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Huelga del 8 de marzo: “La revolución empieza en tu baño y en tu cocina”

Sara Ferreiro Lago, Amaia Pérez Orozco y Valentina Longo. FOTO: David Conde

Ana Requena Aguilar

¿Qué es la economía?, ¿y el trabajo?, ¿y qué es hacer una huelga feminista? La convocatoria del 8 de marzo abre muchas preguntas, algunas nuevas, otras no tanto. Una cosa parece clara y es que la protesta convocada trasciende el concepto tradicional de huelga y apela a nociones que cuestionan nuestro statu quo diario.

“No es la típica huelga laboral, aquí nos preguntamos por qué no se considera trabajo todo lo que hacen las mujeres para sostener la vida. Por eso hay que ampliar el concepto de huelga para incluir todas las fases de lo productivo y lo reproductivo: lo laboral pero también los trabajos de cuidado, una huelga de consumo y estudiantil. No son ejes separados, están conectados”. Lo dice Valentina Longo, socióloga e integrante del Eje de Precariedad y Economía, un colectivo surgido hace cuatro años para “reapropiarse” del concepto de economía, construir discurso económico feminista y visibilizar prácticas alternativas.

Y qué es, entonces, la economía. “No la entendemos como el terreno en el que sujetos públicos y privados actúan como sálvese quién pueda sino como la gestión de la vida en común, que es una red de interdependencia”, explica la economista Amaia Pérez Orozco, que también participa en el eje. “Todas las actividades que permiten que las vidas sigan adelante, para nosotras no significa acumulación sino todo lo que permite la sostenibilidad de vidas decentes”, prosigue Valeria. “La economía, la política y la sociedad no son cosas distintas, están vinculadas”, añade Sara Ferreiro Lago, otra de las integrantes del eje.

Si el sistema fuera un iceberg, la huelga busca emerger su base: todos los trabajos no remunerados que tienen lugar cada día, que son imprescindibles para que todo funcione, que no se pagan, que permanecen invisible y que recaen mayoritariamente en las mujeres. “Hay que denunciar que estos procesos de sostenimiento de la vida recaen sobre todo en los hogares, después de la crisis y los recortes aún más, y fundamentalmente en las mujeres. Por eso en la huelga queremos que las mujeres dejen de ocupar esos espacios y lo hagan los hombres” dice Sara.

Por eso, la huelga feminista convocada para el 8 de marzo no puede entenderse como un paro tradicional y, por eso, apela también a lo personal: “La revolución empieza en tu baño y en tu cocina”, sostienen. Y también por eso la movilización apela directamente a los hombres, a la división sexual del trabajo. “Los cambios importantes los tienen que asumir los hombres: el 8 de marzo es un buen momento para que piensen en todo lo que se hacen en los hogares, asuman responsabilidades y reflexionen sobre sus privilegios”, apuntan.

¿Quién es, entonces, el sujeto de esta huelga? La idea, aseguran, es que las mujeres paren. “Mujeres y sujetos disidentes del orden heteropatriarcal [por ejemplo, personas trans o no binarias, que no se identifican con una identidad tradicional de hombre o mujer] para que activamente se movilicen pero también los hombres para que ese día se pregunten sobre sus privilegios y como pueden apoyar la huelga haciendo lo que no suelen hacer”, explica Amaia. “Y sin ocupar espacios de protagonismo”, añade Sara.

No hay una respuesta única sobre cómo hacer esta huelga. “Lo más potente es hacernos preguntas que nunca nos hacemos y que pasen cosas inesperadas. No es dejar de cuidar como cuidar distinto. Poner tu cuidado y tu calidad de vida en el centro en lugar de ser siempre la inmolada por el resto”, asegura Amaia. “Hay tareas que no se pueden dejar de hacer y hay situaciones de compañeras que son, por ejemplo, empleadas del hogar, que no les permiten hacer huelga y que van a organizar acciones simbólicas”, explica Sara. Lo interesante, aseguran todas, es visibilizar que la vida no se sostiene por sí misma y que hay muchos trabajos que la sostienen que ese día se tendrán que cubrir de otra forma.

Que los hombres se organicen

Sobre cuál debe ser el papel de los hombres, las tres creen que deben ser ellos mismos quienes lo definan. “Que ellos mismos se pregunten lo que pueden hacer. Estamos acostumbradas a que los hombres, incluso lo más igualitarios, esperen muchas veces a que las mujeres les digan qué hacer. Que se organicen”, explica Valeria. “Haz aquello que más ataque a tus privilegios”, aconseja Amaia. Entre las ideas que surgen está, por ejemplo, que comuniquen que no pueden ir al trabajo porque tienen que cuidar a sus hijos o que no cobren su sueldo de ese día y hagan una caja de resistencia común para sus compañeras.

En cualquier caso, para ellas la huelga ya es un éxito: “Que le pregunten al portavoz del PP sobre la huelga y sepa de qué están hablando o que Arrimadas haya entendido que es anticapitalista es un éxito porque detrás no hay una gran financiación ni grandes organizaciones, no hay partidos que lideren, es una movilización de base sobre la que todo el mundo tiene que hablar”. Los propios sindicatos, recuerda Sara, han tenido que hablar y pronunciarse al respecto. El feminismo, defiende, ha abierto otra grieta que les interpela y les señala que hay otras formas de parar y movilizarse.

El 8 de marzo no será el final sino “un punto más dentro de un proceso” para pensar colectivamente en “qué mundo diferente nos queremos mover” y para situar en la agenda reivindicaciones concretas. Ellas mencionan algunas, como una reforma fiscal progresiva que permita tener recursos para financiar y recuperar servicios públicos para “desprivatizar y desfeminizar” los cuidados, una “enmienda a la totalidad” a los tratados como el TTIP o el CETA o el TISA, un cambio radical en las condiciones de las empleo de hogar o promover los derechos de conciliación pero exigiendo que las empresas se hagan cargo económicamente de ellos.

Hablan también de un cambio de los indicadores de bienestar y trabajo o medidas que fomenten la corresponsabilidad de los hombres en el cuidado. Todo, subrayan, con el objetivo final de que “la economía ponga en el centro la sostenibilidad de la vida, una vida buena, como responsabilidad compartida y sobre la que tengamos soberanía”.

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