueba la determinación del nuevo gobierno de seguir la senda de las reformas y la disciplina fiscal en las próximas semanas y meses, centrándose inicialmente en los principales nombramientos del gabinete”, considera Silvia Dall'Angelo, economista de Federated Hermes Limited. “Lo ocurrido en Reino Unido podría ser una advertencia para el próximo ejecutivo italiano”, prosigue.
“Los siguientes pasos importantes a vigilar son las negociaciones de la coalición, los nombramientos ministeriales, en particular para la cartera de Finanzas y Economía, y las negociaciones con la Comisión Europea, en particular sobre los probables ajustes del plan de recuperación de Italia, las reformas asociadas y el desembolso de fondos”, coincide Alvise Lennkh-Yunus, director de análisis de la agencia Scope Ratings. “Hoy, el parlamento italiano se ha convertido en un basurero político en gran parte simbólico, donde muchos partidos políticos conflictivos se gritan obscenamente unos a otros para aprobar, al final, aproximadamente las mismas leyes”, apunta, por su parte, Marco Gabbas.