El ‘oro líquido’ tiene una segunda vida: el viaje del aceite de la freidora al motor de un coche

Andrea Menéndez Faya

Las familias españolas saben —y mucho— de aprovechar recursos. Nuestras abuelas llevan décadas haciendo ropa vieja con las sobras del cocido, croquetas con el pollo guisado, e incluso jabón con los restos del aceite de freír patatas o pescado. Pero gracias a la ciencia, ahora ese aceite también puede transformarse en combustibles 100% renovables, que van a ser clave para reducir la huella de carbono de todos los sectores del transporte.

El oro líquido de nuestra gastronomía es un ingrediente básico en la dieta mediterránea. Según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, los hogares españoles consumieron algo más de 10 litros de aceite por persona en 2022, a los que hay que sumar el uso industrial y el de restauración, llegando a 350 millones de litros. “El potencial de la recuperación del aceite usado es muy grande, y convertimos un residuo contaminante y difícil de tratar en productos sostenibles de utilidad y valor”, señala José Miguel Campos, Investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). 

Sin embargo, la realidad es que España no está aprovechando este recurso. Según cálculos de Geregras, entidad que agrupa a 19 empresas de recogida y tratamiento de estos aceites, el canal HORECA alcanza el 72% del reciclado, pero en los hogares esta cifra se queda en un 5%. Esto sitúa a España lejos de países como Bélgica, que cuenta con un sistema de recogida para todo el territorio nacional que recolecta más del 60% de aceite doméstico. 

Un viaje que comienza en la cocina

Para acercarnos a la media europea hace falta la colaboración de todos. Solo necesitamos una botella de plástico en la que ir guardando el aceite usado de cocina hasta que esté llena. Entonces, podemos depositarla en puntos de reciclado fijos o móviles de nuestro municipio, o en los contenedores colocados al efecto en la vía pública, centros comerciales, etc. Incluso podemos acudir a las más de 450 estaciones de servicio Repsol de la Comunidad de Madrid, Galicia y Castilla-La Mancha donde se recoge el aceite de cocina usado para utilizarlo posteriormente en la fabricación de combustibles renovables.

“Lo fácil es tirarlo por el fregadero”, señala Jose Antonio Alonso, CEO de Sercampo, empresa autorizada en la gestión de residuos desde 2006 y pionera en el primer contenedor naranja para aceite vegetal usado. “Pero eso implica un coste medioambiental y económico, además de una pérdida de aprovechamiento de un residuo que tiene una cadena de valor positiva”. 

Una vez recogido este aceite de contenedores y sobre todo, de locales de restauración, los grandes consumidores de aceite de cocina en este país, el gestor lo traslada a una planta de tratamiento para su limpieza de agua e impurezas sólidas, como la harina de freír, la sal o restos de comida, y es sometido a una decantación aplicándole calor. Una vez filtrado, se transporta en camiones cisterna a las industrias que van a reciclarlo para transformarlo en abono, plásticos biodegradables y, sobre todo, combustibles renovables.

En la península ibérica, la primera planta dedicada en exclusiva a la producción a gran escala de combustibles renovables la ha construido Repsol en su complejo industrial de Cartagena. Esta planta procesará cada año 300.000 toneladas de residuos orgánicos, principalmente aceite de cocina usado, lo que le permitirá producir 250.000 toneladas de combustibles 100% renovables, que se pueden utilizar en cualquier medio de transporte. Su uso permitirá reducir 900.000 toneladas de dióxido de carbono al año, al suponer una reducción del 80-90% de las emisiones netas de dióxido de carbono en comparación con el combustible de origen mineral al que sustituye. 

La puesta en marcha de la nueva planta confirma, además, el impacto que el reciclado del aceite de cocina usado puede tener en el desarrollo industrial de España, gracias a la creación de nuevas instalaciones para su aprovechamiento. En el caso de Cartagena ha supuesto la generación de unos 1.000 puestos de trabajo en las fases de ingeniería, construcción y comisionado y la implicación de 140 empresas auxiliares, de las que el 70% son locales.

Y todo empieza en nuestra cocina: reciclar el aceite que usamos en nuestras casas no solo tiene un impacto directo en el medioambiente, también contribuye al desarrollo industrial del país y a la creación de empleo. Se genera valor de un residuo que está al alcance de todos.