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ANÁLISIS

Probar la reducción de jornada tras un siglo de inmovilismo

Unos obreros beben agua durante su jornada este jueves en Logroño, donde se prevé llegar a un máximo de 38 o 39 grados.

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Sólo experimentaciones concretas y logradas consentirán de modificar de forma decisiva las narrativas y la realidad acerca la correlación entre capital, poder y derechos de voto en las empresas, la progresividad fiscal y la circulación permanente de la riqueza. Como siempre ha pasado en la historia de los regímenes basados en la desigualdad

Thomas Piketty Economista, autor de 'Capital e ideología'

El Gobierno de coalición tiene entre sus propuestas la reducción de la semana laboral, algo que afectaría a la gran parte de la población de nuestro país. A tal efecto una de las preguntas relevantes es: ¿qué dicen la economía y los economistas al respecto?

En este breve artículo divulgativo resumimos las posiciones que consideramos principales en la profesión: la de Pedro Gomes, experto y especializado en el tema, profesor de economía en la Birkbeck Business School de la Universidad de Londres y autor del libro – que aborda justo este tema ¡Por fin es jueves! (el título en inglés es: Friday is the new Saturday!), la posición del Banco de España y la de otros autores que están llevando a cabo investigación sobre este tema o ya la llevaron a cabo y la publicaron.

Si buscamos la palabra utopía en el diccionario de la RAE encontramos dos acepciones:

“1. f. Plan, proyecto, doctrina o sistema ideales que parecen de muy difícil realización.”

“2. f. Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano.”

Probablemente esta es la causa por la que la palabra utopía es usada en la cotidianidad con dos significados diferentes. Por un lado, se usa para referirse a algo considerado imposible, por otro, se usa para describir algo fantástico que le gusta a todo el mundo. Puede que la mayoría de los lectores perciban así la reducción de la semana laboral: algo de difícil alcance pero que constituiría un gran paso adelante. Probablemente así se percibió la introducción de la semana de 40 horas laborales en su momento.

Uno de los caballos de batalla de Pedro Gomes es que los primeros beneficiados de la reducción de la semana laboral serían las empresas (sí, puedes volver a leer la frase anterior si sigues incrédulo al respecto). La razón es simple: la productividad no es lineal, es decir, por estar más tiempo trabajando no vas a ser más productivo. Entiendo que esto pueda sonar contraintuitivo. Hablando en tecnicismos, los economistas solemos decir que hay rendimientos marginales decrecientes, es decir, que cada hora más de trabajo aporta cada vez menos al producto, pero ¿Podría aportar incluso una fracción negativa? Es decir, ¿Podrías destruir el trabajo anterior o futuro por trabajar más? La respuesta según la investigación de Gomes es que sí.

Cuando en mayo de 1926 el empresario Henry Ford empezó a introducir la semana laboral de cinco días (antes se trabajaba 6 días a la semana) notó que en la semana de seis días sus trabajadores sufrían con mucha más frecuencia lesiones por movimientos repetitivos (muy bien ilustrado visualmente en el clásico del cine “Tiempos modernos” de Charles Chaplin). Ford estaba empeñado en ser productivo y además observó que visto que en sus fábricas el trabajo era más intenso por la cadena de montaje, sus trabajadores tenían unas de las tasas de absentismo más altas de la época (alrededor del 10%) y una tasa de rotación de 360%, es decir, un décimo de sus trabajadores faltaba cotidianamente al trabajo y además a los tres meses de trabajar en las fábricas Ford los trabajadores solían marcharse a otra fábrica. Esto se puede conectar fácilmente con la pregunta del párrafo anterior: para los trabajadores de Ford, echar más horas de trabajo significaba ser menos productivos en el futuro.

La primera medida llevada a cabo por Ford a tal efecto fue subir los salarios de sus trabajadores, pero esta medida no fue suficiente, por lo que el empresario estadounidense eligió reducir la semana laboral de seis a cinco días. En aquel entonces este acontecimiento parecía utópico: favorecía a gran parte de la humanidad y a priori podría haber parecido imposible de realizar, pero no fue así.

Pedro Gomes nos cuenta que el mercado laboral en el último siglo ha sufrido cambios tan radicales o más incluso que las cadenas de montaje. Por ejemplo, Internet ha revolucionado la organización del trabajo. Correspondencias que antes se llevaban a cabo en el espacio temporal de semanas ahora se llevan a cabo en minutos. ¿Qué efectos han tenido estos cambios sobre los trabajadores? Si antes la patología que florecía entre los trabajadores eran las lesiones por movimientos repetitivos, ahora tenemos el síndrome por degaste profesional (coloquialmente también conocida como “síndrome del trabajador quemado” por su versión inglesa burnout). Alguien podría preguntarse por qué no hay ningún Henry Ford contemporáneo que haya notado esto. A tal efecto no sólo cabe destacar que alguno lo hay sino también que la competencia de los mercados ha bajado mucho comparada con esa época como se puede apreciar leyendo “La paradoja del beneficio” de Jan Eeckhout.

