Distintos argumentos en diferentes frentes facilitan que el Banco Central Europeo (BCE) pegue otro martillazo a la economía, pese a que la actividad ya está estancada en varios países de la eurozona (entre ellos Alemania) y que sobrevuela un alarmante riesgo de recesión, con la excepción de España.
La institución monetaria decide este jueves si sube los tipos de interés oficiales otros 0,25 puntos, al 4,5% —un máximo de 2001—. Tiene argumentos para hacerlo: los carburantes han vuelto a subir, los salarios repuntan con fuerza y el euro se deprecia. Es decir, la inflación está lejos de estar controlada. Y también tiene argumentos para no hacerlo. Para tomarse una pausa, rebajar la agresividad y calibrar el efecto real de su estrategia —desde julio de 2022 el ajuste ha sido del 0% al 4,25%, el más intenso de su historia— y con cuánto retraso podrían llegar las peores consecuencias, sobre todo por la amenaza de recesión.
Si el BCE da otra vuelta de tuerca a la austeridad monetaria que viene aplicando desde julio del año pasado para luchar contra la escalada de los precios firmará 10 incrementos consecutivos. Algunas consecuencias de este ciclo récord de aumentos del precio del dinero son visibles. Los Estados están pagando más por endeudarse —España, por ejemplo, se está financiando al coste más alto desde 2011—. Las familias sufren el encarecimiento de las hipotecas —por la escalada del euríbor— y del resto del crédito. Y la inversión de las empresas se contrae por la misma razón.
Ante estas muestras de debilidad, “el resultado de la reunión de la institución monetaria de este jueves es especialmente incierto”, admite Kevin Thozet, experto de la gestora Carmignac. La mayoría de expertos no se atreve a descartar “una pausa” en los incrementos de los tipos de interés. Pero, del mismo modo, casi ninguno se aventura a predecirla.
La estrategia del organismo que preside Christine Lagarde es precisamente ahogar la economía, asumiento la amenaza de que aumente el desempleo, hasta que la debilidad de la demanda en general favorezca una moderación de las subidas de precios. Y, de hecho, la Comisión Europea actualizó sus previsiones de crecimiento económico este lunes y recortó la estimación del conjunto de la eurozona para este 2023 al 0,8% por la contracción de un 0,4% de la actividad en Alemania.
“Los indicadores muestran que la ralentización de la economía, que había afectado sobre todo a la industria, repercute ahora también en los servicios. El aumento de los tipos de interés pesa sobre las inversiones. El consumidor europeo ha manifestado su intención de ahorrar más y su reticencia a realizar compras importantes. Y las ayudas fiscales [de los gobiernos] están disminuyendo”, observa el economista de Carmignac.
“El propósito era frenar la demanda y de alguna manera es lo que ha ocurrido, aunque la contribución de la política monetaria a ello sea dudosa. El consumo de las familias se ha frenado, pero es difícil saber qué se debe al aumento de los tipos de interés y qué es simplemente el resultado de las pérdidas de poder adquisitivo por la inflación. Las exportaciones se han reducido, lo que puede ser consecuencia de la apreciación del euro provocada por el incremento del precio del dinero, pero también por el deterioro de la demanda de los clientes de otras partes del mundo donde la actividad se está ralentizando”, reflexiona Eric Dor, director de Estudios Económicos del IESEG School of Management.
Además, la estrategia del BCE ignora que el incremento de los tipos de interés no puede actuar sobre la evolución de los carburantes en los mercados internacionales, ni del resto de mercados energéticos, o que tampoco evitan que las empresas (especialmente bancos, eléctricas y petroleras) estén aprovechando la crisis de inflación para aumentar sus beneficios.
Carburantes e inflación subyacente
El mensaje del BCE es que “sería necesaria una nueva subida de tipos en septiembre —en palabras literales de Lagarde tras la reunión de julio— si no hubiera pruebas convincentes de que el efecto del endurecimiento acumulado es suficiente para reducir la inflación subyacente [sin tener en cuenta la energía] de manera compatible con un retorno de la inflación general al objetivo del 2%”.
El IPC subyacente o estructural se quedó en el 6,3% en agosto en la eurozona, una tasa asfixiante que se explica por las subidas de los precios de los alimentos en general, por encima del 10%, y de los servicios. Esta inflación podría justificar un nuevo golpe del BCE, sobre todo porque mantienen el IPC general por encima del 5%, pese al abaratamiento de la energía (cayó en promedio un 3,3% principalmente por el gas). La inflación solo está en niveles asumibles, por debajo del 3%, en España y en Bélgica.
Encima, dentro de los precios energéticos, los carburantes volvieron a encarercerse el mes pasado. En nuestro país, concretamente, la gasolina y el diésel se pagaron en agosto aproximadamente un 7% más altos que en julio y un 1,5% más que hace un año. “Los precios de los carburantes vienen determinados por la fuerte demanda mundial y las medidas de los productores más importantes (las dictaduras de Oriente Medio, Rusia...) para restringir la oferta”, comenta Eric Dor.
Salarios y beneficios de las empresas
Con la inflación sin controlar, el debate vuelve recurrentemente al reparto entre empresas y trabajadores del daño que esto significa. Y todos los datos apuntan a que los beneficios de las primeras siguen creciendo, porque en general no están trasladando la caída de los precios energéticos a unos menores precios de venta, mientras que los salarios también han acelerado para recuperar algo de poder adquisitivo, tras la fuerte pérdida de 2022 (en esta información se analizan los últimos datos de España).
Isabel Schnabel, la economista alemana del comité ejecutivo del BCE, reconoció recientemente que “las empresas se muestran reacias a trasladar las reducciones de los costes. La proporción de empresas que planean bajar los precios no se acerca en absoluto a la proporción de empresas que pretendían subir los precios cuando los costes estaban aumentando [en el tuit 8/20 del hilo que se puede consultar a continuación]”.
La cita recuerda a otra más cruda, la del CEO de la industrial estadounidense Iron Mountain, quien hace casi un año dijo que había estado “rezando por la inflación porque es una excusa para subir los precios”. El propio BCE ya ha demostrado, en distintos informes, que los beneficios de las empresas han contribuido y están contribuyendo mucho más a la inflación que los salarios. Pero ni se ha planteado retocar su estrategia de austeridad monetaria, dando la razón a los que ironizan con que “si tu única herramienta es un martillo [las subidas de tipos este caso], todos los problemas parecen un clavo”, en referencia a la teoría del psicólogo Maslow.
Depreciación del euro
La deprecición del euro respecto al dólar de las últimas semanas también favorece otro martillazo de la institución monetaria. Desde los 1,12 dólares de mediados de julio, la moneda común ha pérdido un 4,5%, y se intercambia ahora por 1,07 dólares.
Este movimiento significa que las importaciones de los países en la moneda estadounidenses se han encarecido en bruto, por el efecto divisa, ese 4,5%, lo que directamente suma a la inflación, por ejemplo del petróleo, que se comercia en dólares y que es una de las principales materias primas entre las que se adquieren fuera.
“La reciente subida del dólar es el resultado de una valoración de la solidez comparada de EEUU y la eurozona, que permanecerá invariable durante un largo periodo”, concluye Eric Dor. El hundimiento del euro en 2022 hasta la paridad 1 a 1 con el dólar, incluso hasta caer por debajo en septiembre del año pasado, fue uno de las razones que justificaron la agresividad del BCE, que empezó a incrementar el precio del dinero 4 meses después que la Reserva Federal norteamericana, que alcanzó en julio de este 2023 el 5,5%.