Gomes ha observado que teniendo en cuenta el conjunto de trabajadores cortar la semana laboral a cuatro días puede llevar a un aumento de la producción y de la productividad. Su consejo es llevar a cabo experimentos piloto dentro de cada empresa, y probablemente el gobierno podría tener medidas para ayudar las empresas que se propongan este objetivo o penalizar las que no lo hagan, para medir con la práctica cómo reducir la semana laboral de su plantilla afecta a la contratación (puede que haya que contratar a alguien más) y a la producción. Liberando tiempo de trabajo los empleados de una empresa podrían tener más tiempo para dedicar a su ocio y trabajar con más ganas cuando toque. Eso es exactamente lo que Gomes observa en un proyecto piloto realizado en una guardería en Portugal donde la guardería sigue abierta cinco días a la semana, pero cada trabajador trabaja cuatro días a la semana. A tal efecto hubo que aumentar la plantilla de menos de un 5% (de 21 empleados a 22) y se pasó a trabajar 7,5 horas al día por cuatro días en vez de 7 horas al día por cinco días. Es decir, se pudo prestar el mismo servicio, pero trabajando el 10% menos, lo que conlleva una subida de la productividad estadística de la misma cantidad (10%).

La posición del Banco de España es mucho más cauta y señala que entre 2005 y 2023 la semana laboral pactada se redujo 48 minutos y la efectiva en aproximadamente tres horas (Capítulo 3, Informe Anual 2023 del Banco de España. Específicamente, epígrafe: “La duración de la jornada de trabajo presenta una tendencia secular decreciente). En un estudio todavía no publicado, Kentaro Asai, Marta C. Lopes y Alessandro Tondini investigan la reforma portuguesa de 1996 mediante la que se reducían las horas laborales de 44 por semana a 40, este cambio tuvo efectos adversos sobre el empleo y la producción de las empresas afectadas. Los efectos podrían ser atribuibles a un aumento del coste laboral por hora inducido por la restricción impuesta a empresas de no reducir los salarios mensuales en proporción a las horas. Las empresas afectadas ajustaron su empleo reduciendo la contratación. Sin embargo, las empresas afectadas mejoraron significativamente su productividad laboral, y hay algunas pruebas que sugieren un uso más intensivo del capital. Por otro lado, las empresas que redujeron la jornada laboral mediante convenios colectivos antes de la reforma sí pudieron aumentar la productividad sin efectos adversos sobre el empleo y la producción, lo cual sugiere efectos heterogéneos y nos dice que podría ser beneficioso lanzar programas piloto voluntarios de reducción de la jornada laboral. En efecto este estudio se basa en la comparación de las empresas que fueron afectada por la reducción de las horas laborales con las que no lo fueron, ya que las empresas podían adoptar la jornada de 40 horas anteriormente sin ser obligadas.

También cabe destacar un estudio de los economistas Pedro S. Raposo y Jan van Ours sobre la misma reforma y publicado en la revista The Economist. Este artículo académico encuentra que el efecto neto sobre el empleo fue positivo. Lo atribuye a una mayor capacidad de ajuste por horas por parte de las empresas en lugar de verse obligadas a ajustar vía número de empleos, es decir, encuentran que la reforma evitó la destrucción de empleos que, sin ella, habrían desaparecido. En otro estudio publicado en Economics Letters, los mismos autores también encuentran que esta política aumentó el salario por hora.

Un reciente estudio de Fedea repasa la relación entre productividad y reducción de la semana laboral. Este estudio revisa la literatura y señala que históricamente las reducciones de la semana laboral son precedidas por un aumento en la productividad. En caso contrario, podría ocasionarse un aumento de costes indirecto al pagar el mismo salario por una producción menor y lo que podría llevar, según los autores del artículo, al cierre de PYMES en beneficio de empresas más grandes, reduciendo todavía más la competencia en los respectivos sectores. Históricamente argumentos de este tipo ya fueron postulados cuando se presentaba cualquier mejora de las condiciones laborales (En el caso de la subida del salario mínimo interprofesional, en efecto, hubo quienes presentaron argumentos similares para intentar frenar o ralentizar tales subidas).

Por otra parte, el análisis destaca que el número total de ocupados que trabajan más de 37,5 horas semanales asciende a 14.210.792 personas, que representan cerca del 67% de ocupados que pueden ser afectados por la medida. También se subraya que el número de horas de trabajo declaradas en España a través de la Encuesta de Población Activa se ha ido reduciendo con los años, al igual que ha ocurrido en otros países. Sin embargo, las horas legales máximas se vieron inalteradas. De hecho, según la Encuesta de Población Activa, la jornada laboral media en España es de 37,6 horas trabajadas, lo cual implica una reducción de casi cuatro horas respecto a las 41,5 de 1987. Es decir, hubo una reducción de la jornada laboral declarada por los trabajadores a través de encuestas, pero no una reducción del máximo legal.

Otra preocupación de este artículo es si esta medida puede ocasionar pérdidas de empleo. Este efecto sería importante de vigilar, aunque también es importante que como sociedad tengamos en cuenta las mejoras de las condiciones laborales que causan las políticas más que meramente ver si sube o baja la tasa de desempleo.

Puede pensarse, como proyecto piloto, que las reducciones sean proporcionales a una medida del tamaño de la empresa. A tal efecto, sólo la formulación de experimentos de este tipo generará el conocimiento necesario para saber sus efectos. Mientras la falta de experimentos nos asegura la ignorancia y la especulación sobre estos con modelos teóricos a menudo basados en supuestos de dudosa plausibilidad.

Pase lo que pase, más investigación sobre este tema es necesaria: la evidencia es mixta, y en algunos casos, incluso preliminar. Si creemos que la reducción de la jornada laboral a cinco días a la semana fue un acierto y que sigue siendo un acierto actualmente, comparada con la semana laboral de seis días anteriormente en vigor, tiene sentido probar a implementar la semana laboral de cuatro días tras un siglo de inmovilismo sobre este tema.

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